domingo, 22 de octubre de 2017

¿Cuántas naciones hay en España? ¿2,4,17,...?



La pregunta, así formulada, me parece ingenua (si la intención es buena) o tramposa (cuando no lo es). Es como preguntar a tu pareja, en una escala de 1 a 10, cuánto te quiere. Se hace, ya lo sé, y se suele responder 10, u 11, ó 100, o infinito, pero ninguna respuesta es científica. Ninguna respuesta podría serlo.

Las naciones, como el amor, se sienten pero no se ven. El concepto de nación es vaporoso, pero que sea vaporoso no significa que no exista.

El padre de la nación se llama nacionalismo, y su obsesión es casar a su querida hijita. Ya le tiene echado el ojo a un buen partido: el Estado. Si consigue casar a la hija, piensa, la habrá dejado en buenas manos. El Estado es un hombre influyente, tiene poder, dinero, prestigio…
Bien, ya tenemos a la pareja que se puso de moda en el siglo XIX: el Estado-nación.

Dejemos la poesía que no lleva a nada bueno, y pasemos a la prosa. Pero, ¿qué demonios es una nación? Muchos autores han tratado de responder a esa pregunta y ahí está la bibliografía para quien quiera flagelarse. Para este humilde escrito yo me quedo con una definición sencillita, de moverse por casa. Una nación sería una comunidad humana, asociada a un territorio, que comparte algunos rasgos culturales comunes: una religión, una lengua, una historia, una etnia,…y cuyos habitantes son conscientes de esa particularidad.

¿Qué es el Estado? ¡Bien!, ¡ya era hora de que preguntaran algo fácil! Un Estado es una organización política, dotada de soberanía, que integra la población de un territorio perfectamente delimitado. Es muy fácil de percibir, no desde el espacio, pero sí con un mapa político en las manos.

Volvamos al concepto espinoso (ojo, tiene espinas, pincha) de nación. José Alvarez Junco, un historiador que no simpatiza en absoluto con la causa indepe, tiene, sin embargo, un libro muy interesante: Mater dolorosa, la idea de España en el siglo XIX. En su primer capítulo define nación a partir de los dos requisitos antes mencionados y que merece la pena recordar: Primero: unos hechos objetivos (que sean objetivos no significa que no puedan ser controvertidos sino que están ahí), que consistirían en la existencia de algún rasgo cultural común. Un buen ejemplo es una lengua propia. Y segundo: un aspecto subjetivo (que está en los sujetos), a saber, la conciencia por parte de la comunidad de esa particularidad, y, en ocasiones, la voluntad de disfrutar de algún tipo de autogobierno, que podría ser absoluto (recordemos el matrimonio Estado-nación) o limitado, como en los estados federales o en nuestra moribunda España autonómica.

Muchas culturas –la mayoría- carecen de Estado propio. Si pensamos, por ejemplo, en el criterio lingüístico (que sólo es uno de los posibles) vemos que en el mundo hay más de 8000 lenguas, con sus dialectos, y que únicamente hay unos 200 Estados; está claro que no hay candidatos para tanta moza (o mozo)  suelto. Sin el respaldo de un Estado, algunas de estas culturas han muerto, otras morirán y otras sobrevivirán como buenamente puedan.

Bien, volvamos al caso de España. España es, sin género de dudas, un Estado. ¿Y una nación? Yo creo que también, pero no la única nación que hay en el Estado español. Por lo menos, Catalunya y Euskadi también son naciones, incluso Galicia, si no fuese porque nunca sabes si está subiendo o bajando. Y puestos a ser generosos, ¿podría Andalucía considerarse una nación? Yo creo que reúne los requisitos objetivos: una cultura bastante distinta de la castellana, el habla, la arquitectura,… si no se casa es porque no quiere. ¿Y qué decir de las islas Canarias? ¿Y han oído hablar de los comuneros de Castilla? Así entre naciones confesas y gozosas, latentes, potenciales, y posibles, resulta estéril tratar de establecer un número.

La controversia, me parece, deberíamos ceñirla al debate entre la visión de una España uninacional, en la que se considera que la única nación es la española, patria común e indivisible de todos los españoles, tal como reza el artículo 2 de la CE, y que, no olvidamos, fue redactado por los militares; y otra visión plurinacional en la que no es tan importante, en principio, determinar cuántas o cuáles son las naciones, sino que lo esencial sería adoptar una actitud abierta a la manera de entender, de sentir, la cuestión nacional.

Hasta el momento presente no he encontrado argumentos intelectuales –a por ellos, oeeee- consistentes que sostengan la primera hipótesis, aunque sí un potente ejército propagandístico (el propio Estado y sus instituciones, los medios de comunicación, el mundo del deporte,…). La segunda visión me parece intectualmente mucho más sostenible y más enriquecedora.

En cualquier caso, el reconocimiento de naciones dentro de un Estado no implica necesariamente la secesión de esos territorios y la creación de nuevos estados. Los Estados federales son un buen ejemplo del maridaje entre el autogobierno y los lazos de solidaridad dentro de un Estado mayor.
Todo esto venía a cuento por el lío que está ocurriendo en Catalunya -en España-, con el proceso soberanista. No sé cómo saldremos de esto, pero no me cabe duda de que una de las claves está en la visión nacional.

Suerte ¡…y al toro!



Para flagelarse más (yo ya lo hice):

ALVAREZ JUNCO, José: Mater Dolorosa. La idea de España en el siglo XIX

ANDERSON, Benedict: Comunidades imaginadas

BAÑOS, Antonio: La Rebel.lió catalana. Notícia d´una república independent

BILLIG, Michael: Nacionalismo Banal

FONTANA, Josep: La formació de una identitat. Una història de Catalunya

GELLENER, Ernest: Naciones y nacionalismo

RENAN, Ernest: ¿Qué es una nación?


RIQUER I PERMANYER, Borja de: Anar de debò, Els catalans i Espanya

lunes, 9 de octubre de 2017

Unionistas con piel de cordero



Ayer se manifestaron en Barcelona miles de personas por la unidad de España. Parte de ellos provenían de fuera de Catalunya, y por un día pudieron sentirse ciudadanos de Reus, Cervera, Granollers, etc. dependiendo de la pancarta que les tocara llevar. Los medios de comunicación los definen como unionistas, y aunque efectivamente lo son, me parece que lo esencial no es sólo que es sean unionistas, sino que, en su mayoría, también son anti-derecho-de-autodeterminación-para-Catalunya y, me temo, anti-Hablemos (anti-Parlem). El matiz es importante.

Esas personas no están precisamente solas. Un alto porcentaje de la población española, el Partido Popular y el peso del Estado central está tras (o delante de) ellos, y, lo que es determinante: también lo está el mainstream, el discurso dominante en los mass media españoles.

Ser unionista en Catalunya (y en España) es una opción tan respetable como ser independentista, federalista o nihilista: la diferencia es que mientras en un referéndum de autodeterminación, con las debidas garantías democráticas, todos tienen la posibilidad de pronunciarse y ser considerados con la lógica limitación de una persona, un voto; si hurtamos a los catalanes la posibilidad de decidir conjuntamente el futuro de su relación con España, los independentistas, e incluso los federalistas, no tienen más voz que la que se desgañita en las manifestaciones.

Lo siento, respeto el unionismo, pero no el fascismo que trata imponer a los demás su propia visión. No es casualidad que se vieran banderas españolas con el aguilucho y saludos fascistas en la manifestación. No todos  serían fascistas, por supuesto, pero…

Esta y otras manifestaciones unionistas celebradas por la geografía española parecen defender no solo su visión unitaria de España, respetable, como dije antes, sino además, la total aniquilación de otras posiciones,  vía referéndum o, sencillamente, mediante el diálogo (Hablemos-Parlem).

Si, como sospecho, el grueso de los manifestantes no sólo se manifestaba por la unidad de España sino también por acallar voces disidentes, y para aplaudir la política represora del PP y del Estado, no puedo respetar su postura. Condición sine qua non de cualquiera que se considere demócrata es ser también anti-fascista, y mucho de ellos no lo son.

El fascismo se despereza en Europa, pero en España hace tiempo que se pavonea confeso y gozoso.