sábado, 3 de diciembre de 2016

Cuando las máquinas nos alcancen...
















La primera vez que vi en un supermercado uno de esos llamados cajeros autoservicio donde una máquina que, sin intervención divina ni humana, lee precios, permite pagar y devuelve cambio fue en Londres, hace ya algunos años. Cuando lo vi pensé: Oh, my God!... si esto prolifera, se destruirán muchos puestos de trabajo.

Cuando regresé a Asturias no dije nada a nadie no fuera a prender la idea.” What happens in London stays in London”.  Pero fue  inútil, poco después vi otra de esas colas rápidas en un Carrefour de Gijón.

La idea de las innovaciones tecnológicas como destructoras de puestos de trabajo es antigua. Por no ir demasiado lejos en el tiempo, a principios del siglo XIX los llamados luditas, que eran artesanos ingleses, protestaron contra la introducción de máquinas, como los telares industriales, que amenazaban con reemplazar sus puestos de trabajo. Su ira contra las máquinas los llevaba a destruirlas. Esta forma de extorsión ha sido bautizada por el historiador  inglés Eric Hobsbawm con el simpático nombre de  negociación colectiva por disturbio.

Gasolineras sin gasolineros, bancos y servicios financieros on-line, máquinas expendedoras, compras por internet (por ejemplo, Amazon)  son solo algunos ejemplos de cómo sustituir trabajadores por tecnología. En lenguaje económico, reemplazar factor trabajo –que suele ser más caro, conflictivo, enfermizo, absentista, y todo lo que ustedes quieran- por factor capital, que suele ser mucho más agradecido y limpio. 

Algunas personas, todavía con conciencia de clase, tratan de no favorecen esas innovaciones destructoras de empleo, declinando, en la medida de lo posible –que cada vez es menor- ese tipo de servicios o productos. Yo mismo evito los cajeros autoservicio, y busco constantemente el contacto humano…

Sin embargo, me parece que esa es una batalla perdida. Los luditas no acabaron con la Revolución Industrial, como tampoco los campesinos ingleses pudieron evitar que pusieran, literalmente, puertas al campo cuando se extendieron los enclosures. Por otro lado, tampoco me parece que debamos ir en contra, por principio, de la tecnología, al contrario. Me parece que las luchas sociales – e incluyo aquí el desafío de preservar el planeta- debe ir por otros derroteros.

Por ceñirme al tema puestos de trabajo-tecnología. Es cierto que en una primera etapa las innovaciones tecnológicas, no menos que otros factores, destruyen puestos de trabajo. Pero, si  estos son penosos, bienvenida la tecnología, ¿no? Por otro lado, es un hecho que las nuevas actividades crean nuevos puestos; aunque también hay que decir que existe un periodo de adaptación en el que muchos trabajadores son expulsados sin retorno del mundo laboral. Por ejemplo, durante la Revolución Industrial fueron necesarios unos ochenta años para ese reajuste.

Para la mayoría de los mortales, que ni somos ricos ni tenemos previsto serlo en breve, el trabajo asalariado se presenta, en teoría, como la única manera de sobrevivir. ¿He dicho sobrevivir? Qué triste, ¿no? ¡Yo quiero vivir!

La supervivencia en un entorno social –no en uno natural- hostil es un rasgo de nuestra época. Como bien explica Polanyi es su imprescindible “La gran transformación”, en épocas preindustriales era rarísimo que alguien muriese de hambre, a no ser que el hambre afectara a toda la comunidad. Los lazos de solidaridad -en esa época tal vez sería más acertado llamarlo caridad- superaban los estrechos vínculos familiares donde hoy todavía se mantienen. Como diría Margaret Thatcher, la sociedad no existe, solo existen individuos y familias. Durante las últimas décadas de triunfante neoliberalismo, este pernicioso individualismo nos lo han inoculado hasta el tuétano.

Si el único horizonte del común de los mortales es lograr un empleo lo menos precario posible, tenemos un problema. (El problema se llama capitalismo, pero esa es otra historia)
Para tratar de resolver esta problemática existen diversas propuestas, que no son en absoluto incompatibles.

Algunos proponen una Renta Básica Universal para acabar con ese cuello de botella que es el trabajo asalariado, el empleo. Otras propuestas pasan por reducir las horas de trabajo para que puedan trabajar otros. También es posible –y deseable- crear puestos en el hoy herido de muerte Estado del Bienestar. El problema de esto último es decidir quiénes van a sufragar estos servicios. Al sector privado sólo le interesará mientras obtenga beneficios, y ello pasa por más empleos precarios. Además, tiene el problema añadido de que el acceso sólo es posible para quien pueda permitírselo. Si va a ser el sector público –creo que ese es el camino- habrá que aumentar la presión fiscal y de manera progresiva (quien más gana -proporcionalmente- más impuestos debe pagar).

Vaya, empecé hablando de las colas rápidas y termino con la necesidad de impuestos progresivos. ¡Qué coses, ho!