lunes, 26 de octubre de 2020

Toponimia sentimental: Luanco-by-the-sea

 


De no ser por las medidas del Gobierno de Asturias para frenar el avance del bicho, este sábado habríamos pasado el día en Luanco. El cierre perimetral del núcleo urbano de Gijón condena a los gijoneses a arracimarnos durante al menos dos semanas en una superficie no superior a la de un campo de fútbol. Bueno, vale, puede que exagere.

En estos tiempos de zozobra, desasosiego e incertidumbre,  Luanco se ha convertido para mi mujer y para mí en una suerte de remanso de paz y felicidad. Qué frase más cursi, ¿verdad?

Dice mi suegro que Asturias es triste, y no seré yo quien le quite razón. Asturias - el norte de España en general- es bello, pero la suya es una belleza húmeda y melancólica. Luanco, sin embargo, rompe con ese cliché; es una villa alegre y coqueta que flirtea incansablemente con el mar. Si estamos contentos acrecienta nuestra alegría, y si nos encontramos  mohínos nos reconforta. Tiene un efecto sedante, hipnótico y placentero que no encuentro en ningún otro lugar de esta región.

Yo no conocí la villa pesquera que debió ser en un pasado. El turismo, que tantos estragos ha producido en el paisaje, modificó también en Luanco su fisonomía y su vocación. Pero, por lo general, el turismo en el Cantábrico no ha sido tan devastador como en la costa mediterránea, y Luanco conserva su tradicional casco antiguo. Una de las imágenes icónicas de la villa marinera es la iglesia de Santa María -nombre original donde los haya- que, como en Colliure, parece emerger del agua. El muelle viejo, con sus sidrerías, el paseo que rodea la iglesia y sigue junto a la playa, el parque de Peroño y las vistas desde el área recreativa, también en Peroño, forman parte ya de mi acervo sentimental.

Pasar un día festivo en Luanco se ha convertido para nosotros en una feliz costumbre. Como nos priva comer al aire libre –debe ser por lo mucho de animal que aún hay en nosotros- acostumbramos a llevarnos la comida. Una par de hamacas y una mesa plegable del Carrefour desplegadas en el área recreativa de Peroño nos permite disfrutar de unas vistas magníficas mientras comemos.

Tras la comida, una buena lectura y el tímido reclinar de la hamaca que, en ocasiones, provoca una no buscada (o sí) cabezada. Cuando despiertas descubres que lo que tienes enfrente no es un sueño aunque lo parezca, es Luanco…


sábado, 23 de mayo de 2020

La banderita




“Banderita tu eres roja
Banderita tu eres gualda
Llevas sangre, llevas oro
En el fondo de tu alma”.

Pasodoble  “La banderita”



Me pregunto si habrá un país en el mundo donde los símbolos nacionales conciten entre sus ciudadanos un abanico de reacciones tan diversas, matizadas y, en no pocas ocasiones, tan enfrentadas como en España.

No hace falta echar la vista atrás muchos años para recordar que en este país la enseña nacional colgaba flácida y mansamente en edificios oficiales, escuelas, oficinas de Correos,…Había que fijarse mucho para darse cuenta de su presencia, y la mayoría de nosotros andamos muy distraídos por la vida. En pocos años ese paisaje urbano y gris se tiñó de colores.

Capítulo I: El Cid Campeador. Al gobierno de Aznar y a su cruzada contra ETA y el nacionalismo vasco le debemos ese primer impulso nacionalizador de la etapa democrática en un país donde el nacionalismo español permanecía aletargado desde la muerte del dictador. Su estrategia le proporcionó no pocos votos. Calentando motores.

Capítulo II: Evasión o victoria. La segunda ola nacionalizadora llegó de los pies de Iniesta y compañía, con un futbol que enamoraba y seguramente sin pretenderlo, desempolvaron las banderas en muchos hogares de la piel de toro. Otros éxitos de deportistas españoles elevados a la categoría de héroes por las voces cavernosas de Matías Prats, los Manolos & company hicieron el resto. Velocidad de crucero.

Capítulo III: Con él llegó el escándalo. La tercera ola nacionalizadora llegó por el frente del Este.  ¡Ay, los catalanes, siempre tan díscolos! ¿Por qué les costará tanto ser buenos españoles? ¿Quién dijo que Barcelona había que bombardearla cada 50 años? Razones diversas que no vienen al caso crearon el caldo de cultivo, y Artur Mas, un político serio, hizo creer que la independencia era posible. Puigdemont puso els pebrots (en catalán “pimientos”, pero mejor traduzcan por “cojones”). La historia del Procés ya la conocen. A toda máquina.

Hasta aquí la ausencia de una asimilación total y sin complejos de los símbolos nacionales por los sempiternos conflictos territoriales. Y es que España, como nación, quedó a medio hacer, podríamos decir que le falta un  hervor. No se enfaden todavía, aún hay más.

La crisis del coronavirus ha vuelto a descolgar banderas españolas de las ventanas. De la mía no, claro. Y lo digo sin acritud: ¿qué pintan las banderas de un país, el que sea, en la lucha contra un bicho tan cosmopolita como un coronavirus? Que alguien me lo explique, por favor, no entiendo nada.

La última explosión de banderas españolas (con sus variantes históricas excepto la republicana): la revuelta de los privilegiados del barrio de Salamanca de Madrid y similares en otras ciudades. Sin entrar en lo más grave del asunto: poner en riesgo la salud pública con la aquiescencia, cuando no compadreo, de las fuerzas del orden, ¿qué sentido tienen las banderas españolas para exigir lo que ellos llaman libertad? Estos indignados (no confundir con los del 15-M) deberían lavarse la boca tras pronunciar tan bella palabra.

La derecha de este país ha hecho de la bandera rojigualda su sayo. Si en el inconsciente colectivo asociamos la bandera española actual a una determinada visión de España, más o menos centralista, y a una ideología política que carga a la derecha -dígaselo a su sastre-,  es obvio que sus defensores no pueden pretender que los que no comulgamos con sus ideas asimilemos acrítica y placenteramente esos símbolos. Y es que esa bandera, ese escudo y ese himno para muchos ciudadanos españoles tienen una carga ideológica muy pesada y, a menudo, demasiado odio para cargar con ellos. No sé qué hace falta para que lo entiendan…O tal vez ya les va bien no entenderlo




viernes, 10 de abril de 2020

L´amour et la haine (Lola II)


Je n'oublierai jamais le jour où Marcel m'a présenté à Lola. Ils faisaient un couple parfait, il semblait qu'ils étaient faits l'un pour l'autre. On aurait dit qu'ils allaient manger le monde, que rien ne pouvait les arrêter. Elle n'était pas exactement belle, mais possédait un magnétisme qui séduisait ceux qui l'entouraient, hommes et femmes. Petite blonde à lunettes, cheveux courts et raides, et un sourire immuable. Marcel était le centre du monde jusqu'à l´apparition de Lola. C'était difficile d'éclipser Marcel et pourtant Lola…
Intelligente, cultivée, drôle, audacieuse, généreuse…C´était Lola.
Bien sûr, Marcel et moi avions rencontré des filles, rien d'important, mais j'ai tout de suite réalisé que Lola était différente. Elle avait osé s'immiscer dans nos vies, elle m'avait relégué à un simple comparse, et pourtant elle a toujours été si gentille avec moi. Je ne pouvais pas la détester même si je mourais d'envie.  Je l'aurais tuée de mes propres mains si j'avais eu le courage de le faire. L'idée de la voir tous les jours dans les bras de Marcel, de voir comment ils s'embrassaient, je ne pouvais pas le supporter. Ainsi donc, j´ai décidé, petit à petit, de m'éloigner d'eux. L´amour et la haine sont deux faces de la même pièce. La réalité est toujours plus compliquée, les choses ne sont pas aussi simples que dans les films hollywoodiens. La vraie vie est pleine de nuances et de contradictions et parfois nous ne nous rendons compte que trop tard.

jueves, 2 de abril de 2020

Angoisse


Angoisse. Oui, je crois que «l'angoisse» est le mot qui définit le mieux les sentiments qui m'ont saisi depuis que l'isolement de la population a été décrété. Ce n'est que le quatrième jour, mais j'ai déjà perdu le compte du jour où nous vivons; Je dois vérifier le calendrier pour m'assurer du jour où je vis car tous les jours sont les mêmes. Bien sûr, on essaie de profiter du temps pour faire des choses en suspens, si l'on peut parler de "choses en suspens" quand la vie prend une autre dimension. Le simple fait de faire les courses est devenu une bénédiction du ciel puisque c'est l'une des rares possibilités d'accéder à la liberté qu'offrent les rues vulgaires de notre quartier. Ma femme et moi nous disputons constamment pour faire les courses, c´est drôle quand même.
Je me suis toujours considéré comme une personne casanière, et pourtant, maintenant je donnerais un doigt pour flâner en toute impunité à travers ma ville morte. Et le pire, c'est que personne ne sait combien de temps cela peut durer : un mois, deux mois, qui le sait…
Je n'ai jamais pensé que je pourrais envier les maîtres qui ont un chien pour se promener.


domingo, 22 de marzo de 2020

CORONA VUELING



Hace unos días recibo un email de Vueling comunicándome que mis vuelos de Semana Santa a Barcelona están cancelados por la crisis del coronavirus. En ese email me ofrecen dos alternativas: cambiar mi vuelo para uno anterior o uno posterior hasta 60 días abonando la diferencia si es más caro (si es más barato no devuelven nada, faltaría más), o bien el reembolso. No tengo dudas, ya en la página web de Vueling le doy a la opción de “Reembolso”. Voy aceptando varias páginas para hacer ese trámite. Debo decir que en todo momento sólo se menciona la palabra reembolso, sin ninguna información adicional, por lo que cualquier observador imparcial, creo, tenderá a dar por sentado que te van a devolver el dinero. El trámite es muy sencillo, realizado con éxito –me dice la web- y añade que recibiré un email de confirmación.

A continuación recibo un email en el que dice textualmente: “Si su solicitud es de reembolso, recibirá un correo electrónico en los próximos 10 días con un bono por el importe total de su reserva para usar en su próximo viaje. El cupón es válido para todas las compras a través de la página web de Vueling hasta el 31 de diciembre de 2020.” 

¡Eh! ¿un bono? ¿que además caduca este mismo año? Que hijos de puta, pienso. Sinvergüenzas, estafadores, y otras lindezas que prefiero no reproducir aquí. El mismo email me ofrece la oportunidad de responder: “Por favor, utilice esta referencia para futuras consultas sobre este caso, o responda a este mismo correo electrónico.”

Respondo al correo exigiendo la pasta, la guita, la plata, el parné, el dinerito contante y sonante. No lo digo con estas palabras, por supuesto, pero se me entiende todo.
Inmediatamente recibo un email que no dice nada sustantivo, que no aclara, donde se dice que puedo gestionar mi reserva en la página web (lo intento pero no hay posibilidad de solicitar el dinero).

Yo, incombustible, insisto con otro correo. Automáticamente recibo otro email donde me dice literalmente: Tras haber dado  resolución a su reclamación en nuestro anterior escrito, hemos vuelto a revisar el caso que nos ocupa, comprobando nuevamente que nuestra compañía actuó en todo momento conforme a nuestras Condiciones de Transporte y a la Normativa Europea vigente de Navegación Aérea.

¡¿Que han vuelto a revisar el caso?! ¡Pero si no ha dado tiempo, mamones! Si me habéis respondido ipso facto.

El mecanismo está claro. Es obvio que ningún ser humano lee los emails de reclamación, no he conocido a nadie que lea tan rápido. El programa está configurado para responder automáticamente con mensajes vagos, genéricos,  y siempre denegatorios. Ni siquiera disimulan dejando pasar unas horas.

Estoy convencido que si les escribiera un email con cualquier escrito, por ejemplo, “En un lugar de la Mancha de cuyo nombre…”, la respuesta sería la misma. Y si les escribiera un texto del siguiente tenor: “Yo, (mi nombre), en pleno uso de mis facultades mentales deseo legar todos mis bienes a la compañía VUELING AIRLINES,…” también en ese caso responderían: “Una vez más, lamentamos no poder proceder a su petición en los términos que usted nos solicita. Por ello, procederemos a cerrar el caso dando por finalizada la tramitación del mismo.”

En fin, esto es lo que hay.

domingo, 2 de febrero de 2020

Librerías



En el barrio de La Arena de Gijón, donde bajo los adoquines está la playa,  había una pequeña librería que se llamaba…bueno, no recuerdo su nombre. Hacía esquina, y cada vez que pasaba por ella me detenía en el escaparate para curiosear libros de la misma manera que otras personas se paran frente al aparador de una zapatería o de una tienda de ropa. Tal vez entré alguna vez, pero lo que es seguro es que nunca compré. Y cerró. Ahora, cada vez que paso por esa esquina, el aspecto desolado de la tienda me produce tristeza y remordimiento…si hubiese comprado algún libro…

Hace poco abrieron otra librería en una calle no muy lejana de la anterior. Tal vez fue una reencarnación, pues es bien sabido que los libros tienen alma. Un día entré para echar un vistazo, me gustó, pero marché sin comprar nada. Hay muchos libros que quiero leer, pero hace tiempo mi mujer me dio un ultimátum: ¡los libros o yo, los dos no cabemos en esta casa! Y ya se sabe que ante la duda…Además, hay otra razón por la que no suelo comprar libros: soy un pertinaz usuario de bibliotecas públicas, modestia aparte, así que casi todo lo que consumo vía ocular es de propiedad pública. Sin embargo, a veces, como a todo mortal, me gusta darme un capricho. Había leído excelentes críticas de un ensayo sobre China titulado Roja y gris: Andanzas y tribulaciones de un joven corresponsal en China, de Javier Borràs Arumí, así que ayer sábado decidí acudir a esa librería con objeto de hacerme con él. Pregunté directamente al librero; conocía el libro (albergo serias dudas de que un empleado de la librería de El Corte Inglés supiese de su existencia), lo tuvo –me dijo- pero no le quedaba ningún ejemplar. Con cara compungida, casi pidiendo disculpas, me dice que podría pedirlo, pero que hasta el viernes próximo no le llegaría pues esa editorial no sirve con rapidez. Le digo con una sonrisa que no tengo ninguna prisa, que me lo encargue.

Cuando salí de la tienda me dio que pensar, y lo comenté con Laura, la decepción que parecía sentir el librero por no poder ofrecerme el libro con mayor premura. El caso es que una espera de seis días para un libro – ¡si fuese un fármaco (o droga)!- no me parece que sea un plazo inasumible. Reflexioné que en aras de una eficiencia mal entendida, todos nos hemos contagiado de ese síndrome Amazon por el que una espera de más de 24 horas por cualquier bagatela resulta inaceptable. Rara vez se cuestiona un modelo de negocio que explota salvajemente a los empleados, que deben atender las comandas a golpe de cronómetro y en tiempo record, literalmente.