domingo, 13 de octubre de 2024

La venganza de la geografía


La heroica ciudad se desperezaba todavía tras una noche ajetreada por las fiestas locales. Era una mañana apacible de septiembre; cielo despejado, algo no muy frecuente en el norte de España, y una temperatura que invitaba a sentarse en la terraza de una cafetería.

Me acomodé en la terracita del “El reloj de Porlier” junto al viajero de Úrculo. El viajero es el nombre con que popularmente se conoce a una estatua cuyo misterioso nombre es en realidad El regreso de Williams B. Arrensberg. Al principio yo era el único cliente y desde donde estaba sentado se podía divisar la espléndida catedral. No podía ver, pero sí recordar, que en la plaza de la catedral, contigua a la plaza Porlier, se encontraba otra estatua, la de La Regenta, e imaginaba a esta atribulada señora acudir presa de una voluptuosidad pecaminosa a su confesor, el magistral Don Fermín de Pas. Estos y otros personajes callejean cotidianamente por Vetusta. Yo los he visto.

La idílica quietud en que yo y mi café nos sumimos se turbó con la invasión de una masa incontrolada de turistas senior. El guía, para mi desgracia, les concedía tiempo libre, y empezaron a colonizar las mesas todavía vírgenes de mi terraza. Pero el ser humano es capaz de adaptarse a las situaciones más extremas y, así, yo también me amoldé a la nueva circunstancia.

Justo en la mesa contigua a la mía se sentaron cinco septuagenarios: dos hombres y tres mujeres. Por su hablar deduje que eran aragoneses, pero mi sorpresa –agradable sorpresa- se produjo cuando de vez en cuando utilizaban el catalán (con acento graciosamente maño). Es decir, que utilizaban indistintamente el castellano y el catalán con la naturalidad a la que estamos acostumbrados los que provenimos de territorios bilingües. Son de La Franja de Ponent, pensé. (Así la llamamos en Cataluña, aunque lógicamente para ellos será la franja oriental). Seguí escuchando con curiosidad, no tanto por lo que decían, sino por cómo lo decían; prestando atención a la sonoridad de su habla y congratulándome por la convivencia pacífica de ambas lenguas.

Efectivamente, somos de la franja, me respondieron cuando los abordé impulsado por mi curiosidad. Venimos del Matarraña. Asentí admitiendo que sabía de la existencia de la comarca, aunque solo la conozco por referencias. Una de ellas se desmarcó: yo soy de Andorra, cerca de Alcañiz, también asentí porque soy capaz de situar ambos topónimos sobre el mapa. Su compañero me contó, en referencia al pueblecito de la señora, que no pocos viajeros llegan despistados en sus coches preguntando por la calle comercial… ¡¿La calle comercial en este pequeño pueblo de Teruel?!... Algunos -añadió- incluso llevan sus esquíes en la baca del cocheClaro, esto pasa - aclaré innecesariamente-, porque escriben Andorra en el navegador y

No hacía falta decir nada más, nos reímos de la estulticia de algunos.

Me despedí del simpático grupo de aragoneses deseándoles, en catalán, que pasaran un buen día en la heroica ciudad.





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