sábado, 3 de diciembre de 2016

Cuando las máquinas nos alcancen...
















La primera vez que vi en un supermercado uno de esos llamados cajeros autoservicio donde una máquina que, sin intervención divina ni humana, lee precios, permite pagar y devuelve cambio fue en Londres, hace ya algunos años. Cuando lo vi pensé: Oh, my God!... si esto prolifera, se destruirán muchos puestos de trabajo.

Cuando regresé a Asturias no dije nada a nadie no fuera a prender la idea.” What happens in London stays in London”.  Pero fue  inútil, poco después vi otra de esas colas rápidas en un Carrefour de Gijón.

La idea de las innovaciones tecnológicas como destructoras de puestos de trabajo es antigua. Por no ir demasiado lejos en el tiempo, a principios del siglo XIX los llamados luditas, que eran artesanos ingleses, protestaron contra la introducción de máquinas, como los telares industriales, que amenazaban con reemplazar sus puestos de trabajo. Su ira contra las máquinas los llevaba a destruirlas. Esta forma de extorsión ha sido bautizada por el historiador  inglés Eric Hobsbawm con el simpático nombre de  negociación colectiva por disturbio.

Gasolineras sin gasolineros, bancos y servicios financieros on-line, máquinas expendedoras, compras por internet (por ejemplo, Amazon)  son solo algunos ejemplos de cómo sustituir trabajadores por tecnología. En lenguaje económico, reemplazar factor trabajo –que suele ser más caro, conflictivo, enfermizo, absentista, y todo lo que ustedes quieran- por factor capital, que suele ser mucho más agradecido y limpio. 

Algunas personas, todavía con conciencia de clase, tratan de no favorecen esas innovaciones destructoras de empleo, declinando, en la medida de lo posible –que cada vez es menor- ese tipo de servicios o productos. Yo mismo evito los cajeros autoservicio, y busco constantemente el contacto humano…

Sin embargo, me parece que esa es una batalla perdida. Los luditas no acabaron con la Revolución Industrial, como tampoco los campesinos ingleses pudieron evitar que pusieran, literalmente, puertas al campo cuando se extendieron los enclosures. Por otro lado, tampoco me parece que debamos ir en contra, por principio, de la tecnología, al contrario. Me parece que las luchas sociales – e incluyo aquí el desafío de preservar el planeta- debe ir por otros derroteros.

Por ceñirme al tema puestos de trabajo-tecnología. Es cierto que en una primera etapa las innovaciones tecnológicas, no menos que otros factores, destruyen puestos de trabajo. Pero, si  estos son penosos, bienvenida la tecnología, ¿no? Por otro lado, es un hecho que las nuevas actividades crean nuevos puestos; aunque también hay que decir que existe un periodo de adaptación en el que muchos trabajadores son expulsados sin retorno del mundo laboral. Por ejemplo, durante la Revolución Industrial fueron necesarios unos ochenta años para ese reajuste.

Para la mayoría de los mortales, que ni somos ricos ni tenemos previsto serlo en breve, el trabajo asalariado se presenta, en teoría, como la única manera de sobrevivir. ¿He dicho sobrevivir? Qué triste, ¿no? ¡Yo quiero vivir!

La supervivencia en un entorno social –no en uno natural- hostil es un rasgo de nuestra época. Como bien explica Polanyi es su imprescindible “La gran transformación”, en épocas preindustriales era rarísimo que alguien muriese de hambre, a no ser que el hambre afectara a toda la comunidad. Los lazos de solidaridad -en esa época tal vez sería más acertado llamarlo caridad- superaban los estrechos vínculos familiares donde hoy todavía se mantienen. Como diría Margaret Thatcher, la sociedad no existe, solo existen individuos y familias. Durante las últimas décadas de triunfante neoliberalismo, este pernicioso individualismo nos lo han inoculado hasta el tuétano.

Si el único horizonte del común de los mortales es lograr un empleo lo menos precario posible, tenemos un problema. (El problema se llama capitalismo, pero esa es otra historia)
Para tratar de resolver esta problemática existen diversas propuestas, que no son en absoluto incompatibles.

Algunos proponen una Renta Básica Universal para acabar con ese cuello de botella que es el trabajo asalariado, el empleo. Otras propuestas pasan por reducir las horas de trabajo para que puedan trabajar otros. También es posible –y deseable- crear puestos en el hoy herido de muerte Estado del Bienestar. El problema de esto último es decidir quiénes van a sufragar estos servicios. Al sector privado sólo le interesará mientras obtenga beneficios, y ello pasa por más empleos precarios. Además, tiene el problema añadido de que el acceso sólo es posible para quien pueda permitírselo. Si va a ser el sector público –creo que ese es el camino- habrá que aumentar la presión fiscal y de manera progresiva (quien más gana -proporcionalmente- más impuestos debe pagar).

Vaya, empecé hablando de las colas rápidas y termino con la necesidad de impuestos progresivos. ¡Qué coses, ho!


martes, 20 de septiembre de 2016

Funcionarios, universitarios, ALSA y Darwin

Que vivimos en una sociedad individualista, darwinista, egoísta y estúpida es una realidad cada vez más difícil de soslayar. Sirva de ejemplo lo que cada mañana sucede en la parada de autobús interurbano de la Avenida de la Costa (P. de bus Continental), en Gijón.

La imagen es la siguiente: de un lado se forma una cola, perfectamente perceptible y disciplinada de individuos que esperan el autobús de la mañana (Gijón-Oviedo). La mayoría, probos funcionarios y otros trabajadores cuya media de edad debe rondar los cuarenta y tantos años, y entre los cuales se encuentra quien suscribe estas letras. De otro lado se va formando una mancha difusa e  informe de jóvenes –media de edad: 20 años- que se agolpan para asaltar el autobús –perdón, el ALSA- tan pronto llegue.
Hubo tiempo no muy lejano en que ALSA practicaba una especie de Apartheid. Segregaba a su clientela según sus actividades: trabajadores (funcionarios o no), por un lado, y estudiantes universitarios, por el otro. Cada grupo disponía de su propio autobús, y las rutas eran ligeramente distintas. Era una división más “de hecho” que “de Derecho”, pues el billete es el mismo, y a nadie se le podía negar el acceso a cualquiera de los autobuses, ¡faltaría más! El sistema, sin embargo, funcionaba aceptablemente.

Los estudiantes no son tontos, por algo son estudiantes, y se percataron de que el ALSA de funcionarios pasaba un poco antes y de que el recorrido era más directo. Entonces empezaron a colonizar aquel territorio rodante tradicionalmente reservado a los adultos trabajadores. Nada que objetar si esos jóvenes sobradamente preparados aprendieran que en el mundo civilizado de los adultos, cuando varios individuos desean acceder a un bien o servicio a un mismo tiempo, suelen colocarse uno detrás de otro en orden de llegada, y formando lo que se denomina “cola”. Alguien debería decirles que una cola no es un fenómeno extraño y caribeño, y que aquí, en la superdesarrollada y engreída Europa, también se da.

Las colas están para ser respetadas, pero ellos no lo saben, pobres…Víctimas, probablemente, de esta sociedad individualista y desalmada, no dudan en desplegar sus codos y carpetas para asegurarse un asiento en el autocar de turno. Los adultos, como son más maduros, no entran a trapo y entran cuando pueden, o sea, cuando las hordas de estudiantes ya han colonizado el autobús. Problema: (y ahora es cuando he reservado unas palabritas para ALSA) Esta empresa, receptora de suculentas subvenciones y poseedora del monopolio de autocares en Asturias parece no prever las necesidades de movilidad de la población que diariamente realiza viajes pendulares entre las tres mayores ciudades de Asturias (Gijón, Oviedo y Avilés). Sea por incompetencia o por minimizar gastos -y maximizar beneficios-, el caso es que diariamente decenas de individuos quedan abandonados en las paradas como perros sarnosos. En el mejor de los casos un autocar escoba recogerá los restos, pero en ocasiones, ni siquiera eso.

Yo hoy me quedé a las puertas de entrar en mi autobús. No hay más plazas –zanjó la conductora-, pero, ¡no hay derecho! –clamé indignado- ¡He llegado mucho antes que muchos de esos que están ahí sentados y he guardado cívicamente cola! La conductora se encogió de hombros mientras nos cerraba las puertas a mí y a otros damnificados. Y esto pasa día sí, día también…

Conclusión: un cero para aquellos estudiantes que no respetan las colas, y otro para ALSA  por no ofrecer un servicio de calidad para un derecho ciudadano.


jueves, 8 de septiembre de 2016

¿Sois catalanes?




 "Arribarà un dia que els catalans, pel sol fet de ser catalans,
 anirem pel món i ho tindrem tot pagat"
Francesc Pujols

Ayer volvió a ocurrir. Estábamos mi mujer y yo en Luanco, un precioso pueblecito de la costa asturiana, y en un descuido mío la encuentro hablando con unos desconocidos. Mira, Toni, son catalanes –me dice señalando a unos especímenes de homo sapiens que la rodean. Un macho y una hembra de unos treinta años, y un cachorro de unos tres. Me acerco e interactuamos unos minutos; luego los dejamos marchar.
Laura me comenta que le ha vuelto a ocurrir. Resulta que, sistemáticamente, cada vez que hallamos catalanes en Asturias, es decir, fuera de su hábitat natural, que es Catalunya, observa en los mismos una reacción extraña al ser preguntados si son catalanes. Ella esperaría una respuesta espontánea, franca y desacomplejada; y, sin embargo, percibe, sutilmente, que el interfecto o interfecta se siente incómodo, diríase desconfiado, como si temiese que la pregunta escondiera intenciones aviesas.
¡Por qué esa desconfianza! Clama ella desconsolada. Tú quizás no lo entiendas –le digo- pero yo lo comprendo perfectamente. Ser asturiano no es ninguna tara, vosotros caéis bien en toda España, no sois peligrosos, pero ser catalán es diferente…
En nuestro hábitat natural, que va desde el Este del río Cinca  hasta el Mediterráneo, nos sentimos fuertes. Pero cuando abandonamos nuestro territorio, y nos adentramos en la piel de toro, entonces nos sabemos vulnerables. Dicen los estudios sociológicos que los catalanes somos los ciudadanos españoles que más antipatía, con diferencia, despertamos entre el resto de españoles. Incluso cuando la ETA asesinaba, las encuestas del C.I.S. decían que los catalanes caíamos aun peor que los vascos, segundos en el ranking. Los prejuicios, parece, son mejores detonantes del odio que las bombas. 
En los últimos tiempos, con eso que dicen del desafío separatista, las manías inveteradas se han hecho crónicas.
Por todo ello no es de extrañar la reacción de perplejidad de un catalán al ser abordado amablemente por una española en “territorio comanche”. A los ojos de ese catalán, escaldado ya por tantos y estúpidos recelos, es como si el coronel Custer quisiera invitar a un trago de Whisky  a Caballo Loco. Lógico que el buen Sioux desconfíe, ¿no? Pues eso.

lunes, 22 de agosto de 2016

¡Jugad, jugad, malditos!



Cuando en alguna ocasión alguien que, obviamente, no me conoce, me pregunta si me gustan los niños, suelo responder: sí, sí, mucho, me gustan no muy hechos, vuelta y vuelta, que sangren un poco. Mi interlocutor, o más bien, mi interlocutora - pues suelen ser mujeres las que han osado hacerme esa pregunta- borran inmediatamente su beatífica sonrisa y pasan a otro tema. 
Mis amigos, que son, en su mayoría, medianamente inteligentes, no necesitan preguntar.

Parece que socialmente está mal visto eso de que no te gusten los niños; y que es una tara no sentir de manera natural una inclinación a la paternidad o a la maternidad. De la misma manera, se espera que cuando interactúas –es un decir- con un crío le hagas algunas carantoñas y juegues con él. Los padres también esperan frases del tipo: qué guapo es el nene, o la nena, lo cual no es imposible, pero sí estadísticamente improbable. Frases del tipo está muy crecidito, es muy risueño, tiene los ojos de la madre,... te permiten de alguna manera salvar los muebles.

Hace unos días mi esposa y yo decidimos cenar algo ligero en un local con un terracita donde preparan unos bocadillos excelentes. Era una de esas noches mediterráneas en las que el calor suele dar una tregua por las noches. Un bar apacible en una calle peatonal,… who could ask for anything more!. Hay varias mesas libres,  nos sentamos y pedimos la consumición. Al poco tiempo, en la lontananza, se escuchan los gritos de lo que parecen ser un grupo de Sioux. ¡Ah, no!  Se trata de una familia tradicional: el papá, la mamá, y tres encantadores retoños que andan jugando con una pelota y jaleándose unos a otros. Para nuestra desgracia deciden abrevar en el mismo local que nosotros. ¡Maldita sea!
Los padres se sientan en la mesa de al lado, y los niños expropian la calle para jugar al fútbol.
Mi mujer y yo nos hacemos gestos cómplices de contrariedad, y la mamá, que está justo a nuestro lado, se percata y llama nuestra atención con cierto nerviosismo y rabia contenida: ¿Les molestan los niños? Pues sí –aprovecho para responder- nos molestan los gritos de los niños –matizo-, veníamos a tomar algo tranquilamente y no esperábamos algo así. La mamá, como todas las mamás y papás de hoy en día, lleva muy mal que no todo el mundo considere que sus hijos son maravillosos, y que no todos veneremos el suelo que pisan sus hijos y por el que no vuelve a crecer la hierba.
No les gustan los niños ¿eh? Insiste la madre ultrajada. La corrijo: no se trata de los niños, lo que nos molestan son los gritos. Mi mujer, que además es tía carnal, mete baza: tengo tres sobrinos y me encantan, pero están educados y saben comportarse en público.

La madrecita parece querer darnos conversación; lo que faltaba. A mí antes de tenerlos tampoco me gustaban, bueno, de hecho, siguen sin gustarme. Hay sitios donde incluso no admiten mascotas ni niños…
La conversación no da para mucho más. Nos levantamos, abandonamos la mesa y nos guarecemos en el interior. El camarero, sorprendido, pregunta si ha ocurrido algo. Yo respondo que no, simplemente, niños gritando. Ah -dice aliviado- ja se sap, on hi ha canalla...

Efectivamente, la canalla...

Bueno, han ganado los Sioux. Rostros pálidos cenar rápido y regresar a campamento.




miércoles, 17 de agosto de 2016

"El Estado emprendedor", de Mariana Mazzucato



Bajo el sugerente título de El Estado emprendedor, la economista italo-norteamericana Mariana Mazzucato trata, y a mi entender consigue, desmontar ese mito interesado de que el Estado no puede tomar decisiones acertadas, que es torpe, burocrático e incapaz de asumir riesgo emprendedor. Y que el sector privado, considerado tradicionalmente más dinámico, innovador, eficiente y competitivo, es el que debe liderar el modelo capitalista.

Los hechos -el libro está plagado de ejemplos- contradicen esa tesis. Más allá del papel que desempeñaron los gobiernos de Japón en la década de 1980 o Corea del Sur en la de 1990, en Estados Unidos, paradigma del “libre mercado”, a través de sus distintas agencias públicas, la innovación tecnológica ha tenido y tiene una papel esencial y determinante; arriesgando allá donde el capital privado, ni siquiera el capital riesgo, ha sido capaz de entrar hasta que las perspectivas de rentabilidad económica han sido claras.
El argumento clave es que las nuevas tecnologías  más radicales en distintos sectores –desde Internet hasta el sector farmacéutico- tienen su origen en una inversión de un Estado atrevido y que asume riesgos.
El discurso (neoliberal) dominante oculta esta realidad, arrinconando al Estado a un papel residual. ¿Profecía autocumplida?

Asimismo, la autora reivindica, por imperativo ecológico, la necesidad de profundizar en el campo de las fuentes de energía alternativas; fundamentalmente la solar y la eólica.  Los gobiernos de China, Alemania o Dinamarca están apuntando en esa dirección, mientras que los del sur de Europa, como el de España, han decidido, lastimosamente, eludir ese sector.

En el último capítulo “Socialización del riesgo y privatización de los beneficios: ¿puede el estado emprendedor comer también de su tarta?”, Mazzucato apunta a una idea, a mi entender, muy razonable.  En la actualidad, el Estado emprendedor (o sea, los contribuyentes) asume ingentes gastos en I+D. Sin embargo, la mayoría de beneficios de esas inversiones públicas acaban en empresas como Apple, Google o Microsoft, o a las grandes farmacéuticas como Roche, Pfizer, o Johnson & Johnson. El beneficio indirecto de la fiscalidad resulta irrisorio en el capitalismo globalizado en que vivimos. Mazzucato defiende una participación directa en los beneficios, como ocurrió con Nokia en Finlandia. Estos beneficios deben reinvertirse en nuevas investigaciones y en sufragar los gastos de investigaciones fallidas, tan inevitables como útiles en la labor investigadora.

En resumen, Mariana Mazzucato defiende el papel del Estado no solo por su hoy denostada labor contracíclica (estimular la demanda en tiempos de recesión), sino también por su necesaria función emprendedora en sectores, como el I+D, donde la incertidumbre económica aleja a las empresas de invertir desde un principio, prefiriendo surfear en la ola creada por el sector público. Asimismo, concluye la economista, es preciso transformar la actual relación parasitaria del sector privado con el Estado por otra de carácter simbiótico.

jueves, 2 de junio de 2016

Defending public education


Nowadays, public education  is suffering a terrible atack from the powerful neoliberal forces.  In our country,  the Government tends to favour private schools –the majority of them are religious- to the detriment of public education system.
At this juncture, why is it so important to defend a high quality public education?
Education is one of the four pillars of the Welfare State. The goals of education are: Learning subjects (Mathematics, Language, Literature, Science, History, Geography, Philosophy, etc.); learning to learn; social integration; accountability; principles... In a shellnut, the school is a essential place to educate responsible citizens.
Considering that education is a universal and unalienable right, the State has the obligation of providing a high quality school.
Social mobility is, in part, feasible thanks to the fact of having a good public school.
Besides, I think it is important to remember that at public school teachers have to pass a public examination, which is, somehow, a guarantee of competence.
Public school is also a laudable model of integration. In public schools children from very different origins (immigrants, lower classes,..) share space with the rest of the students, whereas in the private schools they tend to segregate, not accepting  “troubled” children.
Religion is another important point. In a secular State, as ours is, religion should be learnt within the families and at temples (churches, synagogues, mosques...), but, in no case, at school. Religion belongs to the private sphere of the person not to the public one.


On balance, if we want to move towards to a fairer, more egalitarian and happier society we must protect our rights and our, now damaged, Welfare State; public education is one the key factors to achieve our objectives.


sábado, 30 de abril de 2016

La piel quemada

La había visto hace muchos años, y el otro día la pasaron por La 2 y la volví a ver. Me conmoví con los ojos de quien se siente emocionalmente muy cercano a los escenarios y a la temática de la película.
Me parece que “La piel quemada”, de Josep Maria Forn, es una obra maestra no suficientemente reconocida. No es un documental, pero podría serlo. Es un retrato preciso, desgarrador y sublime de una época cargada de contrastes. Contrastes culturales, económicos, morales, lingüísticos…
La acción se sitúa en la España de los años sesenta. Una familia andaluza escapa de la miseria de su tierra para buscarse la vida en  una Cataluña desarrollada económicamente, y en donde empieza a despegar el fenómeno del turismo.
Las comunidades retratadas, los inmigrantes pobres, los catalanes autóctonos y los turistas europeos, forman los ingredientes de un cóctel explosivo. No quiero a desvelar el hilo narrativo.
Para mí la película tiene connotaciones que me golpean especialmente. Con un padre catalán y una madre andaluza, no puedo evitar sentirme heredero de ambas comunidades, de ambas “culturas”. Aunque mi madre emigró por amor –yo más bien diría enamoramiento- tengo familia andaluza que perfectamente podría haber protagonizado la película.
Rodada en Lloret de Mar –en el Lloret de los años sesenta, claro- no he podido dejar de tratar de adivinar los distintos escenarios donde se rodó la película: sus calles, atestadas de comercios y de turistas, sus hoteles que me parece – y seguro que me equivoco- reconocer, la preciosa iglesia de Sant Romà, etc.
Y también me emocionaron las imágenes del recorrido en un destartalado autobús de línea que seguía la carretera de la costa del Maresme. Pude reconocer el puerto de Arenys de Mar y su paso por Calella.
Todo en blanco y negro, como era aquella época…
No sé durante cuánto tiempo se podrá visionar a través de este link, pero si les apetece disfrutar de esta joya, ahí lo tienen:




domingo, 3 de abril de 2016

Aliter dulcia: una experiencia inolvidable…para no volver

Al principio de la calle San Bernardo de Gijón, cerca del Ayuntamiento, hay una cafetería que podría ser deliciosa si no fuera por el hecho de que no lo es.
Lo más atractivo –lo único- es la estética del local: gran cristalera, colores claros, mobiliario con un toque un tanto rústico, el colorido de unos pasteles que se exhiben sin pudor,…una experiencia para los sentidos, ¡pero qué experiencia! Ahora les cuento.
Lo peor: los camareros. Desconozco si se trata de empleados, propietarios o simplemente saboteadores, pero la atención deja muchísimo que desear. Parece mentira que un lugar tan fino sea atendido por personas tan hoscas.
En sonrisas no gastan, deben reservarlas para días especiales. Al atenderte tienes la sensación de que te están perdonando la vida; pocas palabras, las justas, y una mirada amenazante que parece decir aquí no nos gustan los forasteros.
Por desgracia, en el mundo de la hostelería existe este tipo de camareros. Pero mientras en el bar de la esquina -con sus ensordecedoras máquinas tragaperras,  clientes y televisor compitiendo por ver quien grita más, con los baños en estado de shock y sin papel (¡siempre se acaba cuando le toca a uno!) - como decía, mientras en ese contexto casi se agradece que el camarero te arroje la consumición a la cara, cuando uno acude a un local tan chic, tan fisno, espera otras calidades.
No obstante, hubiese pasado por alto la falta de amabilidad si no fuera por lo que me sucedió ayer por la tarde en Aliter Dulcia.
Estaba paseando con mi querida esposa y decidimos entrar a tomar un café en la cafetería de marras. Antes de sentarnos comprobé que hubiese pación, o sea, prensa diaria. Ya he comentado en alguna ocasión mi afición por hojear la prensa en las cafeterías. No es para mantenerme informado, ya sé que sólo cuentan mentiras, es sólo para distraerme.
Observo que tienen “El Comercio”, “El País” y “El Mundo” y alguna revista. ¡Qué bien! Mierda de primera calidad. Nos quedamos.
Tras hojear “El Comercio” me dirijo al revistero y observo que está totalmente desnudo. Echo un vistazo por las mesas y ni rastro de la prensa. Extrañado, pregunto a los camareros por los periódicos, y –perdonen si pongo cara de estupefacción- me responden que los han retirado. Que los sábados por la tarde los retiran por “política de empresa”, por “rotación de mesas” (sic). ¿Política de empresa? ¿Rotación de mesas? ¡¿qué coño de lenguaje es ese?! ¡¿estoy hablando con Vueling?!
Parece ser –me aclaran con inquina- que hay clientes que se pasan la tarde leyendo los diarios con una consumición e impidiendo que otros clientes (obviamente, no les preocupan los clientes sino la recaudación) ocupen esas mesas. Les hago saber que yo solo pretendo hojear la prensa y no pasarme la tarde en su local, y les exhorto educadamente a que me devuelvan “mis” periódicos. Inflexibles, arrogantes, niegan con la cabeza, los periódicos ya han sido” retirados”. Ahora me acuerdo de Blade Runner.
En estos momentos es cuando más lamento ser educado, la buena educación me pierde, y el lugar de montar un numerito –que es lo que me hubiese apetecido- les respondo con condescendencia y sonrisa impostada: Está bien, va bien saberlo (eso de la política de empresa, y de la rotación de mesas)…para no volver.
Giro con dignidad fingida, apuro el café, pago y marcho para no regresar jamás. Mi política de cliente pasa por no volver allá donde me han tratado mal.



Reflexión post-partido:
Una cafetería es muy libre de tener prensa o de no tenerla. Obviamente, los periódicos pueden ser un señuelo para atraer clientes o convertirse en un engorro para el negocio cuando algún parroquiano se apalanca en una mesa. El mesonero decidirá qué le compensa más. Lo que me parece inaceptable es mostrar la existencia de periódicos y, en medio de la lectura, retirarlos.

¿Cuál es la política de empresa de Atelier Dolcia, aparte de la pésima educación? Disponer de periódicos cuando no hay muchos clientes -la prensa como cebo- y retirarla cuando presumen que va a haber mucho movimiento –la prensa como problema-. Bien, si al menos esa retirada se hiciera discretamente, por ejemplo, cuando no hay clientes, no tendría nada que objetar, pero lo que es a todas luces inadmisible es que te dejen con la lectura a medias (lectio interruptus), con la mierda en los labios. Y ya el colmo es que la pidas, admitan que la tienen escondida, y te la nieguen. ¿Es esa forma de tratar a un cliente?


sábado, 12 de marzo de 2016

Se equivocó la paloma







Se equivocó la paloma.
Se equivocaba.
Por ir al norte, fue al sur.

                                                                                               Rafael Alberti




Oigo a María Teresa Rodríguez, de Podemos, decir que repetir las elecciones sería transmitir a la ciudadanía el mensaje de que los ciudadanos se han equivocado al votar, y de que tienen que volver a hacerlo, esta vez correctamente. Y que eso es absurdo: ¿cómo se puede afirmar que los españoles se han equivocado?

La verdad es que suena extraño, divertido pero extraño. Eso supone tratarnos de idiotas; y una cosa es que lo seamos, y otra bien distinta es que te lo restrieguen.

Para empezar me parece que la frase contiene un error de enunciado: ese, bastante habitual, por cierto, de atribuir características comunes a un conjunto heterogéneo de individuos. Me recuerda esas estúpidas encuestas donde se hacen preguntas tales como: ¿los españoles saben ligar? Si me preguntaran, arquearía las cejas y diría algo así como: pues los hay que sí y los hay que no; ¿haces algo este sábado?

Llegados a este punto, y descartando, por absurdo, un “error del conjunto” sí cabría preguntarse si hay votantes que se han “equivocado” al votar. No me refiero a que se hayan confundido al meter la papeleta en el sobre, que también los habrá, sino que voten a una opción política que va en contra de sus intereses. Por supuesto. Y hay abundante literatura científica que avala esta tesis. De hecho, me parece que es la norma en todas las democracias liberales, por aquello de la hegemonía cultural (Antonio Gramsci y otros).

Tengo familiares, amigos y conocidos que, desde mi punto de vista, y acorde con su status socio-económico, han votado a opciones políticas que, reitero, en mi opinión, son perjudiciales para sus propios intereses, y para los de la mayoría social del país. Votantes, algunos confesos y gozosos, otros más más inhibidos –algo de mala conciencia deben tener- que han votado al PP, al PSOE o a Ciudadanos.

Si finalmente hay nuevas elecciones tienen una magnífica oportunidad de redimirse, de no volver a “equivocarse”, de no ir al norte cuando querían ir al sur, de no creer que mar era el cielo y la noche, la mañana...



sábado, 20 de febrero de 2016

The Man At The Bus Shelter


It is funny imagining things about people you come across every day at the same places.

Since several years, every morning, at the same hour, and at the same bus shelter I  catch the same bus to commute to work. Most people usually get into the queue not saying anything. However, there is a man who always says “good morning”. Nothing special if it weren´t for the way of saying “good morning”; deep and husky voice, and his sinister aspect. This enigmatic man is in his fifties, almost bald and old-fashioned dressed. His way of lookig is also disturbing, it is difficult to describe, but I always feel troubled. I prefer not to bump into him. It is an embarrassing situation, at least for me. I cannot imagine what goes through his mind.
One day, in the evening I was strolling with my partner and I saw the man. I told her: Look at this guy, honey. This is the strange man that I talked about,… the man I come across every morning at the bus stop”. Then, she smiled telling me: Oh, I know that man, he´s my parents´ neighbour; he is, you know, a special person,…slightly retarded. -Wow, that explains it all- I sighed…

From that day, every moring I have seen that man in a different way. I felt sorry for him and I try to be warmer towards him. I think I am the only person at the line that understands his situation, his “secret”…Sometimes, when I get a chance, I give him some candies and comic books. He always looks so grateful!
Some months later, my partner Laura and I were walking in the quarter when we saw the man. We nodded and smiled at him and, suddently, Laura told me: Do you remember what I told you about that man some months ago? yes, of course- I assented-. Well –she added- I was totally wrong, you know, I was talking to my parents about that man and they told me he is not mentally handicapped… he works as a senior official for the Department of the Treasury.  Actually, he is a extremely intelligent man. I just mixed  him up with another neighbour.

From then on, I go to work on foot. I have always thought of doing exercise,  breathing fresh air and feeling the dew drops would be good for me.


sábado, 30 de enero de 2016

The beating


It was such a traumatic experience in my childhood that I assume that is the reason I can clearly remember what happened that day.

My parents were always against corporal punishment, although they might have slapped me a few times when I was five or six years old.
I probably was nine or ten -I thought this form of punishment had come to and end - when my aunt offered to take me  for a walk. I used to have fun with my aunt. She was so much fun!
When my mother said no, I got tremendously upset. I insisted like a spoiled child. I was eager to go out with my lovely aunt. There was nothing I could do; my mother was firm.
I started to cry like a madman and my mother began to shout. I was out of control and hitting the glass of the window until it smashed. I was really frightened. My mother lost her temper and started to beating me.
I was not used to being beaten so that I hold this episode of my boyhood as one of my worst memories.
Many years later, when talking to a psychologist about physical punishment during my childhood, she told me corporal punishment was the last option. I was highly surprised: the last option! So is it an option, although it is the last one?