sábado, 8 de diciembre de 2018

En el Carrefour





Existe la creencia popular de que las grandes superficies venden a precios más bajos que el pequeño comercio. Es probable que como regla general esto sea cierto. Dado que compran al por mayor, pueden negociar con el proveedor precios más bajos y trasladar ese efecto en el consumidor. En algunos casos, como el de Juan Roig (Mercadona), pueden incluso imponer qué mísero precio pagan por las naranjas a los cada vez más empobrecidos productores. Libre mercado, lo llaman.

Pero no siempre las grandes superficies venden más barato que una tienda de barrio. El otro día se me estropeó un artilugio eléctrico de uso cotidiano. Mi mujer tiene uno igual, solo que de distinto color, lo compramos a la vez. Su vibrador sigue funcionando a las mil maravillas, pero el mío dejó, poco a poco, de cumplir su función. He seguido utilizándolo manualmente, pero no es lo mismo. Además, cuanto más froto más se abren las cerdas. (Perdón por el chiste).

Llegué a casa con un nuevo cepillo eléctrico Oral B, (el mejor según 9 de cada 10 dentistas). Carrefour, 26,90 euros. ¡¿Pero qué has hecho, (aquí mi mujer utilizó un vocativo que no voy a transcribir) ¡En la tienda de la Avenida de Castilla cuesta 19,90 euros! No será el mismo –objeté-. El mismito –zanjó ella-.

El del Carrefour seguía incólume en su cajita, y compramos uno idéntico en la tienda de barrio antes aludida. Le dije al amable vendedor que estaba muy satisfecho con este cepillo, pero que, con el tiempo, se me había estropeado. ¡Claro –espetó con obviedad-  si no de qué íbamos a vivir nosotros!

Hoy es un sábado festivo -8 de diciembre- y las grandes superficies, dado que se lo pueden permitir, van a abrir sus puertas al consumo. Yo no compro en estos días de puertas abiertas, por principios. Hoy, sin embargo, creo que voy a acercarme al Carrefour. ¡Qué mejor día que hoy para devolver el cepillo eléctrico! ¿Se imaginan que todo el mundo acudiese en días como hoy a los centros comerciales a hacer devoluciones? Háganlo, soñar es gratis.




viernes, 23 de noviembre de 2018

Pesadilla en Orange Street




De los creadores de Pesadilla en Vodafone Street llega ahora una nueva entrega de las tribulaciones de este simpático matrimonio septuagenario.
Si en el primer episodio, tras la impagable intervención del inteligentísimo yerno, nuestros héroes habían conseguido zafarse de las garras de la pérfida Vodafone, en esta nueva entrega, los señores Fernández se ven envueltos en nueva trama que los sumergirá en los abismos más profundos y psicodélicos del consumismo.


Veamos el escenario. Matrimonio mayor, dos hijas felizmente casadas, nietos, vacaciones del Imserso y una compañía de telecomunicaciones, Orange, que les proporciona teléfono fijo, dos móviles con tarifa plana con no sé cuántos megas, Internet a alta velocidad y TV con fútbol. Who could ask for anything more?

Y, sin embargo,…
La TV falla día sí, día también. Han llamado al número de atención al cliente infinidad de veces. Largas. No resuelven. Al final les dicen que debe tratarse de la instalación  -que hicieron ellos (Orange)-, que debe estar mal, pero que no es asunto de Orange. ¡Así, con dos razones!

El señor Fernández está desesperado, teme perderse el partido del Sporting  (no se pierde gran cosa). Su yerno, o sea, un servidor, sí tiene razones para estar preocupado: teme perderse el partido del Barça. Eso sí es una tragedia. En resumen, desesperación, caos, crisis de ansiedad, el apocalipsis…


Un día –cambio de asunto- a mi suegro se le estropea el móvil. La batería, kaputt. En la tienda de Orange le dicen que no tiene solución, que debe cambiar de móvil. (En realidad sí tiene solución y una batería nueva para ese móvil puede costar entre 15 y 20 euros).

Móviles los hay de muchos precios, pero el señor Fernández quiere uno bueno, con una super cámara de esas que te retratan con perfecta nitidez los pelos de la nariz. Setecientos euracos, la broma. No pasa nada, Orange les permite pagarlo en cómodos plazos mensuales. La factura sube un poquito. La buena noticia para la compañía es que fidelizan al cliente. (Ellos lo llaman “fidelizar”, yo lo llamo tenerte cogido por donde ustedes están pensando).

Y sin embargo, siguen muy descontentos con el servicio de TV, se plantean incluso dejar la compañía, pero como hicieron un pacto con Mefistófeles, estarán con el demonio hasta que le entreguen su alma. Paciencia, dos años pasan enseguida…
¡Menuda cagada hicisteis! –no para de recriminarles su hija, la guapa, o sea, mi querida esposa-. Yo no quiero echar más leña al fuego, pero mi mirada subraya la soez frase de Laura.


Bien, ¿creen ustedes que ahí acaba la historia? Pues no se vayan todavía, aún hay más.
Ayer pasamos por casa de mis in-laws. Mi suegra estaba nerviosa, excitadísima (no me malinterpreten, estoy hablando de una suegra), casi balbuceando nos dice que Orange les va a regalar una televisión LG de 32 pulgadas.

Eh!!!! Para el carro. La interrogo como si fuera el fiscal, entonación lenta y arrastrando las palabras para que se me entienda: ¿Me-estás-diciendo-que-os-van-a- regalar-una-
televisión? Ella matiza: bueno, es una buena televisión, me han dicho, y sólo tendremos que pagar la mitad, 200 euros, en cómodos plazos, 10 euros al mes.

Mi mujer se exaspera. Yo no sé qué cara poner ni dónde  meterme. No doy crédito, trato de mantenerme al margen, es asunto de ellos, pienso. Siento que los han vuelto a engañar. Otra vez. 

Pero, ¿ya habéis aceptado?–interrogó Laura con la ansiedad de quien trata de salvar no ya la honra, pero sí al menos los barcos-. Todavía no, pero no podemos rechazar la oferta, dicen que la única manera de que nos mantengan el importe de los servicios contratados. Si no lo cogemos, nos suben el precio. There is no alternative (Margaret Thatcher dixit).

Estábamos, pues, ante una oferta irrechazable. Y tanto.

Decidles al menos que tenéis que pensarlo –exclamó Laura-. Imposible –replica la madre- la oferta es sólo por el Black Friday, tenemos que decidirlo ya.

Nuestros intentos por hacerles ver que estaban ante una clara extorsión por parte de la empresa  fueron infructuosos. No escuchaban, no atendían, no pensaban. Mi suegro ni siquiera articuló palabra durante la discusión. Querían ilusionarse con la idea de una televisión nueva, una Smart TV, pero –sospecho- no podrían rehuir la sensación de sentirse como un pelele viejo zarandeado por una bestia infame.


Ya en casa, mi mujer y yo seguimos hablando del tema. Hay que ver cómo se vuelve la gente mayor  -lamenta Laura- con qué facilidad los engañan. A los viejos no deberían permitirles gastarse el dinero ni votar. Yo asiento…







jueves, 16 de agosto de 2018

What happens in Calella stays in Calella



Ahir, cap al tard, vam estar fent un cafè a la terrasseta del club nàutic. Pel nom podria semblar que es tracta d´un lloc molt pijo; res més lluny de la realitat, es tracta d´un local ben senzill i autèntic on se sol reunir gent de mar. Com d´habitud, fullejo la premsa del dia: La Vanguardia i el El Punt/Avui. Per raons que no venen al cas no estic d´humor per gaires notícies, així que no trigo en plegar els diaris sobre la taula.

Davant meu s´hi estén el més preciós tapís que hagi mai pogut somiar algú. L´escena plasmada per l´artista, una marina. En primer pla, la meva taula retallada pels diaris arraconats i per les dues tasses de cafè. Poc més enllà, algunes gandules buides sobre la sorra granítica pròpia d´aquest litoral. A la meva dreta, ben alineades, en paral·lel a la línia de costa, dormen unes barques de pescadors. La resta del quadre és fàcil d´intuir: tres franges de diferent amplària. La platja, amb alguns banyistes ressagats; la mar, d´un intens blau marí; i, ocupant la major part del llenç, un cel lleugerament ennuvolat on es pot contemplar la lluna amb forma de D, o sigui, una lluna creixent. Ja se sap que la lluna és una mentidera.
La marina ocupa tot l´espai que els meus ulls són capaços d´abastar.
I tot tenia vida...

L´eslògan turístic de Calella d´aquest any diu: Calella, moments de felicitat. L´han encertat de ple.
La Calella del Maresme, la meva Calella, no té la bellesa de l´altra Calella, la de Palafrugell, és clar, però és una ciutat alegre que faria revifar un mort.
Vista des del cel, Calella és una població allargada; com un tros d´esparadrap que cobrís un trau a la terra, segueix la línia de platja i la nacional II. Els carrers formen una retícula de vies perpendiculars i paral·leles; uns gegants podrien jugar-hi als escacs, sobre la ciutat.
La vida -la vida comercial vull dir- es concentra en un carrer de vianants que travessa longitudinalment el poble. El carrer de l´Església és ple a vessar de botigues, cafeteries, restaurants, vianants, ...
I tot bull...

Quan el sol pica a primera hora de la tarda, busquem la fresca al passeig marítim. Sota l´ombra dels plàtans que flanquegen el passeig s´hi pot estar. Fins i tot, els diumenges a la tarda, els catalans de soca-rel, esperonats pel flabiol i el tamborí, s´hi atreveixen a ballar sardanes.

Calella és la nostra petita arcàdia. Les preocupacions inherents a la vida quotidiana s´esvaeixen tan bon punt, en arribar-hi per la nacional, albirem el far de Calella. Ja puc ensumar l´olor dels pins...
Venint d´Astúries, hom comprendrà que això és un altre món.

Ha estat un dia complet i ple de moments de felicitat. El sol ha cedit el seu protagonisme a una lluna que llambreja sobre el mar. Els turistes més joves surten de les seves cel·les abillats per a l´ocasió, si es presenta. Nosaltres ja hem fruït prou. I és que a Calella passen moltes coses, i gairebé totes, bones. Podeu estar-hi tranquils, com diu la T-shirt del turista de pell cremada, el que passa a Calella es queda a Calella...

jueves, 5 de julio de 2018

Un golpe de aire


Cuando me lo contó mi mujer quedé helado, como si me atravesara un viento frío. ¿Te he dicho que mi padre andaba alicaído estos días? Negué con la cabeza. Pues sí, y mi madre, que, como sabes, es muy perceptiva, algo intuía. Con su habitual labor de zapa, logró sonsacarle la causa de su desazón.
Hace unos días fuimos los tres a caminar al paseo del Muro –prosiguió Laura-. Ya sabes lo remiso que es mi padre a caminar por Gijón, dice que ya lo tiene muy visto. Así que, como ya viene siendo habitual, a poco de empezar el paseo, decidió esperar en un banco junto a los acantilados. ¡Ven con nosotras, papá, camina un poco más! Es inútil, lanza una mirada torva y nos echa moviendo el aire con los brazos, como si espantara a las gallinas. Mi madre y yo seguimos caminando hasta la casa de Rosario Acuña. Hablamos de nuestras cosas.

De vuelta recogimos a papá. Yo no noté nada especial en él; pero es difícil saber qué está pasando por su cabeza, es tan poco expresivo… Desde aquel día –me contaba mi madre- papá andaba tristón. Y no fue sino al cabo de una semana, y por la tenacidad de mamá, que mi padre confesó.

Papá tiene setenta y cuatro años. Una edad en la que cada día miras las esquelas del periódico para asegurarte de que tu nombre no aparece. Mi madre tiene seis años menos, y físicamente -e incluso anímicamente- parece bastante más joven que él. No es infrecuente que quienes no los conocen, al verlos juntos, piensen que son padre e hija. Ello produce en él sentimientos encontrados: por un lado, se siente ufano de la lozanía de su esposa, pero por otro lado, lamenta que los surcos del tiempo hayan hecho acto de presencia en su cuerpo y en su alma. Hay sucesos que con el paso del tiempo nos parecen divertidos, aunque cuando ocurren nos hagan maldita la gracia. La diferencia entre la tragedia y la comedia, decía Woody Allen, reside únicamente en el paso del tiempo. A veces mi madre refiere una anécdota que a mí me parece divertida (a ella también, aunque a mi padre no). En uno de sus viajes en coche llegaron por la tarde a una ciudad de Castilla donde decidieron pernoctar. No habían sacado todavía las maletas del coche cuando se registraron en el hotel. Firmaron en la ficha de huéspedes bajo la desaprobadora y lúbrica mirada del recepcionista. Mi padre no tenía por qué dar explicaciones, pero las dio. Le dejó claro, sutilmente, que aquella hembra era su esposa canónica.

Mi madre fue una belleza de joven, y ya se sabe que quien tuvo retuvo. Todavía hay hombres que al cruzarse con ella se giran. En una ocasión iban mi hermana y ella paseando por el Muro. Caminaban abrazadas cuando, sin mediar provocación –a no ser que abrazarse públicamente sea una provocación-  un hombre de las cavernas con el que se cruzaron les espetó: ¡lesbianas! Y soltó un escupitajo para, a continuación, limpiarse con el dorso de la mano los restos de bilis que había soltado.  Tras un instante de estupor madre e hija rompieron a reír.
En cuanto a mi padre, no pienso que parezca mayor. Viste con gusto y elegancia, conserva todo el pelo en la cabeza, e intelectualmente es muy lúcido. Pero el cabello, totalmente cano, y su postura, algo encorvada, le echan años encima. Mi madre está cansada de decirle que ande derecho; pero él se repliega sobre sí mismo como si tratara de evitar que sus pensamientos escaparan por las costuras del traje. 

¡Laura, me tienes en ascuas, cuéntame de una vez qué le ocurrió a tu padre aquel día en el acantilado!

Está bien, te cuento. Yo no sé qué ocurrió realmente. Puedo relatarte lo que, en rigurosísimo secreto, me confío mamá, no lo digas que te lo he dicho, aunque probablemente lo supondrá, no es tonta. Esta es la historia que le contó papá.

Mientras estaba sentado en aquel banco junto al acantilado –confesó mi padre- me encontré con dos antiguos alumnos a los que había dado clase en su adolescencia. Ahora eran dos hombres de unos sesenta y pico años. Tal vez estaban jubilados, como yo. A pesar de los años transcurridos, debieron reconocerme y se acercaron a saludarme. Intercambiamos algunas frases amablemente y marcharon. Hasta aquí nada anormal, he vivido escenas como esta cientos de veces. Empecé a dar clases con veintitrés años, y dejé el encerado y la tiza con sesenta y cinco.  ¡Más de cuarenta años de docencia! Así pues, es normal que conozca a mucha gente, y que algunos de ellos me reconozcan y se acerquen a saludarme. Y es curioso –o tal vez no tanto- que los más afectuosos son aquellos que fueron más gamberros en el Instituto. Como te digo, el encuentro del otro día con estos dos chicos fue de lo más normal. Lo distinto, lo novedoso, fue lo que dijeron al marchar. Apenas un susurro sin mala intención, y pensando –estoy seguro- que no podía oírles. En condiciones normales no lo habría oído, pero aquel día soplaba el nordeste. Este viento gélido que te atraviesa el cuerpo y que, con demasiada frecuencia, sufrimos en la costa asturiana. Fue ese inclemente viento el que me trajo esas tres palabras; fue sólo un golpe de aire en el momento preciso lo que me abofeteó en aquel instante. Sólo tres palabras, pero qué palabras. No puedo quitarme la imagen de la cabeza, los dos muchachos cuchicheando y el viento arrastrando hacía mí todavía está vivo…

miércoles, 27 de junio de 2018

Poderes salvajes



“Controlando la información, el poder político persigue la homologación ideológica y política, haciendo que los ciudadanos no aprendan nada que no sirva para confirmarles las opinión que sus gobernantes quieren suscitar en ellos”
Condorcet



Bajo el título Poderes salvajes. La crisis de la democracia constitucional, Luigi  Ferrajoli hace una síntesis excelente de ensayos ya publicados sobre el deterioro de la democracia constitucional en Italia durante estos últimos años. Lo que cuenta es extrapolable, en mayor o menor medida, al resto de democracias occidentales. España no iba a ser menos.
Brevemente, casi telegráficamente, intentaré esbozar algunas de las ideas que aparecen en este breve -109 páginas- y sugerente libro.
Hilo argumental: la constatación del deterioro democrático, el rechazo del Gobierno a la Constitución de 1948 y al propio constitucionalismo. Mismo repudio en el plano social y cultural.



EL PARADIGMA DE LA DEMOCRACIA CONSTITUCIONAL

La noción más elemental de democracia es meramente procedimental: Responde a las preguntas: ¿Quién decide? y ¿Cómo decide? Decide el pueblo (o, más bien, sus representantes), y se decide por la opción mayoritaria. En ningún caso se contempla la pregunta: ¿Qué decide? Así pues, el concepto de democracia, sin adjetivos, carece de una dimensión sustantiva.
En este escenario democrático es posible que se den situaciones en que la mayoría tome decisiones injustas. Por ejemplo, que los negros no puedan entrar en ciertos locales. Incluso es posible que la mayoría elija democráticamente a un líder que acabe liquidando la propia democracia. Justamente eso es lo que ocurrió en los años treinta con el fascismo italiano y el nazismo alemán.
Por ello, y previniendo que eso no volviese a ocurrir, las Constituciones elaboradas a partir de la II Guerra Mundial definieron una esfera de lo indecidible, donde tienen cabida aquellos aspectos jurídicos sustantivos que no deben someterse a decisión, y que quedan consagrados  en las propias Constituciones (derechos de libertad: de expresión, de información, de asociación, de reunión,..). Y, también, una esfera de lo indecidible que no, o sea lo que no es posible decidir que no (los derechos sociales: salud, educación, pensiones,…).
Estas Constituciones eran deliberadamente rígidas (en este caso para bien) para garantizar esos derechos y libertades básicos a toda la población.
Cuando alguna disposición legal contradice lo establecido en la Constitución se habla de antinomias, y cuando hay ausencias en el desarrollo legislativo de aquellos principios básicos se habla de lagunas.  


CRISIS POR ARRIBA DE LA DEMOCRACIA CONSTITUCIONAL

Los últimos años estamos sufriendo continuas violaciones de la carta constitucional. Por ejemplo mediante leyes ad personam, impidiendo el enjuiciamiento penal de cargos electos; leyes que penalizan el estatus de clandestino, negando derechos elementales a inmigrantes (salud, vivienda, reunificación familiar…), recortando en educación o en sanidad, agrediendo a los sindicatos y favoreciendo la precarización del trabajo, cercenando la libertad de prensa, etc.
Se observan cuatro factores que posibilitan en esta crisis:
1) El populismo: el jefe como encarnación de la voluntad popular, el reforzamiento de los ejecutivos y sus jefes en detrimento del Parlamente, el nombramiento de los parlamentarios por los vértices (jefes) de los partidos, la deformación de la democracia representativa (ya no se trata de recoger la pluralidad sino de determinar el voto de la mayoría) o la relación gobierno/pueblo a través de la televisión. Y, sin embargo, la omnipotencia del jefe como voz de la expresión popular es anticonstitucional y antirrepresentativa.
2) Conflictos de intereses en el vértice del Estado: confusión de la esfera pública y la esfera privada. La alianza entre poderes públicos y poderes económicos privados (o más bien, subordinación de los primeros a los segundos). Control y monopolio de la información (especialmente de la televisión). La prensa ya no controla a los poderes públicos sino al contrario. Y una feudalización de la política: intercambio fidelidad/protección
3) Integración de los partidos en las instituciones y pérdida de su papel de mediación representativa. Se diluye la separación entre partidos e instituciones. Los partidos políticos en lugar de ser organizaciones de la sociedad pasan a ser órganos del Estado. Los parlamentarios devienen cortesanos y la aversión a la política de los electores aumenta.
4) El control de la información: dos patologías. El control político de algunos medios y el control de los propietarios de los medios de información sobre la información, opiniones y pensamiento, que pasan a ser meras mercancías; derechos y bienes patrimoniales abandonados a la dinámica del mercado y de la política. No existen garantías para el ejercicio de la libertad de prensa y la televisión es el lugar decisivo para formar el sentido común y el consenso.


CRISIS POR ABAJO DE LA DEMOCRACIA CONSTITUCIONAL

Ferrajoli nos habla aquí también de cuatro factores:
1)      Homologación de los que consienten y denigración de los que disienten y de los diferentes (enemigos que mienten y conspiran). Crecimiento del conformismo y de la indiferencia. Promoción de las fracturas y ruptura de la solidaridad social. Miedo y racismo: sospecha y desconfianza hacia los diversos; odio a los diferentes, desprecio a los débiles. El miedo ha sido tradicionalmente un recurso del poder político. Ejemplo: estadísticamente la delincuencia ha disminuido, pero la propaganda alarma como si hubiese aumentado. Se estigmatizan categorías enteras de personas (inmigrantes, gitanos, musulmanes, los del sur,..). Se les etiqueta como sujetos peligrosos, delincuentes potenciales sobre los que recae la desconfianza, la sospecha y la demanda de expulsión o de represión. Las leyes promulgadas contra estos colectivos (represivas y discriminatorias) contradicen un pilar básico del derecho: se castiga por lo que se ha hecho, no por lo que se es.
Objetivo político de todo esto: dividir y desarmar al conjunto de los trabajadores, debilitando los lazos de solidaridad.

2)      Despolitización masiva  y primacía de los intereses privados. Absentismo político, indiferencia, estimulación y legitimación de los egoísmos (lo que debilita el sentido cívico). Desinformación, mentira y propaganda (especialmente en TV). Se difunden noticias falsas y se omiten o minimizan otras verdaderas. Se promocionan los programas y espectáculos estúpidos y vulgares que producen embotamiento. El dinero se convierte en la única medida de valor de las personas y el mercado se erige en la única fuente de legitimación de las relaciones sociales.

3)      Crisis de la participación política: disminución de afiliados a partidos políticos y a otras asociaciones. Redes clientelares en los partidos.

4)      Manipulación de la información y decadencia de la moral pública. La información deviene en la máquina de consenso bajo el doble control (el político y el de los propietarios de los Mass Media)




LOS REMEDIOS DE LA CRISIS


En el plano político y cultura es necesario un compromiso de pedagogía civil, poniendo en valor el constitucionalismo democrático (pluralismo político, separación de poderes, principio de igualdad y dignidad de las personas y defensa de los derechos y de los intereses generales.
En el plano jurídico es preciso un método electoral proporcional, sin primar a las mayorías ni estableciendo límites a la representación de opciones minoritarias. Es preciso acabar con el bipartidismo. Asimismo, es imprescindible separar la función pública de los intereses privados; separar los cargos del partido de los cargos electos (el partido debe ser un mediador entre la esfera pública y la sociedad): separar verdaderamente el legislativo del ejecutivo y del judicial. Ahondar en la democracia interna de los partidos, como asociaciones de base y reformar el sistema de información (libertad de información y garantía de su independencia).
Ferrojoli admite que en el momento actual es difícil acometer estas iniciativas, pero una verdadera regeneración democrática pasa necesariamente por estos cambios.



jueves, 26 de abril de 2018

Decimoquinto aniversario



Esta foto la hice hace unas semanas en la calle Samuel Sánchez de Oviedo.  Se trata de una avenida sin el más mínimo encanto. Conecta una zona céntrica de Oviedo con los barrios de  Vallobín y de La Argañosa. Como tantas calles, está pensada para que circulen vehículos y para atosigar a inocentes peatones. Ruidosa, gris, plomiza, solo la atravieso cuando no tengo más remedio.

Distraído en mi deambular y en mis pensamientos, observé el grafiti de la foto y me acordé de ti. No hace falta gran cosa para que me acuerde de ti, lo sabes. No dudé en fotografiar esa frase, esperando el momento adecuado para enseñártela. Me hubiera gustado que me preguntaras donde quería ir de vacaciones, donde me apetecía salir de excursión o, sencillamente, por donde podríamos pasear por la tarde.  Te habría mostrado la foto.

Ese poeta anónimo me robó las palabras, ¡maldita sea! Él a su vez probablemente las robó a otro. De hecho, he visto esa misma frase en una de esas libretitas que suelen poner en la portada cursiladas de amor o frases de autoayuda.

Pues eso es lo que quería decirte con estas letras. La próxima vez que me preguntes un lugar donde perderme, la respuesta es simple: Donde sea, pero contigo.

Feliz decimoquinto aniversario, amor.




viernes, 20 de abril de 2018

No me gusta que al fútbol te pongas la estelada






No me gusta que al fútbol te pongas la estelada…
(Parafraseando a Manolo Escobar, gran barcelonista)


En estos tiempos tan convulsos, se oye por todos lados esa especie de verdad revelada que reza “No hay que mezclar fútbol y política”.

Y yo me pregunto : ¿Por qué no?

En serio, me gustaría encontrar algún razonamiento, por pobre que sea, que sustente esa afirmación. Pero a quienes la pronuncian les debe parecer tan obvia que se ahorran las explicaciones. Hala, otro dogma más del “sentido común”.

Lo cierto es que el deporte y la política son buenos amigos, de esos con derecho a roce. No creo que haga falta recordar que el fútbol, inventado por los ingleses en el siglo XIX, jugó un beneficioso rol para las empresas. Las pachangas entre empleados servían para estimular el espíritu de equipo y la fidelidad a la empresa.

No hay que ir tan lejos en el tiempo. ¿Por qué la deuda de los clubes de fútbol con Hacienda sigue arrastrándose por los campos como hace el pobre André Gomes? ¿No sería deseable, para las cuentas públicas, que Hacienda aplicase más celo en cobrar las deudas de los clubes? No, claro. Sea por la paz social.

Luego están los que ven la estelada en el ojo ajeno y no la rojigualda en el propio. ¿Acaso la final de la Copa del Rey no es un acontecimiento, además de deportivo, eminentemente político? La solemnidad del acto, el Rey, las autoridades, el himno nacional… Todo ello son elementos que forman parte de lo que Michael Billig denominó nacionalismo banal.  Una  expresión para referirse a ese nacionalismo sutil, apenas perceptible, cotidiano, ya interiorizado. Ese goteo continuo que utilizan los Estados nacionales. Todos, incluso los que no tienen que lidiar con otros nacionalismos internos.

¿Nadie se ha preguntado por qué en tiempos en que cada vez son más los partidos en PPV,  la final de la Copa del Rey es televisada siempre en abierto? Lo mismo vale para los encuentros de la selección nacional.

Así que los poderosos, los defensores del statu quo, son los primeros que utilizan el fútbol, y el deporte en general, para afianzar sus ideas (sociales y políticas).

No sé exactamente por qué (tal vez, en parte, herencia del franquismo y en parte desafección a la clase política), pero expresiones como “estar politizado” o “politizar algo” producen urticaria en muchos ciudadanos. Me parece que no son conscientes de que la salud democrática de una comunidad depende en gran medida de un elevado grado de politización de sus habitantes.

Volviendo al tema inicial, y más allá de la frase lapidaria que encabeza esta reflexión, lo cierto es que la persecución al nacionalismo catalán – y no solo en el fútbol- cabe enmarcarla en un contexto mayor de persecución a la disidencia política. No nos levantamos un día sin una nueva detención de un twitero, un rapero o un titiritero.

Estos días, los medios de comunicación españoles dedican más tiempo a hablar de la posible pitada al Rey y al himno nacional que a cuestiones meramente deportivas. Ellos también están muy politizados. Lástima que sus discursos defiendan posiciones contrarias a los intereses de la mayoría.





domingo, 18 de marzo de 2018

Fariña

Coca, farlopa, perico, merca, fariña…



De no haber sido por el revuelo que originó el secuestro judicial del libro, probablemente yo no habría sentido tantas ganas de consumir Fariña.

Nada más saber lo del secuestro, pensé en comprarlo para consumo propio. Pronto descarté esa idea, y acudí a mi dealer habitual, las bibliotecas públicas de Asturias. Ellos tienen mucha mierda, y de la mejor calidad.

Quería tener el libro prohibido en mis manos, acariciarlo, olisquearlo, abrir sus páginas, hojearlo;  y también quería presumir de ello ante amistades y conocidos. Me parecía que había algo de transgresor –de qué minucias la felicidad depende, ¿verdad?- en el mero hecho de hacerme con el  libro.  No obstante, no estaba seguro de querer leerlo íntegramente. El tema, en principio, no me interesaba especialmente. Y, sin embargo, empecé a leerlo como quien no quiere la cosa, y me enganché.

El motivo del secuestro es totalmente marginal e irrelevante en la historia: unas pocas líneas que molestaron a un señor, ex­alcalde de O Grove.

Nacho Carretero, el autor de Fariña, ha escrito un libro verdaderamente ameno e interesante. No aporta datos nuevos -admite él mismo-, simplemente recopila información aparecida en los medios, la relaciona, y consigue un resultado más que digno.

Fariña es la historia del narcotráfico en Galicia.

Ese territorio aislado y tradicionalmente atrasado, un pedazo del Estado español que parece metido a presión entre el Atlántico y Portugal es protagonista de un destino que parece escrito en sus rías.  Durante la posguerra, sus gentes hambrientas se buscan la vida como pueden, y  ese “pueden” incluye el contrabando de cualquier cosa: chatarra, aceite, gasolina, tabaco,... La actividad no está socialmente mal vista, y esa tolerancia se traduce en desidia, cuando  no complicidad, en las autoridades.

El contrabando del tabaco drenó la región de dinero abondo, y, en los ochenta, algunos dieron el salto a la primera división: del contrabando de tabaco se pasó al  tráfico de hachís y  de cocaína (fariña). A estos narcos no los mueve el hambre, sino la guita fácil y la ambición.

Fariña cuenta también los amores interesados entre narcotráfico y política: no hay ningún partido en Galicia, afirma Nacho Carretero, que no haya recibido dinero del narcotráfico.

Pero la llegada de la droga también destrozó la vida de muchos jóvenes gallegos y la alarma y presión social cristalizaron en una mayor actuación de las autoridades. Se persigue policial y judicialmente el narcotráfico con relativo éxito. Años noventa y primera década del 2000.

En la actualidad, el tráfico de drogas en Galicia parece cosa del pasado, con los grandes capos en prisión o ya retirados (jubilados). Sin embargo, advierte el autor, narcotráfico sigue habiendo en Galicia, simplemente el foco mediático se ha retirado en busca de otros escenarios. Lo mismo ha ocurrido con la atención policial y los recursos públicos.

Todo esto, mucho más y mucho mejor cuenta Nacho Carretero en Fariña.






sábado, 24 de febrero de 2018

Una tarde con Carla





El otro día mi mujer y yo tuvimos secuestrada a nuestra sobrina Carla por unas horas. Sólo en contadísimas ocasiones podemos disfrutar de su compañía a solas. Mi mujer, que es muy cariñosa, aprovecha para abrazarla, besarla, decirle lo mucho que la quiere, etc.  hasta saciarla y más allá. Y yo experimento con eso de hablar con niños, que es curioso.

Carla tiene nueve años, casi diez, y, mi mujer sostiene que esa niña es mi sobrina favorita. No lo creo. ¿Sólo porque es con la más me gusta estar? ¿Sólo porque siempre hago referencia a ella en detrimento de los otros hermanos? ¿Sólo porque digo esto para Carla? ¿Sólo  porque su nombre es el que más pronuncian mis labios?¡Bobadas!, quiero a los tres por igual; a Carla, al otro y al otro.

La recogemos de una actividad extraescolar, baloncesto. La llevamos a la cafetería del Grupo, el club deportivo donde hace deporte. Le damos de merendar, un zumo de naranja, no quiere comer nada, aunque lleva un bocadillo en la mochila. Y, finalmente, la llevamos a la siguiente actividad, voleibol.  Esto mismo lo hace martes y jueves; lunes, miércoles y viernes va a gimnasia. No me extraña que los niños de hoy en día estén estresados.

Durante la merienda aprovechamos para interactuar con ella. Yo le pregunto qué tal el cole,  y dice que bien, sin pasión. ¿Qué asignatura te gusta más? Lengua, responde. ¿Qué has aprendido últimamente? Pues lo de las palabras homófonas.  Hago ver no que no he entendido bien para gastar una broma  que, en realidad, va dirigida a mi mujer. ¿Palabras homófobas, dices? Ella me mira con cara rara, y repite pacientemente ho-mó-fo-nas.  Ah, bien, le pregunto que qué es eso. Pues palabras que se suenan igual pero que se escriben diferentes. Me pone varios ejemplos: vaca/baca, olla/hoya,…

Pasamos a la geografía. ¿Te sabes los continentes? Titubea…Europa, Asia,…La ayudo. Le recito la famosa lista de los cinco continentes que todos aprendimos de pequeños, pero rápidamente me corrijo. Me vendría bien un mapamundi en estos momentos. Le advierto que, aunque en el cole le digan que Europa y Asia son dos continentes, en realidad es uno, Eurasia. Si un continente es una masa enorme de tierra rodeada de mar, Eurasia es nuestro continente.

¡Cuántas cosas se aprenden mal de pequeño y luego cuesta una vida desaprenderlas para tratar de aprenderlas bien!

Me apiado de la niña: no te compliques, Carla, si te preguntan en un examen pon lo que te digan en la escuela.

Seguimos hablando de sociales, me dice que también ha aprendido los conceptos (lógicamente no utiliza la palabra “concepto”) de democracia y de monarquía parlamentaria. ¡Boom!

Resoplo. Miro a mi mujer y ella me sonríe con complicidad. ¿Qué hacemos? Le pregunto con la mirada. Ella me responde con palabras que son casi las cinco y media, que hay que llevarla a voleibol.

Mejor, pienso, que se divierta un poco…