sábado, 25 de septiembre de 2010

CERRADO POR FALTA DE PERSONAL

Ayer 24 de septiembre a las 13:30 publicaban en la Escuela Oficial de Idiomas de Gijón las notas finales de los exámenes oficiales.
Debí llegar sobre las tres y media -cuando me fue posible- y extrañamente me encontré la escuela cerrada. Un cartel aclaratorio rezaba: “Cerrado a partir de las 15:00 por falta de personal los días 24, 27, 28, 29 y 30 de septiembre”. Sentí la decepción de no conocer cuál había sido mi nota de inglés. ¿Tendría que esperar al lunes –¡con un interminable fin de semana de por medio!- o tal vez algún compañero o compañera habría conocido los resultados y me informaría?
Pero lo cierto es que rápidamente dejé de pensar en mi problema y me solidaricé con los empleados que habían cerrado la Escuela, imagino que hartos de pedir más personal. Pensé que habían elegido cerrar el edificio en el momento que más iba a extorsionar al alumnado: ese viernes 24, cuando muchos estudiantes nos toparíamos con el candado de la incertidumbre en la verja.
Ya digo que mi primera reacción fue de admiración ante la medida de los trabajadores: “han sido valientes”, pensé. Estaba decidido a presentar un escrito de queja ante la Administración, una queja que, por supuesto, no iría dirigida contra el personal no docente de la escuela sino contra la propia Administración por no ofrecer un servicio adecuado.
Ahora que escribo estas líneas, me pregunto si el cierre del edificio fue iniciativa espontánea de unos trabajadores hartos de no ser escuchados en sus demandas o si, tal vez, se hizo con el beneplácito y la indolencia de la Administración.
En cualquier caso, los efectos de los recortes en gasto social, en este caso en Educación, ya son visibles. Lo peor, no obstante, no es que estos días la escuela se cierre por las tardes -que ya es un fastidio- sino que para este curso se ha reducido el número de profesores, la oferta horaria y el número de horas lectivas, mientras que, por otro lado, se ha ampliado la ratio de alumnado por aula.
Medidas similares se han tomado en la enseñanza obligatoria y bachillerato. Por poner un ejemplo: el Instituto Calderón de la Barca, de Gijón, va a contar en su plantilla con 17 profesores menos que el curso anterior, y más alumnos matriculados.
Consecuencia previsible: hacinamiento en las aulas, pérdida de calidad de la Enseñanza, empeoramiento de las condiciones laborales de los profesores, dificultades para atender a la diversidad, etc.
¿De verdad este es el camino a seguir?

domingo, 12 de septiembre de 2010

El síndrome posvacacional según Javier Ortiz

Aunque hace ya unos días que me reincorporé al trabajo y sufrí eso que llaman el síndrome posvacacional, me apetece ahora recuperar de la memoria un artículo del gran Javier Ortiz sobre este presunto síndrome.
Sin más preámbulos "El síndrome posvacacional" by Javier Ortiz. He resaltado en negrita frases que me parecen geniales.


EL SÍNDROME POSVACACIONAL

Buena parte del personal llega al final de las vacaciones y regresa a sus ocupaciones laborales o de estudio. No lo hacen ni las mujeres dedicadas al trabajo doméstico (las amas de casa, que se les suele llamar, olvidando que la mayor parte de las veces las casas no tienen ama, sino amo, y que muchas de ellas carecen de vacaciones, porque durante el verano les toca seguir trabajando para que el resto de la familia no dé un palo al agua), ni quienes carecen de empleo, ni quienes han llegado a la edad del júbilo (o sea, a la jubilación), ni quienes no han tenido vacaciones en agosto, sea porque las tuvieron antes, porque las van a tener ahora o porque no las tienen nunca.
En fin, que vuelven muchos al trabajo asalariado, y casi todos regresan con una cara que llega hasta el suelo, abatidos, desganados y melancólicos, situación que los psicólogos al uso califican de síndrome posvacacional.
Mi tesis es que el llamado síndrome posvacacional no es ningún síndrome, sino una reacción sana y lógica de las personas que durante unas cuantas semanas se han ido situando en condiciones de juzgar con alguna distancia el absurdo alienante que encierra el grueso de la actividad profesional que desarrollan a lo largo de casi todo el año.
No todo el mundo odia su trabajo. Algunos tenemos la fortuna de dedicarnos a una actividad con la que disfrutamos. Por eso no paramos de trabajar durante las vacaciones, aunque bajemos el pistón. Gozamos haciéndolo, e incluso nos frustraría no hacerlo.
Los hay que aman también su profesión, pero odian el modo en el que tienen que ejercerla. He conocido a muchísima gente así en el gremio periodístico. Les gusta escribir, pero no lo que les mandan que escriban. Eso les echa para atrás, incluso.
En idéntica categoría hemos de situar a muchísimos profesionales de las más diversas ramas. Todos amantes de su profesión u oficio; todos cabreados con la manera en la que deben llevarlo cada día a la práctica para que les paguen a fin de mes.
Hay que contar también con el efecto deprimente acumulado que acarrea padecer la obligación de perder una parte sustancial del día yendo y viniendo de casa al centro de trabajo y del centro de trabajo a casa. Y con los devastadores efectos psicosomáticos de las comidas a salto de mata en cualquier sitio.
Concluyo: se llama síndrome posvacacional al tiempo que tarda una persona medianamente lúcida en resignarse a su destino mediocre y dejarse vencer por los efectos anestésicos de la rutina.
Leí hace años que los prisioneros de los campos de exterminio nazi organizaban partidos de fútbol, unos contra otros, para entretenerse mientras les llegaba la hora de acudir a la cámara de gas. Comprendí que los humanos somos capaces de amoldarnos a todo.

Artículo publicado en El Mundo el 1 de septiembre de 2005

sábado, 4 de septiembre de 2010

Raimon Panikkar


El pasado 26 de agosto falleció en Tavertet, un pueblecito del Pre-Pirineo catalán, el filósofo y teólogo Raimon Panikkar. Tenía 91 años.
Poseía una sólida formación intelectual; tres licenciaturas: Química, Filosofía y Teología, con sus respectivos doctorados. Hijo de madre catalana y padre indio hablaba catalán, castellano, francés, inglés, alemán, italiano, hindi, sánscrito, latín y griego. El hebreo –decía- lo había sabido pero ya lo había olvidado. Impartió la docencia en diversas universidades del mundo. Vivió un cuarto de siglo en la India, algunos años en Estados Unidos, y en su regreso a Catalunya se estableció en Tavertet. Allí vivía sin televisión ni radio, y tenía tantos libros que no se sabía si la casa la sostenían las piedras o los libros.
Su pensamiento recoge frutos de Oriente y de Occidente. En lo religioso del hinduismo, el budismo y el cristianismo.
Hace unos días, a raíz de su muerte, leí el libro “El matí amb Raimon Panikkar”. Se trata de la transcripción de una serie de entrevistas que durante varios años concedió Raimon Panikkar al periodista Antoni Bassas en un popular programa de Catalunya Ràdio. En las mismas se tratan distintos temas de actualidad como la invasión de Irak, el terrorismo, la violencia o el estrés.
Las opiniones de Panikkar son en todo momento profundas, inteligentes, sensibles,…
Respeto, tolerancia, diálogo son bellas palabras que no suenan vacías en boca de Panikkar.
Descanse en paz.