"Arribarà un dia que els catalans, pel sol
fet de ser catalans,
anirem pel món i ho
tindrem tot pagat"
Francesc Pujols
Ayer volvió a ocurrir.
Estábamos mi mujer y yo en Luanco, un precioso pueblecito de la costa
asturiana, y en un descuido mío la encuentro hablando con unos desconocidos.
Mira, Toni, son catalanes –me dice señalando a unos especímenes de homo sapiens que la rodean. Un macho y
una hembra de unos treinta años, y un cachorro de unos tres. Me acerco e
interactuamos unos minutos; luego los dejamos marchar.
Laura me comenta que le
ha vuelto a ocurrir. Resulta que, sistemáticamente, cada vez que hallamos
catalanes en Asturias, es decir, fuera de su hábitat natural, que es Catalunya,
observa en los mismos una reacción extraña al ser preguntados si son catalanes.
Ella esperaría una respuesta espontánea, franca y desacomplejada; y, sin
embargo, percibe, sutilmente, que el interfecto o interfecta se siente
incómodo, diríase desconfiado, como si temiese que la pregunta escondiera
intenciones aviesas.
¡Por qué esa
desconfianza! Clama ella desconsolada. Tú quizás no lo entiendas –le digo- pero
yo lo comprendo perfectamente. Ser asturiano no es ninguna tara, vosotros caéis
bien en toda España, no sois peligrosos, pero ser catalán es diferente…
En nuestro hábitat
natural, que va desde el Este del río Cinca hasta el Mediterráneo, nos sentimos fuertes.
Pero cuando abandonamos nuestro territorio, y nos adentramos en la piel de
toro, entonces nos sabemos vulnerables. Dicen los estudios sociológicos que los
catalanes somos los ciudadanos españoles que más antipatía, con diferencia,
despertamos entre el resto de españoles. Incluso cuando la ETA asesinaba, las
encuestas del C.I.S. decían que los catalanes caíamos aun peor que los vascos,
segundos en el ranking. Los prejuicios, parece, son mejores detonantes del odio
que las bombas.
En los últimos tiempos,
con eso que dicen del desafío separatista,
las manías inveteradas se han hecho crónicas.
Por todo ello no es de
extrañar la reacción de perplejidad de un catalán al ser abordado amablemente por una española en “territorio
comanche”. A los ojos de ese catalán, escaldado ya por tantos y estúpidos
recelos, es como si el coronel Custer quisiera invitar a un trago de
Whisky a Caballo Loco. Lógico que el
buen Sioux desconfíe, ¿no? Pues eso.
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