La pregunta, así
formulada, me parece ingenua (si la intención es buena) o tramposa (cuando no
lo es). Es como preguntar a tu pareja, en una escala de 1 a 10, cuánto te
quiere. Se hace, ya lo sé, y se suele responder 10, u 11, ó 100, o infinito,
pero ninguna respuesta es científica. Ninguna respuesta podría serlo.
Las naciones, como el
amor, se sienten pero no se ven. El concepto de nación es vaporoso, pero que
sea vaporoso no significa que no exista.
El padre de la nación
se llama nacionalismo, y su obsesión es casar a su querida hijita.
Ya le tiene echado el ojo a un buen partido: el Estado. Si consigue casar a la
hija, piensa, la habrá dejado en buenas manos. El Estado es un hombre
influyente, tiene poder, dinero, prestigio…
Bien, ya tenemos a la
pareja que se puso de moda en el siglo XIX: el Estado-nación.
Dejemos la poesía que
no lleva a nada bueno, y pasemos a la prosa. Pero, ¿qué demonios es una nación?
Muchos autores han tratado de responder a esa pregunta y ahí está la
bibliografía para quien quiera flagelarse. Para este humilde escrito yo me
quedo con una definición sencillita, de moverse por casa. Una nación sería una
comunidad humana, asociada a un territorio, que comparte algunos rasgos
culturales comunes: una religión, una lengua, una historia, una etnia,…y cuyos
habitantes son conscientes de esa particularidad.
¿Qué es el Estado?
¡Bien!, ¡ya era hora de que preguntaran algo fácil! Un Estado es una
organización política, dotada de soberanía, que integra la población de un
territorio perfectamente delimitado. Es muy fácil de percibir, no desde el
espacio, pero sí con un mapa político en las manos.
Volvamos al concepto
espinoso (ojo, tiene espinas, pincha) de nación. José Alvarez
Junco, un historiador que no simpatiza en absoluto con la causa indepe,
tiene, sin embargo, un libro muy interesante: Mater dolorosa, la idea
de España en el siglo XIX. En su primer capítulo define nación a partir de
los dos requisitos antes mencionados y que merece la pena recordar: Primero:
unos hechos objetivos (que sean objetivos no significa que no
puedan ser controvertidos sino que están ahí), que consistirían en la
existencia de algún rasgo cultural común. Un buen ejemplo es una
lengua propia. Y segundo: un aspecto subjetivo (que está en
los sujetos), a saber, la conciencia por parte de la comunidad
de esa particularidad, y, en ocasiones, la voluntad de
disfrutar de algún tipo de autogobierno, que podría ser absoluto (recordemos el
matrimonio Estado-nación) o limitado, como en los estados federales o en
nuestra moribunda España autonómica.
Muchas culturas –la
mayoría- carecen de Estado propio. Si pensamos, por ejemplo, en el criterio
lingüístico (que sólo es uno de los posibles) vemos que en el mundo hay más de
8000 lenguas, con sus dialectos, y que únicamente hay unos 200 Estados;
está claro que no hay candidatos para tanta moza (o mozo) suelto. Sin el
respaldo de un Estado, algunas de estas culturas han muerto, otras morirán y
otras sobrevivirán como buenamente puedan.
Bien, volvamos al
caso de España. España es, sin género de dudas, un Estado. ¿Y una nación? Yo
creo que también, pero no la única nación que hay en el Estado español. Por lo
menos, Catalunya y Euskadi también son naciones, incluso Galicia, si no fuese
porque nunca sabes si está subiendo o bajando. Y puestos a ser generosos,
¿podría Andalucía considerarse una nación? Yo creo que reúne los requisitos
objetivos: una cultura bastante distinta de la castellana, el habla, la
arquitectura,… si no se casa es porque no quiere. ¿Y qué decir de las islas
Canarias? ¿Y han oído hablar de los comuneros de Castilla? Así entre naciones
confesas y gozosas, latentes, potenciales, y posibles, resulta estéril tratar
de establecer un número.
La controversia, me
parece, deberíamos ceñirla al debate entre la visión de una España uninacional,
en la que se considera que la única nación es la española, patria común e
indivisible de todos los españoles, tal como reza el artículo 2 de la CE, y
que, no olvidamos, fue redactado por los militares; y otra visión
plurinacional en la que no es tan importante, en principio, determinar cuántas
o cuáles son las naciones, sino que lo esencial sería adoptar una actitud
abierta a la manera de entender, de sentir, la cuestión nacional.
Hasta el momento
presente no he encontrado argumentos intelectuales –a por ellos, oeeee-
consistentes que sostengan la primera hipótesis, aunque sí un potente ejército
propagandístico (el propio Estado y sus instituciones, los medios de
comunicación, el mundo del deporte,…). La segunda visión me parece intectualmente
mucho más sostenible y más enriquecedora.
En cualquier caso, el
reconocimiento de naciones dentro de un Estado no implica necesariamente la
secesión de esos territorios y la creación de nuevos estados. Los Estados
federales son un buen ejemplo del maridaje entre el autogobierno y los lazos de
solidaridad dentro de un Estado mayor.
Todo esto venía a
cuento por el lío que está ocurriendo en Catalunya -en España-, con el proceso
soberanista. No sé cómo saldremos de esto, pero no me cabe duda de que una de
las claves está en la visión nacional.
Suerte ¡…y al toro!
Para flagelarse más
(yo ya lo hice):
ALVAREZ JUNCO,
José: Mater Dolorosa. La idea de España en el siglo XIX
ANDERSON,
Benedict: Comunidades imaginadas
BAÑOS, Antonio: La
Rebel.lió catalana. Notícia d´una república independent
BILLIG,
Michael: Nacionalismo Banal
FONTANA, Josep: La
formació de una identitat. Una història de Catalunya
GELLENER,
Ernest: Naciones y nacionalismo
RENAN, Ernest: ¿Qué es una
nación?
RIQUER I
PERMANYER, Borja de: Anar de debò, Els catalans i Espanya
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