Llegué a Asturias a finales de
2001. Fue un cambio de aires, y de mares. Atrás quedaba el Mediterráneo; a
partir de ese momento tendría que mirar al norte para buscar un nuevo mar.
A diferencia de mi partida a Tenerife,
esta vez tuve la sensación de que marchaba para siempre. Lo importante, como me
dijo un amigo, era que me vine a Asturias queriendo.
Si tuviera que elegir dos colores
para esta tierra, estos serían el verde y el gris. Un manto verde intenso cubre
la accidentada orografía de esta región.
Un gris plúmbeo para un cielo tímido que raras veces se abre.
En casa tenemos una acuarela
(original) de un pintor que no aparece en google,
luego no debe ser muy conocido fuera de su casa. Fue un regalo de boda. Representa unas típicas casonas asturianas de
piedra, de una aldea perdida cualquiera. A mí me parece un cuadro triste. Mi
suegro dice que Asturias es como ese cuadro, triste.
Para mí Asturias es como una isla. Alargada como una berenjena, el mar solo cubre el norte, pero la inexpugnable
cordillera Cantábrica al sur (¡y su más
inexpugnable autopista de peaje!) y la lejanía de los extremos oriental y
occidental, hacen que raras veces supere sus límites. Cuando abandono la isla suele hacerlo en avión.
Los asturianos se apiñan en su
mayoría en la zona centro: Gijón, Oviedo, Avilés y la cuenca del Nalón, ¡como
si no hubiese espacio a los lados!
La gente de esta tierra dice de
si misma que son babayus, que viene a
querer decir algo así como simplón y fanfarrón.
Cuando hace mucho frío pronuncian
una frase ininteligible para forasteros: Fai
un cutu qu´escarabaya´l el pelleyu.
No me hagan traducirla, quédense con la idea.
Gijón, la ciudad que me acogió,
tiene un urbanismo caótico. A Ildefons Cerdà le habría dado un infarto de haberla
conocido. No obstante, posee un esplendoroso paseo marítimo conocido como “el Muro”;
the Wall, que diría Pink Floyd.
En verano los bañistas caminan de
un lado a otro de la playa de San Lorenzo y vuelta a empezar. Parece como si
hubieran perdido algo y todavía lo estuviesen buscando.
Oviedo, como dijo Woody Allen, es
una ciudad de cuento de hadas. El Ayuntamiento de la capital le erigió una
estatua en pleno centro. Es extraño, una estatua en esta ciudad para un
cineasta judío neoyorquino que ni siquiera es militar.
Avilés, más conocida como ciudad
industrial posee, sin embargo, un casco histórico delicioso.
La costa oriental, donde domina
la caliza, es un capricho de la naturaleza. Las formaciones cársticas han dibujado
las playas más bellas que he visto jamás. Esto no debería decirlo, pues no
quisiera que esta tierra se masificase con las plagas de turistas que tanto
daño han hecho ya en el litoral mediterráneo.
Un tío mío, Rafa, ya fallecido, solía
rememorar lo bien que había comido en Asturias. Era mencionar el nombre de la
región e inmediatamente soltaba la misma letanía: “Menuda fabada me comí yo en
Asturias”. Y diciendo eso, daba vueltas a su oronda barriga con la palma de la
mano y cara de satisfacción.
Los asturianos son nacionalistas
exacerbados, pero sin pretensiones políticas. Llevan el orgullo de su tierrina por todas partes, con su
bandera azul con la Cruz de la Victoria y su himno oficial, tan codiciado por
todos los borrachos de este país, sean o no asturianos:
Asturias, Patria
querida,
Asturias de mis amores;
¡Quién estuviera en
Asturias
en todas las ocasiones!
Vine a Asturias atraído por una de sus bellezas, de hecho
ahora convivo con ella, pero esta región esta llena de atractivos que voy
descubriendo poco a poco, sin prisas, tengo toda la vida…
PUXA ASTURIES!
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