sábado, 30 de abril de 2016

La piel quemada

La había visto hace muchos años, y el otro día la pasaron por La 2 y la volví a ver. Me conmoví con los ojos de quien se siente emocionalmente muy cercano a los escenarios y a la temática de la película.
Me parece que “La piel quemada”, de Josep Maria Forn, es una obra maestra no suficientemente reconocida. No es un documental, pero podría serlo. Es un retrato preciso, desgarrador y sublime de una época cargada de contrastes. Contrastes culturales, económicos, morales, lingüísticos…
La acción se sitúa en la España de los años sesenta. Una familia andaluza escapa de la miseria de su tierra para buscarse la vida en  una Cataluña desarrollada económicamente, y en donde empieza a despegar el fenómeno del turismo.
Las comunidades retratadas, los inmigrantes pobres, los catalanes autóctonos y los turistas europeos, forman los ingredientes de un cóctel explosivo. No quiero a desvelar el hilo narrativo.
Para mí la película tiene connotaciones que me golpean especialmente. Con un padre catalán y una madre andaluza, no puedo evitar sentirme heredero de ambas comunidades, de ambas “culturas”. Aunque mi madre emigró por amor –yo más bien diría enamoramiento- tengo familia andaluza que perfectamente podría haber protagonizado la película.
Rodada en Lloret de Mar –en el Lloret de los años sesenta, claro- no he podido dejar de tratar de adivinar los distintos escenarios donde se rodó la película: sus calles, atestadas de comercios y de turistas, sus hoteles que me parece – y seguro que me equivoco- reconocer, la preciosa iglesia de Sant Romà, etc.
Y también me emocionaron las imágenes del recorrido en un destartalado autobús de línea que seguía la carretera de la costa del Maresme. Pude reconocer el puerto de Arenys de Mar y su paso por Calella.
Todo en blanco y negro, como era aquella época…
No sé durante cuánto tiempo se podrá visionar a través de este link, pero si les apetece disfrutar de esta joya, ahí lo tienen:




domingo, 3 de abril de 2016

Aliter dulcia: una experiencia inolvidable…para no volver

Al principio de la calle San Bernardo de Gijón, cerca del Ayuntamiento, hay una cafetería que podría ser deliciosa si no fuera por el hecho de que no lo es.
Lo más atractivo –lo único- es la estética del local: gran cristalera, colores claros, mobiliario con un toque un tanto rústico, el colorido de unos pasteles que se exhiben sin pudor,…una experiencia para los sentidos, ¡pero qué experiencia! Ahora les cuento.
Lo peor: los camareros. Desconozco si se trata de empleados, propietarios o simplemente saboteadores, pero la atención deja muchísimo que desear. Parece mentira que un lugar tan fino sea atendido por personas tan hoscas.
En sonrisas no gastan, deben reservarlas para días especiales. Al atenderte tienes la sensación de que te están perdonando la vida; pocas palabras, las justas, y una mirada amenazante que parece decir aquí no nos gustan los forasteros.
Por desgracia, en el mundo de la hostelería existe este tipo de camareros. Pero mientras en el bar de la esquina -con sus ensordecedoras máquinas tragaperras,  clientes y televisor compitiendo por ver quien grita más, con los baños en estado de shock y sin papel (¡siempre se acaba cuando le toca a uno!) - como decía, mientras en ese contexto casi se agradece que el camarero te arroje la consumición a la cara, cuando uno acude a un local tan chic, tan fisno, espera otras calidades.
No obstante, hubiese pasado por alto la falta de amabilidad si no fuera por lo que me sucedió ayer por la tarde en Aliter Dulcia.
Estaba paseando con mi querida esposa y decidimos entrar a tomar un café en la cafetería de marras. Antes de sentarnos comprobé que hubiese pación, o sea, prensa diaria. Ya he comentado en alguna ocasión mi afición por hojear la prensa en las cafeterías. No es para mantenerme informado, ya sé que sólo cuentan mentiras, es sólo para distraerme.
Observo que tienen “El Comercio”, “El País” y “El Mundo” y alguna revista. ¡Qué bien! Mierda de primera calidad. Nos quedamos.
Tras hojear “El Comercio” me dirijo al revistero y observo que está totalmente desnudo. Echo un vistazo por las mesas y ni rastro de la prensa. Extrañado, pregunto a los camareros por los periódicos, y –perdonen si pongo cara de estupefacción- me responden que los han retirado. Que los sábados por la tarde los retiran por “política de empresa”, por “rotación de mesas” (sic). ¿Política de empresa? ¿Rotación de mesas? ¡¿qué coño de lenguaje es ese?! ¡¿estoy hablando con Vueling?!
Parece ser –me aclaran con inquina- que hay clientes que se pasan la tarde leyendo los diarios con una consumición e impidiendo que otros clientes (obviamente, no les preocupan los clientes sino la recaudación) ocupen esas mesas. Les hago saber que yo solo pretendo hojear la prensa y no pasarme la tarde en su local, y les exhorto educadamente a que me devuelvan “mis” periódicos. Inflexibles, arrogantes, niegan con la cabeza, los periódicos ya han sido” retirados”. Ahora me acuerdo de Blade Runner.
En estos momentos es cuando más lamento ser educado, la buena educación me pierde, y el lugar de montar un numerito –que es lo que me hubiese apetecido- les respondo con condescendencia y sonrisa impostada: Está bien, va bien saberlo (eso de la política de empresa, y de la rotación de mesas)…para no volver.
Giro con dignidad fingida, apuro el café, pago y marcho para no regresar jamás. Mi política de cliente pasa por no volver allá donde me han tratado mal.



Reflexión post-partido:
Una cafetería es muy libre de tener prensa o de no tenerla. Obviamente, los periódicos pueden ser un señuelo para atraer clientes o convertirse en un engorro para el negocio cuando algún parroquiano se apalanca en una mesa. El mesonero decidirá qué le compensa más. Lo que me parece inaceptable es mostrar la existencia de periódicos y, en medio de la lectura, retirarlos.

¿Cuál es la política de empresa de Atelier Dolcia, aparte de la pésima educación? Disponer de periódicos cuando no hay muchos clientes -la prensa como cebo- y retirarla cuando presumen que va a haber mucho movimiento –la prensa como problema-. Bien, si al menos esa retirada se hiciera discretamente, por ejemplo, cuando no hay clientes, no tendría nada que objetar, pero lo que es a todas luces inadmisible es que te dejen con la lectura a medias (lectio interruptus), con la mierda en los labios. Y ya el colmo es que la pidas, admitan que la tienen escondida, y te la nieguen. ¿Es esa forma de tratar a un cliente?