Bajo el sugerente título
de El Estado emprendedor, la
economista italo-norteamericana Mariana Mazzucato trata, y a mi entender
consigue, desmontar ese mito interesado de que el Estado no puede tomar decisiones acertadas, que es torpe, burocrático e incapaz
de asumir riesgo emprendedor. Y que el sector privado, considerado
tradicionalmente más dinámico, innovador, eficiente y competitivo, es el que
debe liderar el modelo capitalista.
Los hechos -el libro
está plagado de ejemplos- contradicen esa tesis. Más allá del papel que desempeñaron
los gobiernos de Japón en la década de 1980 o Corea del Sur en la de 1990, en Estados
Unidos, paradigma del “libre mercado”, a través de sus distintas agencias
públicas, la innovación tecnológica ha tenido y tiene una papel esencial y
determinante; arriesgando allá donde el capital privado, ni siquiera el capital
riesgo, ha sido capaz de entrar hasta que las perspectivas de rentabilidad
económica han sido claras.
El
argumento clave es que las nuevas tecnologías
más radicales en distintos sectores –desde Internet hasta el sector
farmacéutico- tienen su origen en una inversión de un Estado atrevido y que
asume riesgos.
El discurso
(neoliberal) dominante oculta esta realidad, arrinconando al Estado a un papel
residual. ¿Profecía autocumplida?
Asimismo, la autora
reivindica, por imperativo ecológico, la necesidad de profundizar en el campo
de las fuentes de energía alternativas; fundamentalmente la solar y la eólica. Los gobiernos de China, Alemania o Dinamarca
están apuntando en esa dirección, mientras que los del sur de Europa,
como el de España, han decidido, lastimosamente, eludir ese sector.
En el último capítulo “Socialización del riesgo y privatización de
los beneficios: ¿puede el estado emprendedor comer también de su tarta?”,
Mazzucato apunta a una idea, a mi entender, muy razonable. En la actualidad, el Estado emprendedor (o
sea, los contribuyentes) asume ingentes gastos en I+D. Sin embargo, la mayoría
de beneficios de esas inversiones públicas acaban en empresas como Apple,
Google o Microsoft, o a las grandes farmacéuticas como Roche, Pfizer, o Johnson
& Johnson. El beneficio indirecto de la fiscalidad resulta irrisorio en el
capitalismo globalizado en que vivimos. Mazzucato defiende una participación
directa en los beneficios, como ocurrió con Nokia en Finlandia. Estos
beneficios deben reinvertirse en nuevas investigaciones y en sufragar los
gastos de investigaciones fallidas, tan inevitables como útiles en la labor
investigadora.
En resumen, Mariana
Mazzucato defiende el papel del Estado no solo por su hoy denostada labor
contracíclica (estimular la demanda en tiempos de recesión), sino también por su
necesaria función emprendedora en sectores, como el I+D, donde la incertidumbre
económica aleja a las empresas de invertir desde un principio, prefiriendo
surfear en la ola creada por el sector público. Asimismo, concluye la
economista, es preciso transformar la actual relación parasitaria del sector
privado con el Estado por otra de carácter simbiótico.
Cristalino.
ResponderEliminarY tratándose de economía, doble mérito.