jueves, 22 de agosto de 2013

Toponimia sentimental: Asturias o un polaco en la corte del rey Pelayo

Llegué a Asturias a finales de 2001. Fue un cambio de aires, y de mares. Atrás quedaba el Mediterráneo; a partir de ese momento tendría que mirar al norte para buscar un nuevo mar.
A diferencia de mi partida a Tenerife, esta vez tuve la sensación de que marchaba para siempre. Lo importante, como me dijo un amigo, era que me vine a Asturias queriendo.
Si tuviera que elegir dos colores para esta tierra, estos serían el verde y el gris. Un manto verde intenso cubre la accidentada orografía de esta región.  Un gris plúmbeo para un cielo tímido que raras veces se abre.
En casa tenemos una acuarela (original) de un pintor que no aparece en google, luego no debe ser muy conocido fuera de su casa. Fue un regalo de boda.  Representa unas típicas casonas asturianas de piedra, de una aldea perdida cualquiera. A mí me parece un cuadro triste. Mi suegro dice que Asturias es como ese cuadro, triste.
Para mí Asturias es como una isla. Alargada como una berenjena, el mar solo cubre el norte, pero la inexpugnable cordillera Cantábrica al sur  (¡y su más inexpugnable autopista de peaje!) y la lejanía de los extremos oriental y occidental, hacen que raras veces supere sus límites. Cuando abandono la isla suele hacerlo en avión.
Los asturianos se apiñan en su mayoría en la zona centro: Gijón, Oviedo, Avilés y la cuenca del Nalón, ¡como si no hubiese espacio a los lados!
La gente de esta tierra dice de si misma que son babayus, que viene a querer decir algo así como simplón y fanfarrón.
Cuando hace mucho frío pronuncian una frase ininteligible para forasteros: Fai un cutu qu´escarabaya´l  el pelleyu. No me hagan traducirla, quédense con la idea.

Gijón, la ciudad que me acogió, tiene un urbanismo caótico. A Ildefons Cerdà le habría dado un infarto de haberla conocido. No obstante, posee un esplendoroso paseo marítimo conocido como “el Muro”; the Wall, que diría Pink Floyd.
En verano los bañistas caminan de un lado a otro de la playa de San Lorenzo y vuelta a empezar. Parece como si hubieran perdido algo y todavía lo estuviesen buscando.
Oviedo, como dijo Woody Allen, es una ciudad de cuento de hadas. El Ayuntamiento de la capital le erigió una estatua en pleno centro. Es extraño, una estatua en esta ciudad para un cineasta judío neoyorquino que ni siquiera es militar.
Avilés, más conocida como ciudad industrial posee, sin embargo, un casco histórico delicioso.
La costa oriental, donde domina la caliza, es un capricho de la naturaleza. Las formaciones cársticas han dibujado las playas más bellas que he visto jamás. Esto no debería decirlo, pues no quisiera que esta tierra se masificase con las plagas de turistas que tanto daño han hecho ya en el litoral mediterráneo.

Un tío mío, Rafa, ya fallecido, solía rememorar lo bien que había comido en Asturias. Era mencionar el nombre de la región e inmediatamente soltaba la misma letanía: “Menuda fabada me comí yo en Asturias”. Y diciendo eso, daba vueltas a su oronda barriga con la palma de la mano y cara de satisfacción.
Los asturianos son nacionalistas exacerbados, pero sin pretensiones políticas. Llevan el orgullo de su tierrina por todas partes, con su bandera azul con la Cruz  de la Victoria y su himno oficial, tan codiciado por todos los borrachos de este país, sean o no asturianos:

Asturias, Patria querida,
Asturias de mis amores;
¡Quién estuviera en Asturias
en todas las ocasiones!



Vine a Asturias atraído por una de sus bellezas, de hecho ahora convivo con ella, pero esta región esta llena de atractivos que voy descubriendo poco a poco, sin prisas, tengo toda la vida…

sábado, 10 de agosto de 2013

Divide y vencerás

Cuando los ingleses colonizaron la India consiguieron mantener su poder durante dos siglos enfrentando entre sí a los distintos pequeños reinos que habitaban tan vasto territorio.
Esa misma estrategia de dominio ha sido utilizada por todos los pueblos conquistadores a lo largo de la historia. Desde Hernán Cortés hasta Winston Churchill.

En noviembre de 2010 el gobierno de José Luís Rodríguez Zapatero escenificó un enfrentamiento entre un colectivo de trabajadores: los controladores aéreos de AENA y la patronal, en este caso la Administración, que tenía como jefe al inefable José Blanco. La mayor parte de la población de este país aplaudió con las orejas la firmeza de un gobierno frente a unos súper privilegiados millonarios.
Posiblemente el carácter ancestralmente envidioso de los españoles y la inestimable colaboración de la prensa decantaron el partido a favor de la patronal-Administración. Creo que ese fue el primer acto de lo que seguiría a continuación, una especie de ensayo nuclear, nuestro particular Hiroshima. Se propició el primer enfrentamiento entre trabajadores; entre un colectivo ciertamente muy bien pagado y el resto. Y funcionó.

El segundo acto de esta misma estrategia llegó con los funcionarios. Esos otros trabadores privilegiados cuyo mayor pecado, aunque no el único, es poseer un puesto de trabajo para toda la vida.
También resultó. La incomprensión y/o la envidia del resto de trabajadores hacia ese colectivo posicionó al grueso del resto de trabajadores contra los empleados públicos.
Más tarde llegarían otros enfrentamientos, también orquestados desde el poder, entre distintos colectivos de trabajadores (trabajadores contra parados, trabajadores fijos contra trabajadores eventuales, trabajadores contra jubilados, autóctonos contra inmigrantes, etc.)

La vieja estrategia del divide y vencerás. Mientras, allá arriba está el verdadero enemigo: esa entente formada por el poder financiero, la banca, y las grandes corporaciones. Desde sus despachos decorados con cuadros con escenas de caza – ¡qué lograda ironía!-, desde sus poltronas de piel, dictan a las instituciones políticas lo que deben hacer, es la democracia.

En realidad, el enfrentamiento –y cuando antes nos demos cuenta mejor- es entre el mundo del trabajo y el del capital. En los años setenta las rentas de trabajo llegaban a un 72,4 % del PIB en España. En 2012, por primera vez en la historia en este país las rentas de capital superan a las rentas de trabajo, o sea, la tasa de beneficio de las empresas supera en porcentaje del PIB a los salarios. Eso es sencillamente escandaloso.

Así pues, no nos confundamos de enemigo. Los culpables de la crisis no son los funcionarios, ni los viejos que no se mueren ni a tiros. Tampoco los inmigrantes –que contrariamente a lo que mucha gente piensa- son necesarios en nuestra envejecida sociedad. Los culpables son los señores que ostentan el verdadero poder: los grandes magnates de las finanzas y del gran capital.

Si me tiran de la lengua, les diré que ni siquiera la culpa es de ellos; al final el problema, como dijo Marx, es del propio sistema, del capitalismo. Pero eso ya es materia para otro post.