Ayer se
manifestaron en Barcelona miles de personas por la unidad de España. Parte de
ellos provenían de fuera de Catalunya, y por un día pudieron sentirse
ciudadanos de Reus, Cervera, Granollers, etc. dependiendo de la pancarta que
les tocara llevar. Los medios de comunicación los definen como unionistas, y aunque efectivamente lo
son, me parece que lo esencial no es sólo que es sean unionistas, sino que, en su mayoría, también son anti-derecho-de-autodeterminación-para-Catalunya
y, me temo, anti-Hablemos (anti-Parlem).
El matiz es importante.
Esas personas no
están precisamente solas. Un alto porcentaje de la población española, el Partido
Popular y el peso del Estado central está tras (o delante de) ellos, y, lo que
es determinante: también lo está el mainstream,
el discurso dominante en los mass media
españoles.
Ser unionista en
Catalunya (y en España) es una opción tan respetable como ser independentista,
federalista o nihilista: la diferencia es que mientras en un referéndum de
autodeterminación, con las debidas garantías democráticas, todos tienen la posibilidad
de pronunciarse y ser considerados con la lógica limitación de una persona, un
voto; si hurtamos a los catalanes la posibilidad de decidir conjuntamente el
futuro de su relación con España, los independentistas, e incluso los
federalistas, no tienen más voz que la que se desgañita en las manifestaciones.
Lo siento, respeto
el unionismo, pero no el fascismo que trata imponer a los demás su propia
visión. No es casualidad que se vieran banderas españolas con el aguilucho y
saludos fascistas en la manifestación. No todos serían fascistas, por supuesto, pero…
Esta y otras
manifestaciones unionistas celebradas
por la geografía española parecen defender no solo su visión unitaria de España,
respetable, como dije antes, sino además, la total aniquilación de otras
posiciones, vía referéndum o, sencillamente,
mediante el diálogo (Hablemos-Parlem).
Si, como sospecho,
el grueso de los manifestantes no sólo se manifestaba por la unidad de España
sino también por acallar voces disidentes, y para aplaudir la política represora
del PP y del Estado, no puedo respetar su postura. Condición sine qua non de cualquiera que se
considere demócrata es ser también anti-fascista, y mucho de ellos no lo son.
El fascismo se
despereza en Europa, pero en España hace tiempo que se pavonea confeso y
gozoso.
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