“Banderita tu eres roja
Banderita tu eres gualda
Llevas sangre, llevas oro
En el fondo de tu alma”.
Llevas sangre, llevas oro
En el fondo de tu alma”.
Pasodoble “La banderita”
Me pregunto si habrá un país en el mundo donde los
símbolos nacionales conciten entre sus ciudadanos un abanico de reacciones tan
diversas, matizadas y, en no pocas ocasiones, tan enfrentadas como en España.
No hace falta echar la vista atrás muchos años para
recordar que en este país la enseña nacional colgaba flácida y mansamente en edificios
oficiales, escuelas, oficinas de Correos,…Había que fijarse mucho para darse
cuenta de su presencia, y la mayoría de nosotros andamos muy distraídos por la
vida. En pocos años ese paisaje urbano y gris se tiñó de colores.
Capítulo I: El
Cid Campeador. Al gobierno de Aznar y a su cruzada contra ETA y el
nacionalismo vasco le debemos ese primer impulso nacionalizador de la etapa democrática en un país donde el nacionalismo español permanecía
aletargado desde la muerte del dictador. Su estrategia le proporcionó no pocos
votos. Calentando motores.
Capítulo II: Evasión
o victoria. La segunda ola nacionalizadora llegó de los pies de Iniesta y
compañía, con un futbol que enamoraba y seguramente sin pretenderlo,
desempolvaron las banderas en muchos hogares de la piel de toro. Otros éxitos
de deportistas españoles elevados a la categoría de héroes por las voces
cavernosas de Matías Prats, los Manolos & company hicieron el resto. Velocidad de crucero.
Capítulo III: Con
él llegó el escándalo. La tercera ola nacionalizadora llegó por el frente
del Este. ¡Ay, los catalanes, siempre
tan díscolos! ¿Por qué les costará tanto ser buenos españoles? ¿Quién dijo que Barcelona
había que bombardearla cada 50 años? Razones diversas que no vienen al caso
crearon el caldo de cultivo, y Artur Mas, un
político serio, hizo creer que la independencia era posible. Puigdemont puso
els pebrots (en catalán “pimientos”,
pero mejor traduzcan por “cojones”). La historia del Procés ya la conocen. A toda máquina.
Hasta aquí la ausencia de una asimilación total y
sin complejos de los símbolos nacionales por los sempiternos conflictos
territoriales. Y es que España, como nación, quedó a medio hacer, podríamos
decir que le falta un hervor. No se
enfaden todavía, aún hay más.
La crisis del coronavirus ha vuelto a descolgar
banderas españolas de las ventanas. De la mía no, claro. Y lo digo sin acritud:
¿qué pintan las banderas de un país, el que sea, en la lucha contra un bicho
tan cosmopolita como un coronavirus? Que alguien me lo explique, por favor, no
entiendo nada.
La última explosión de banderas españolas (con sus
variantes históricas excepto la republicana): la revuelta de los privilegiados del barrio de Salamanca de Madrid
y similares en otras ciudades. Sin entrar en lo más grave del asunto: poner en
riesgo la salud pública con la aquiescencia, cuando no compadreo, de las
fuerzas del orden, ¿qué sentido tienen las banderas españolas para exigir lo
que ellos llaman libertad? Estos indignados
(no confundir con los del 15-M) deberían lavarse la boca tras pronunciar tan
bella palabra.
La derecha de este país ha hecho de la bandera
rojigualda su sayo. Si en el inconsciente colectivo asociamos la bandera
española actual a una determinada visión de España, más o menos centralista, y
a una ideología política que carga a la derecha -dígaselo a su sastre-, es obvio que sus defensores no pueden
pretender que los que no comulgamos con sus ideas asimilemos acrítica y
placenteramente esos símbolos. Y es que esa bandera, ese escudo y ese himno para
muchos ciudadanos españoles tienen una carga ideológica muy pesada y, a menudo,
demasiado odio para cargar con ellos. No sé qué hace falta para que lo
entiendan…O tal vez ya les va bien no
entenderlo…
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