miércoles, 18 de abril de 2012

La democracia del espectador

El título de este post lo tomo prestado de una expresión utilizada por el profesor de Historia de la Universidad de Barcelona Bernat Muniesa, de cuyas clases, por cierto, disfruté como alumno hace ya algunos años.
Lo que cuento a continuación, muy resumido, aparece en su libro “Libertad, Liberalismo, Democracia”. Un librito de sólo 104 páginas, todas ellas muy buenas.
Bien, cuenta el doctor Muniesa en su ensayo que en 1968 el Gobierno estadounidense, con Lyndon B. Johnson al frente, encargó un estudio secreto a un equipo dirigido por el periodista Walter Lippmann. Este informe se denominó: La teoría progresiva acerca del pensamiento democrático liberal y los medios informativos.
Dicho informe partía de la tesis de que sólo una élite especializada de hombres responsables está en condiciones de tratar los verdaderos problemas de una sociedad y de resolverlos satisfactoriamente para la nación (se refería a los EEUU). Este informe introdujo el concepto de democracia progresiva, que distingue dos tipos de ciudadanos.
En primer lugar, aquellos ciudadanos que asumen un rol activo en cuestiones de gobierno y administración: la élite especializada, es decir, aquellos que analizan, toman decisiones, las ejecutan, que controlan y dirigen los procesos que implican sobre todo a lo político y lo económico.
En segundo lugar, lo que aquel informe llamaba rebaño descarriado, o sea, la casi totalidad de la población civil, de la cual deben protegerse los intereses de la nación.
Según el informe los ciudadanos deben ocuparse únicamente de sus propios asuntos personales y sólo de ellos. Cualquier otra tentación, tanto si busca asociarse para crean un movimiento social como si aspira a intervenir de algún modo en los asuntos políticos, para los cuales no está capacitado, deber ser valorada como peligrosa.
En este mismo informe se introdujo el concepto de revolución en el arte de la democracia para fabricar consensos, es decir, para producir en la población civil –mediante la propaganda- la aceptación de cuestiones incluso no deseadas, hábilmente manipuladas y decididamente presentadas como necesarias e inevitables.

En los años ochenta el sociólogo J. F. Lippset recibió un encargo de la Administración Reagan: otro informe que actualizaría el de Lippmann, ya fallecido. La élite –dice el informe- debe ser consciente de no sucumbir a ciertos dogmatismos democráticos, los cuales afirman que en democracia los ciudadanos son los mejores jueces. Un error, porque no lo son. Somos nosotros (la élite sabia) los mejores jueces de los asuntos públicos y como tales no debemos permitir que los juicios erróneos que provienen de la sociedad civil interfieran la seguridad nacional. Y para ello contamos con un instrumento extraordinario: la propaganda.
Tanto para Lippmann como para Lippset, la clave del éxito está en el control de la opinión pública y la subordinación de la sociedad civil.
La Fórmula Valley, teorizada en la Universidad de Yale en 1998, explica cómo combatir los movimientos sociales que brotan en la sociedad civil por disconformidad, rechazo o demandas explícitas contra situaciones injustas o lesivas para la sociedad o parte de ella. La fórmula establece que: llegados tales casos, las instancias de poder deben desacreditar tales movimientos y el argumento debe ser presentarlos como perjudiciales para la nación.

Todo esto me recuerda las, al menos, dos visiones que existen de la democracia:

a) aquella visión en la que la sociedad civil tiene a su alcance recursos para PARTICIPAR de modo significativo en la gestión de los asuntos, tanto particulares como públicos, en un contexto de medios de información libres e imparciales.
b) Aquella otra en la que el sistema de poder considera que la sociedad civil no debe interferir en la gestión pública, salvo en el acto de votar cada cierto tiempo. Es decir, que debe limitarse a DELEGAR en sus representantes.

Yo, obviamente, me quedo con la primera visión, pero resulta evidente que la casta política, aunque jamás lo reconocerá, aboga por la segunda.
¡Buenas noches y buena suerte!

domingo, 15 de abril de 2012

Raíces económicas del deterioro ecológico y social



Bajo el sugerente título de Raíces económicas del deterioro ecológico y social se esconde un ensayo muy interesante del economista José Manuel Naredo.
El autor reinterpreta problemas sociales y ambientales desde perspectivas más amplias de las habituales.
A continuación presento algunos de los temas que desarrolla este ensayo.
La actual ciencia económica se consolidó en el estudio exclusivo de los valores monetarios, cortando el natural cordón umbilical con la ecología.
La economía, como disciplina que trata de la asignación de recursos que son limitados, nunca debió olvidar su base física: los recursos naturales (alimento, materias primas, fuentes de energía).
La idea de crecimiento surge en el siglo XVIII, bajo una visión organicista de la Tierra apoyada en una concepción, entonces vigente, de permanente crecimiento de animales, plantas y minerales. La idea de crecimiento resultaba entonces coherente con la creencia de un mundo físico en expansión, que incluía el reino mineral. En aquella concepción equivocada el crecimiento económico se correspondía con el crecimiento físico.
A fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX la geodesia, la mineralogía y la química modernas desautorizaron la antigua idea del crecimiento de los minerales y de la Tierra misma, por ello, los economistas clásicos no pudieron menos que aceptar que el crecimiento de la población, la producción y los consumos (materiales) resultaban inviables a largo plazo.
No obstante, los economistas de finales del siglo XIX y principios del XX, llamados neoclásicos, acabaron vaciando de materialidad la noción de producción, separando ya por completo el razonamiento económico del mundo físico, y completando así la ruptura epistemológica que supuso desplazar la idea de sistema económico –con su carrusel de producción , consumo y crecimiento- al mero campo del valor.
La mitología del crecimiento subraya sólo la parte positiva del proceso económico –las ganancias de dinero y su supuesta utilidad- cerrando los ojos a los daños sociales y ambientales que origina. Así el término producción se acuñó y popularizó como parte del discurso económico dominante, para encubrir el doble daño ambiental: la extracción de recursos y la emisión de residuos. Este último, principal problema ecológico de los países ricos.
Ciertamente, en los años setenta, a raíz de las crisis energéticas (1973 y 1979) y tras cierta concienciación sobre la problemática (deforestación, deterioro de suelos, posible aumento de la desnutrición, enfermedades, conflictos,…) se llega a cuestionar el sistema productivo en muchos foros (el PNUMA -Programa de la Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente-, los informes Meadows sobre los límites del crecimiento, etc.). Desgraciadamente, en los años ochenta el abaratamiento de las materias primas y el oportuno lavado de imagen condujeron a que se olvidaran o tildaran de catastrofistas las anteriores advertencias.
En la actualidad se trata de tranquilizar a la población con políticas de “imagen verde”, en que todo tiende a calificarse de ecológico y sostenible, ocultando o banalizando las contradicciones y daños ocasionados sin cambiar los criterios de gestión.
Asimismo, el concepto de crecimiento fue sustituido por el de desarrollo, mucho más amable. Que a su vez aderezado con el mágico adjetivo sostenible, acabó por ocultar un hecho incontrovertible: si por desarrollo se acepta el crecimiento de cualquier variable física –y así es- el desarrollo esconde crecimiento y por tanto, la expresión “desarrollo sostenible” acaba resultando una contradicción en términos, un oxímoron.

El ensayo se adentra en muchos aspectos que sería prolijo reseñar en este post, por lo espero los trazos aquí dados sirvan para despertar la curiosidad del lector por este excelente ensayo.



Para acabar quiero citar una anécdota que también cuenta Naredo en su libro.
Cuando la India logró la independencia, unos periodistas le preguntaron a Gandhi si el nuevo país trataría de lograr el nivel de vida británico. A lo cual respondió el líder indio: “Si el Reino Unido ha necesitado expoliar medio planeta para conseguir ese nivel de vida, ¿cuántos planetas necesitaría la India?."