Cuando en alguna ocasión alguien
que, obviamente, no me conoce, me pregunta si me gustan los niños, suelo
responder: sí, sí, mucho, me gustan no muy hechos, vuelta y vuelta, que sangren
un poco. Mi interlocutor, o más bien, mi interlocutora - pues suelen ser
mujeres las que han osado hacerme esa pregunta- borran inmediatamente su
beatífica sonrisa y pasan a otro tema.
Mis amigos, que son, en su
mayoría, medianamente inteligentes, no necesitan preguntar.
Parece que socialmente está mal
visto eso de que no te gusten los niños; y que es una tara no sentir de manera natural una inclinación a la
paternidad o a la maternidad. De la misma manera, se espera que cuando
interactúas –es un decir- con un crío le hagas algunas carantoñas y juegues con
él. Los padres también esperan frases del tipo: qué guapo es el nene, o la
nena, lo cual no es imposible, pero sí estadísticamente improbable. Frases del
tipo está muy crecidito, es muy risueño,
tiene los ojos de la madre,... te permiten de alguna manera salvar los
muebles.
Hace unos días mi esposa y yo
decidimos cenar algo ligero en un local con un terracita donde preparan unos
bocadillos excelentes. Era una de esas noches mediterráneas en las que el calor
suele dar una tregua por las noches. Un bar apacible en una calle peatonal,… who could ask for anything more!. Hay varias mesas libres, nos sentamos y pedimos la consumición. Al poco
tiempo, en la lontananza, se escuchan los gritos de lo que parecen ser un grupo
de Sioux. ¡Ah, no! Se trata de una
familia tradicional: el papá, la mamá, y tres encantadores retoños que andan
jugando con una pelota y jaleándose unos a otros. Para nuestra desgracia
deciden abrevar en el mismo local que nosotros. ¡Maldita sea!
Los padres se sientan en la mesa
de al lado, y los niños expropian la calle para jugar al fútbol.
Mi mujer y yo nos hacemos gestos
cómplices de contrariedad, y la mamá, que está justo a nuestro lado, se percata
y llama nuestra atención con cierto nerviosismo y rabia contenida: ¿Les
molestan los niños? Pues sí –aprovecho para responder- nos molestan los gritos de los niños –matizo-,
veníamos a tomar algo tranquilamente y no esperábamos algo así. La mamá, como
todas las mamás y papás de hoy en día, lleva muy mal que no todo el mundo
considere que sus hijos son maravillosos, y que no todos veneremos el suelo que
pisan sus hijos y por el que no vuelve a crecer la hierba.
No les gustan los niños ¿eh?
Insiste la madre ultrajada. La corrijo: no se trata de los niños, lo que nos
molestan son los gritos. Mi mujer, que además es tía carnal, mete baza: tengo
tres sobrinos y me encantan, pero están educados y saben comportarse en público.
La madrecita parece querer darnos
conversación; lo que faltaba. A mí antes de tenerlos tampoco me gustaban, bueno,
de hecho, siguen sin gustarme. Hay sitios donde incluso no admiten mascotas ni
niños…
La conversación no da para mucho
más. Nos levantamos, abandonamos la mesa y nos guarecemos en el interior. El camarero, sorprendido, pregunta si ha ocurrido algo. Yo respondo que no, simplemente, niños gritando. Ah -dice aliviado- ja se sap, on hi ha canalla...
Efectivamente, la canalla...
Bueno, han
ganado los Sioux. Rostros pálidos cenar rápido y regresar a campamento.
Cuando nosotros éramos niños, si hacíamos eso y alguien nos regañaba todos nos avergonzábamos: nosotros y nuestros padres. La riña subsiguiente era monumental.
ResponderEliminarPasa lo mismo en los colegios: como un maestro diga algo a un niño se enfrenta a las iras paternales. Así crean algunos padres verdaderos tiranos engreídos.
Y ojo, no todos: algunos padres educan perfectamente a sus hijos.