No me gusta que al fútbol te pongas la estelada…
(Parafraseando
a Manolo Escobar, gran barcelonista)
En estos tiempos
tan convulsos, se oye por todos lados esa especie de verdad revelada que reza “No hay que mezclar fútbol y política”.
Y yo me pregunto : ¿Por qué no?
En serio, me
gustaría encontrar algún razonamiento, por pobre que sea, que sustente esa
afirmación. Pero a quienes la pronuncian les debe parecer tan obvia que se ahorran
las explicaciones. Hala, otro dogma más del “sentido común”.
Lo cierto es que
el deporte y la política son buenos amigos, de esos con derecho a roce. No creo
que haga falta recordar que el fútbol, inventado por los ingleses en el siglo
XIX, jugó un beneficioso rol para las empresas. Las pachangas entre empleados
servían para estimular el espíritu de equipo y la fidelidad a la empresa.
No hay que ir
tan lejos en el tiempo. ¿Por qué la deuda de los clubes de fútbol con Hacienda
sigue arrastrándose por los campos como hace el pobre André Gomes? ¿No sería
deseable, para las cuentas públicas, que Hacienda aplicase más celo en cobrar
las deudas de los clubes? No, claro. Sea por la paz social.
Luego están los
que ven la estelada en el ojo ajeno y
no la rojigualda en el propio. ¿Acaso la final de la Copa del Rey no es un
acontecimiento, además de deportivo, eminentemente político? La solemnidad del
acto, el Rey, las autoridades, el himno nacional… Todo ello son elementos que
forman parte de lo que Michael Billig denominó nacionalismo banal. Una expresión para referirse a ese nacionalismo
sutil, apenas perceptible, cotidiano, ya interiorizado. Ese goteo continuo que utilizan
los Estados nacionales. Todos, incluso los que no tienen que lidiar con otros
nacionalismos internos.
¿Nadie se ha
preguntado por qué en tiempos en que cada vez son más los partidos en PPV, la final de la Copa del Rey es televisada siempre
en abierto? Lo mismo vale para los encuentros de la selección nacional.
Así que los
poderosos, los defensores del statu quo, son
los primeros que utilizan el fútbol, y el deporte en general, para afianzar sus
ideas (sociales y políticas).
No sé exactamente
por qué (tal vez, en parte, herencia del franquismo y en parte desafección a la
clase política), pero expresiones como “estar politizado” o “politizar algo”
producen urticaria en muchos ciudadanos. Me parece que no son conscientes de
que la salud democrática de una comunidad depende en gran medida de un elevado
grado de politización de sus habitantes.
Volviendo al
tema inicial, y más allá de la frase lapidaria que encabeza esta reflexión, lo
cierto es que la persecución al nacionalismo catalán – y no solo en el fútbol-
cabe enmarcarla en un contexto mayor de persecución a la disidencia política. No
nos levantamos un día sin una nueva detención de un twitero, un rapero o un
titiritero.
Estos días, los
medios de comunicación españoles dedican más tiempo a hablar de la posible
pitada al Rey y al himno nacional que a cuestiones meramente deportivas. Ellos también
están muy politizados. Lástima que sus discursos defiendan posiciones
contrarias a los intereses de la mayoría.
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