Voy a relatar algo que me sucedió
hace unos días.
Suena el timbre y levanto el interfono.
Al otro lado, una voz de hombre que desconozco pregunta por mí (con mi nombre
completo), y dice que han intentado contactar conmigo desde hace seis meses por
un error en mi factura del gas. Le franqueo la puerta del edificio y sube. Es
un joven de unos treinta años, acompañado de otro joven que, como me diría más
adelante, está aprendiendo.
Me muestra en una tablet una
factura de ejemplo para que entienda lo que le ocurre a mi factura. Según él hay
un error en la misma: me estarían facturando dos empresas distintas (Gas
natural y FECSA Endesa), y si no soluciono el problema en el plazo de dos días,
se entenderá como una renovación con ambas por un año más. Todo me suena muy
extraño; le digo que no entiendo nada. Me dice que si le muestro mi factura me
lo explicará. Le digo que no la tengo a mano, lo cual es cierto pues las recibo
por correo electrónico, pero, en ningún caso –pienso- le mostraría mi factura. Intenta, no obstante, explicar lo que ocurre.
Es todo muy confuso. Estaría –según él- con una comercializadora y con una
distribuidora a la vez, y por eso pago más de lo que debería. Le digo que toda
esta historia me parece muy extraña, pero que, no obstante, comprobaré mis
facturas. También le advierto que en este momento no voy a tomar ninguna
decisión. Se ofrece a pasar en un día o dos para solucionar el problema. Marchan
él y su compinche.
Me ha puesto nervioso. Llamo por
teléfono a la empresa con quien tengo contrato de suministro de gas (Gas
natural). Mientras estoy contando la historia me siento ridículo, cada vez veo
más claramente lo que la empleada me confirma: en mi factura no hay nada
irregular –luego lo comprobé yo mismo-, se trata de un comercial que simplemente
pretende que cambie de empresa suministradora, y por lo visto, no escatima en
estrategias que no es solo que sean éticamente reprobables, sino que además podrían
incardinarse como delito de estafa del Código Penal. En este caso en grado de
tentativa.
¡Qué hijo de puta!
Tengo advertido a mis ancianos
padres de que cuando vengan comerciales ofreciendo cambiar compañía de
electricidad, telefonía, gas, agua, seguros,…que no hagan caso, que ni siquiera
abran la puerta o que los larguen pronto y, por supuesto, que no les
proporcionen ninguna información. Con ello no quiero decir que no pudiesen
obtener mejores precios y/o servicios; es posible que en ocasiones así fuera,
pero resulta tan complicado hoy en día entender todos los términos del contrato,
que ni siquiera yo contrataría nunca nada con ningún comercial que viniese a
casa o que me llamase por teléfono. Antes de cambiar de compañía trato de
buscar toda la información en Internet, lo cual, por cierto, tampoco es siempre
fácil.
Pero volviendo a esta historia,
lo que yo jamás hubiese imaginado es que uno de esos comerciales casi
consiguiera engañarme. En ningún caso hubiera consumado su fechoría, pero sí
logró sembrar dudas con su narración.
Han pasado ya varios días y el
comercial-delincuente no ha vuelto por mi casa, ni volverá. Me hubiese gustado reencontrarme
con él. Lo habría mirado con cara asesina y le habría espetado: cuéntame otra
vez lo del otro día porque no lo acabé de entender, pero esta vez lo vamos a
grabar, por tu propia seguridad…