domingo, 21 de marzo de 2010

Foto (real) de Hacienda


Gijón está empapelado de carteles de “Se vende” o “Se alquila”. Caminar por una ciudad de locales vacíos y disponibles transmite cierta inquietud al ciudadano.
Paseando por la calle San Bernardo me sorprendió que uno de los locales ya vacíos, con su correspondiente cartel de “Se alquila” sea uno donde hasta hace unos meses se encontraba una oficina de la Agencia Tributaria. Como se puede ver en la foto -que es real, no se trata de ningún montaje- esa oficina de “Servicios Tributarios” ya no existe; la crisis se la llevó tal vez…Qué metáfora tan bella y tan triste: ¡hasta el Estado tiene que cerrar uno de sus chiringuitos!.
Por supuesto, la oficina debe seguir funcionando en algún otro lugar, pero la imagen da que pensar…

sábado, 13 de marzo de 2010

Miguel Delibes (1920-2010)


No voy a escribir nada sobre Miguel Delibes. A modo de homenaje copio a continación un emotivo texto escrito por él mismo hace unos años.


Aunque viví hasta el 2000..., el escritor Miguel Delibes murió en Madrid el 21 de mayo de 1998, en la mesa de operaciones de la clínica La Luz. Esto es, los últimos años literariamente no le sirvieron de nada.
El balance de la intervención quirúrgica fue desfavorable. Perdí todo: perdí hematíes, memoria, dioptrías, capacidad de concentración... En el quirófano entró un hombre inteligente y salió un lerdo. Imposible volver a escribir. Lo noté enseguida. No era capaz de ordenar mi cerebro. La memoria fallaba y me faltaba capacidad para concentrarme. ¿Cómo abordar una novela y mantener vivos en mi imaginación, durante dos o tres años, personajes con su vida propia y sus propias características? ¿Cómo profundizar en las ideas exigidas por un encargo de mediana entidad? Estaba acabado. El cazador que escribe se termina al tiempo que el escritor que caza. Me faltaban facultades físicas e intelectuales. Y los que no me creyeron y vaticinaron que escribiría más novelas después de El hereje, se equivocaron de medio a medio. Terminé como siempre había imaginado: incapaz de abatir una perdiz roja ni de escribir una cuartilla con profesionalidad.
No me quejaba. Otros tuvieron menos tiempo. Al fin y al cabo, setenta y ocho años son bastantes para realizar una obra. Le di gracias a Dios, que me permitió terminar El hereje, y me dediqué a la vida contemplativa. Las cosas que intenté no eran serias. Con mi hijo Miguel hicimos un libro sobre el cambio climático, en el que no intervine más que para hacer preguntas propias de un ciudadano preocupado, pero no aporté una sola idea. En Muerte y resurrección de la novela di a la estampa algo que tenía hecho para dar la sensación de que trabajaba, de que aún disponía de una vida activa.
Los optimistas que sobreviven a un cáncer suelen decir que lo vencieron. Yo no me atrevo a tanto. Los cirujanos impidieron que el cáncer me matara, pero no pudieron evitar que me afectara gravemente. No me mató pero me inutilizó para trabajar el resto de mi vida. ¿Quién fue el vencedor?
Y bien: cuando mi obra, dicho lo dicho, está concluida, y por tal la doy, veo con satisfacción que los prestigiosos editores de Círculo de Lectores y Ediciones Destino se ocupan ahora de recopilarla y reunirla en los siete volúmenes que van a configurar esta serie. Cada volumen, además, irá prologado por un destacado estudioso de mi obra. ¿Qué hacer sino sentirme halagado y agradecido? Si mi primera novela apareció en 1948 -hace ahora sesenta años- y la última en 1998, ha sido media centuria, la segunda del siglo XX, la que me he ocupado escribiendo y publicando libros. Y siempre con el beneplácito de mis lectores. También a ellos, y a cuantos ahora se asomen a las páginas de estas Obras completas, quiero agradecer sinceramente su benevolencia y fidelidad.
*Texto extraído del primer volumen de sus Obras CompletasGalaxia Gutemberg / Círculo de Lectores

El billete de 10 euros y el papel higiénico

El otro día acudí a un supermercado alemán que presume con razón de precios baratitos y compré 30 rollos de papel higiénico de doble cara; también adquirí servilletas de papel. Todo ello me costó exactamente 10 euros, así que entregué un billete de 20 a la cajera y me devolvió otro de 10, el ticket y una sonrisa.
Corrí a casa y, sin apenas tiempo de guardar la compra salté al excusado. Conservaba en mi mano el billete de 10 euros, así que allí estábamos el billete, los rollos de papel higiénico y yo. Los tres compartíamos ese espacio en el que siempre me recluyo cuando quiero alumbrar alguna idea.

Empecé a divagar sobre los usos que permitían ambos objetos y jugué a imaginarme un intercambio de papeles.
En mi mente coloqué ese pedacito de papel rosado en el mismo angosto lugar que recorren los rollos de papel suave, y casi pude sentir su aspereza en mi piel. Llegué a la conclusión de que siempre que me encontrara en un aprieto preferiría un rollo de papel higiénico a un billete de banco cualquiera que fuese su valor (de cambio).
Luego me imaginé cargando a mis espaldas 30 rollos de papel higiénico intentando adquirir con ellos una entrada en la puerta de un cine. El empleado me miraba con las cejas arqueadas y me rogaba que dejara pasar al siguiente. Mi insistencia solo sirvió para que llamaran a seguridad.
En un supermercado intenté infructuosamente hacer mis compras con los 30 rollos de papel higiénico –“¡son de doble capa!”- Insistí. Un cliente perforaba su sien con el dedo índice.
Desalentado por tanta incomprensión me acerqué un local de alterne en busca de algo de cariño que pagaría con esa mercancía que, estaba convencido, allí apreciarían. Me equivoqué, la señorita que fumaba no medió palabra conmigo, hizo un ademán despectivo y acudió un tipo malencarado que me condujo a la calle.
Llegué a la conclusión de que, a pesar de la indudable utilidad del papel higiénico, nadie iba a darme nada por él. Debe ser eso que los economistas llaman valor de uso. El billete, por el contrario, un objeto frágil y completamente inútil para Robinson Crusoe en su isla desierta, posee en sociedad y por un mero convencionalismo, por una simple cuestión de confianza, un extraordinario valor de cambio.
Cuando acabé de reflexionar me di cuenta de la necesidad de renovar la escobilla, así que llevé el billete de diez euros y compré una en un chino.