martes, 20 de septiembre de 2016

Funcionarios, universitarios, ALSA y Darwin

Que vivimos en una sociedad individualista, darwinista, egoísta y estúpida es una realidad cada vez más difícil de soslayar. Sirva de ejemplo lo que cada mañana sucede en la parada de autobús interurbano de la Avenida de la Costa (P. de bus Continental), en Gijón.

La imagen es la siguiente: de un lado se forma una cola, perfectamente perceptible y disciplinada de individuos que esperan el autobús de la mañana (Gijón-Oviedo). La mayoría, probos funcionarios y otros trabajadores cuya media de edad debe rondar los cuarenta y tantos años, y entre los cuales se encuentra quien suscribe estas letras. De otro lado se va formando una mancha difusa e  informe de jóvenes –media de edad: 20 años- que se agolpan para asaltar el autobús –perdón, el ALSA- tan pronto llegue.
Hubo tiempo no muy lejano en que ALSA practicaba una especie de Apartheid. Segregaba a su clientela según sus actividades: trabajadores (funcionarios o no), por un lado, y estudiantes universitarios, por el otro. Cada grupo disponía de su propio autobús, y las rutas eran ligeramente distintas. Era una división más “de hecho” que “de Derecho”, pues el billete es el mismo, y a nadie se le podía negar el acceso a cualquiera de los autobuses, ¡faltaría más! El sistema, sin embargo, funcionaba aceptablemente.

Los estudiantes no son tontos, por algo son estudiantes, y se percataron de que el ALSA de funcionarios pasaba un poco antes y de que el recorrido era más directo. Entonces empezaron a colonizar aquel territorio rodante tradicionalmente reservado a los adultos trabajadores. Nada que objetar si esos jóvenes sobradamente preparados aprendieran que en el mundo civilizado de los adultos, cuando varios individuos desean acceder a un bien o servicio a un mismo tiempo, suelen colocarse uno detrás de otro en orden de llegada, y formando lo que se denomina “cola”. Alguien debería decirles que una cola no es un fenómeno extraño y caribeño, y que aquí, en la superdesarrollada y engreída Europa, también se da.

Las colas están para ser respetadas, pero ellos no lo saben, pobres…Víctimas, probablemente, de esta sociedad individualista y desalmada, no dudan en desplegar sus codos y carpetas para asegurarse un asiento en el autocar de turno. Los adultos, como son más maduros, no entran a trapo y entran cuando pueden, o sea, cuando las hordas de estudiantes ya han colonizado el autobús. Problema: (y ahora es cuando he reservado unas palabritas para ALSA) Esta empresa, receptora de suculentas subvenciones y poseedora del monopolio de autocares en Asturias parece no prever las necesidades de movilidad de la población que diariamente realiza viajes pendulares entre las tres mayores ciudades de Asturias (Gijón, Oviedo y Avilés). Sea por incompetencia o por minimizar gastos -y maximizar beneficios-, el caso es que diariamente decenas de individuos quedan abandonados en las paradas como perros sarnosos. En el mejor de los casos un autocar escoba recogerá los restos, pero en ocasiones, ni siquiera eso.

Yo hoy me quedé a las puertas de entrar en mi autobús. No hay más plazas –zanjó la conductora-, pero, ¡no hay derecho! –clamé indignado- ¡He llegado mucho antes que muchos de esos que están ahí sentados y he guardado cívicamente cola! La conductora se encogió de hombros mientras nos cerraba las puertas a mí y a otros damnificados. Y esto pasa día sí, día también…

Conclusión: un cero para aquellos estudiantes que no respetan las colas, y otro para ALSA  por no ofrecer un servicio de calidad para un derecho ciudadano.


jueves, 8 de septiembre de 2016

¿Sois catalanes?




 "Arribarà un dia que els catalans, pel sol fet de ser catalans,
 anirem pel món i ho tindrem tot pagat"
Francesc Pujols

Ayer volvió a ocurrir. Estábamos mi mujer y yo en Luanco, un precioso pueblecito de la costa asturiana, y en un descuido mío la encuentro hablando con unos desconocidos. Mira, Toni, son catalanes –me dice señalando a unos especímenes de homo sapiens que la rodean. Un macho y una hembra de unos treinta años, y un cachorro de unos tres. Me acerco e interactuamos unos minutos; luego los dejamos marchar.
Laura me comenta que le ha vuelto a ocurrir. Resulta que, sistemáticamente, cada vez que hallamos catalanes en Asturias, es decir, fuera de su hábitat natural, que es Catalunya, observa en los mismos una reacción extraña al ser preguntados si son catalanes. Ella esperaría una respuesta espontánea, franca y desacomplejada; y, sin embargo, percibe, sutilmente, que el interfecto o interfecta se siente incómodo, diríase desconfiado, como si temiese que la pregunta escondiera intenciones aviesas.
¡Por qué esa desconfianza! Clama ella desconsolada. Tú quizás no lo entiendas –le digo- pero yo lo comprendo perfectamente. Ser asturiano no es ninguna tara, vosotros caéis bien en toda España, no sois peligrosos, pero ser catalán es diferente…
En nuestro hábitat natural, que va desde el Este del río Cinca  hasta el Mediterráneo, nos sentimos fuertes. Pero cuando abandonamos nuestro territorio, y nos adentramos en la piel de toro, entonces nos sabemos vulnerables. Dicen los estudios sociológicos que los catalanes somos los ciudadanos españoles que más antipatía, con diferencia, despertamos entre el resto de españoles. Incluso cuando la ETA asesinaba, las encuestas del C.I.S. decían que los catalanes caíamos aun peor que los vascos, segundos en el ranking. Los prejuicios, parece, son mejores detonantes del odio que las bombas. 
En los últimos tiempos, con eso que dicen del desafío separatista, las manías inveteradas se han hecho crónicas.
Por todo ello no es de extrañar la reacción de perplejidad de un catalán al ser abordado amablemente por una española en “territorio comanche”. A los ojos de ese catalán, escaldado ya por tantos y estúpidos recelos, es como si el coronel Custer quisiera invitar a un trago de Whisky  a Caballo Loco. Lógico que el buen Sioux desconfíe, ¿no? Pues eso.