Que vivimos en una
sociedad individualista, darwinista, egoísta y estúpida es una realidad cada
vez más difícil de soslayar. Sirva de ejemplo lo que cada mañana sucede en la
parada de autobús interurbano de la Avenida de la Costa (P. de bus
Continental), en Gijón.
La imagen es la
siguiente: de un lado se forma una cola, perfectamente perceptible y
disciplinada de individuos que esperan el autobús de la mañana (Gijón-Oviedo).
La mayoría, probos funcionarios y otros trabajadores cuya media de edad debe
rondar los cuarenta y tantos años, y entre los cuales se encuentra quien
suscribe estas letras. De otro lado se va formando una mancha difusa e informe de jóvenes –media de edad: 20 años-
que se agolpan para asaltar el autobús –perdón, el ALSA- tan pronto llegue.
Hubo tiempo no muy
lejano en que ALSA practicaba una especie de Apartheid. Segregaba a su
clientela según sus actividades: trabajadores (funcionarios o no), por un lado,
y estudiantes universitarios, por el otro. Cada grupo disponía de su propio autobús, y las rutas eran
ligeramente distintas. Era una división más “de hecho” que “de Derecho”, pues
el billete es el mismo, y a nadie se le podía negar el acceso a cualquiera de
los autobuses, ¡faltaría más! El sistema, sin embargo, funcionaba
aceptablemente.
Los estudiantes no son
tontos, por algo son estudiantes, y se percataron de que el ALSA de funcionarios pasaba un poco antes y de
que el recorrido era más directo. Entonces empezaron a colonizar aquel territorio
rodante tradicionalmente reservado a
los adultos trabajadores. Nada que objetar si esos jóvenes sobradamente preparados aprendieran que en el mundo civilizado de
los adultos, cuando varios individuos desean acceder a un bien o servicio a un
mismo tiempo, suelen colocarse uno detrás de otro en orden de llegada, y
formando lo que se denomina “cola”. Alguien debería decirles que una cola no es
un fenómeno extraño y caribeño, y que aquí, en la superdesarrollada y engreída Europa,
también se da.
Las colas están para
ser respetadas, pero ellos no lo saben, pobres…Víctimas, probablemente, de esta
sociedad individualista y desalmada, no dudan en desplegar sus codos y carpetas
para asegurarse un asiento en el autocar de turno. Los adultos, como son más
maduros, no entran a trapo y entran cuando pueden, o sea, cuando las hordas de
estudiantes ya han colonizado el autobús. Problema: (y ahora es cuando he
reservado unas palabritas para ALSA) Esta empresa, receptora de suculentas
subvenciones y poseedora del monopolio de autocares en Asturias parece no
prever las necesidades de movilidad de la población que diariamente realiza
viajes pendulares entre las tres mayores ciudades de Asturias (Gijón, Oviedo y
Avilés). Sea por incompetencia o por minimizar gastos -y maximizar beneficios-,
el caso es que diariamente decenas de individuos quedan abandonados en las
paradas como perros sarnosos. En el mejor de los casos un autocar escoba recogerá
los restos, pero en ocasiones, ni siquiera eso.
Yo hoy me quedé a las
puertas de entrar en mi autobús. No
hay más plazas –zanjó la conductora-, pero, ¡no hay derecho! –clamé indignado- ¡He
llegado mucho antes que muchos de esos que están ahí sentados y he guardado
cívicamente cola! La conductora se encogió de hombros mientras nos cerraba las
puertas a mí y a otros damnificados. Y esto pasa día sí, día también…
Conclusión: un cero
para aquellos estudiantes que no respetan las colas, y otro para ALSA por no ofrecer un servicio de calidad para un
derecho ciudadano.
Hola Toni.
ResponderEliminarHe disfrutado leyendo tu entrada sobre las colas para subir al autobús, y los codazos y carpetas de los estudiantes para colonizar los asientos.
¿Habrá que esperar al teletransporte individual y así evitar todos los inconvenientes propios de lo público?
Un abrazo.
Laura Nieto