En la prensa asturiana aparece
una noticia sobre un hombre que intenta prender fuego a una sucursal de una
entidad bancaria en Gijón.
Ya en el primer párrafo nos deja
claro –¡no vayamos a simpatizar con el individuo!- que el incendiario es un
desequilibrado mental y que ya había cometido otras fechorías anteriormente. Me
quedo más tranquilo.
Dice, asimismo, que había
entregado un texto ininteligible y confuso a la policía, o sea, que la policía
no entendió su escrito.
Yo desconozco la historia y al
malhechor, pero no puedo evitar hacer una lectura menos superficial de la que
hacen los medios de comunicación.
En principio, tratar de rociar
con gasolina una sucursal bancaria no es normal. Y no solo no es normal sino
que además no es deseable, ya que es un acto violento que puede ocasionar daños
a personas y cosas (y dinero, en este caso).
Si en lugar de fijarse en un banco, se hubiese tratado de un quiosco de
prensa o de una humilde frutería y no mediase enemistad entre agresor y
agredido, a mí me resultaría más difícil de entender. Pero el hecho de que el
objetivo del pirómano sea un banco abre un abanico de interpretaciones más allá
de la teoría del desequilibrado mental que daría por zanjada la cuestión.
Entre estas interpretaciones –que
no excluyen necesariamente el desequilibrio mental- estaría el objetivo de
llamar la atención sobre un símbolo del poder financiero, uno de los grandes causantes
de la crisis económica. En su desesperación, el hombre, encolerizado, arremete
contra quienes considera causantes de su desdicha (y la de muchos), y al mismo
tiempo envía un mensaje a la sociedad –es un acto, de haberlo consumado, como
para presumir-.
No estoy disculpando a este pobre
hombre, aunque algún lector malpensado así lo interprete. Sólo trato de
entender lo que hizo.
Admitamos, sin ambages, que
estaba ”loco”. Escribo “loco” entre comillas porque con el avance de la
psiquiatría existen términos mucho más precisos para designar las conductas que
no se consideran normales.
Bien, entonces podríamos
preguntarnos por las razones y origen de su enfermedad.
Dejo de lado una cierta
predisposición genética, no es ese el tema que ahora me interesa. Es obvio que
el ambiente modela el carácter y las conductas de los individuos.
Si vivimos en un ambiente hostil,
enrarecido, violento, en definitiva, enfermo, los inadaptados, los infelices,
serán muchos más que un ambiente sano.
Ese hombre que intentó quemar una
oficina bancaria es víctima del sistema como lo somos la mayoría aunque
–todavía- no nos dé por quemar edificios emblemáticos.
Con este ejemplo podemos
cuestionarnos quién es realmente el agresor y quién la víctima. Podríamos redefinir
el concepto de violencia, ¿acaso no es violencia la explotación laboral, las
ejecuciones hipotecarias y los desahucios, la pobreza, la marginación social o el
hambre?
Y si ya hemos sido capaces de
verlo de esta manera, ¿quiénes son realmente los incendiarios?
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