viernes, 23 de noviembre de 2018

Pesadilla en Orange Street




De los creadores de Pesadilla en Vodafone Street llega ahora una nueva entrega de las tribulaciones de este simpático matrimonio septuagenario.
Si en el primer episodio, tras la impagable intervención del inteligentísimo yerno, nuestros héroes habían conseguido zafarse de las garras de la pérfida Vodafone, en esta nueva entrega, los señores Fernández se ven envueltos en nueva trama que los sumergirá en los abismos más profundos y psicodélicos del consumismo.


Veamos el escenario. Matrimonio mayor, dos hijas felizmente casadas, nietos, vacaciones del Imserso y una compañía de telecomunicaciones, Orange, que les proporciona teléfono fijo, dos móviles con tarifa plana con no sé cuántos megas, Internet a alta velocidad y TV con fútbol. Who could ask for anything more?

Y, sin embargo,…
La TV falla día sí, día también. Han llamado al número de atención al cliente infinidad de veces. Largas. No resuelven. Al final les dicen que debe tratarse de la instalación  -que hicieron ellos (Orange)-, que debe estar mal, pero que no es asunto de Orange. ¡Así, con dos razones!

El señor Fernández está desesperado, teme perderse el partido del Sporting  (no se pierde gran cosa). Su yerno, o sea, un servidor, sí tiene razones para estar preocupado: teme perderse el partido del Barça. Eso sí es una tragedia. En resumen, desesperación, caos, crisis de ansiedad, el apocalipsis…


Un día –cambio de asunto- a mi suegro se le estropea el móvil. La batería, kaputt. En la tienda de Orange le dicen que no tiene solución, que debe cambiar de móvil. (En realidad sí tiene solución y una batería nueva para ese móvil puede costar entre 15 y 20 euros).

Móviles los hay de muchos precios, pero el señor Fernández quiere uno bueno, con una super cámara de esas que te retratan con perfecta nitidez los pelos de la nariz. Setecientos euracos, la broma. No pasa nada, Orange les permite pagarlo en cómodos plazos mensuales. La factura sube un poquito. La buena noticia para la compañía es que fidelizan al cliente. (Ellos lo llaman “fidelizar”, yo lo llamo tenerte cogido por donde ustedes están pensando).

Y sin embargo, siguen muy descontentos con el servicio de TV, se plantean incluso dejar la compañía, pero como hicieron un pacto con Mefistófeles, estarán con el demonio hasta que le entreguen su alma. Paciencia, dos años pasan enseguida…
¡Menuda cagada hicisteis! –no para de recriminarles su hija, la guapa, o sea, mi querida esposa-. Yo no quiero echar más leña al fuego, pero mi mirada subraya la soez frase de Laura.


Bien, ¿creen ustedes que ahí acaba la historia? Pues no se vayan todavía, aún hay más.
Ayer pasamos por casa de mis in-laws. Mi suegra estaba nerviosa, excitadísima (no me malinterpreten, estoy hablando de una suegra), casi balbuceando nos dice que Orange les va a regalar una televisión LG de 32 pulgadas.

Eh!!!! Para el carro. La interrogo como si fuera el fiscal, entonación lenta y arrastrando las palabras para que se me entienda: ¿Me-estás-diciendo-que-os-van-a- regalar-una-
televisión? Ella matiza: bueno, es una buena televisión, me han dicho, y sólo tendremos que pagar la mitad, 200 euros, en cómodos plazos, 10 euros al mes.

Mi mujer se exaspera. Yo no sé qué cara poner ni dónde  meterme. No doy crédito, trato de mantenerme al margen, es asunto de ellos, pienso. Siento que los han vuelto a engañar. Otra vez. 

Pero, ¿ya habéis aceptado?–interrogó Laura con la ansiedad de quien trata de salvar no ya la honra, pero sí al menos los barcos-. Todavía no, pero no podemos rechazar la oferta, dicen que la única manera de que nos mantengan el importe de los servicios contratados. Si no lo cogemos, nos suben el precio. There is no alternative (Margaret Thatcher dixit).

Estábamos, pues, ante una oferta irrechazable. Y tanto.

Decidles al menos que tenéis que pensarlo –exclamó Laura-. Imposible –replica la madre- la oferta es sólo por el Black Friday, tenemos que decidirlo ya.

Nuestros intentos por hacerles ver que estaban ante una clara extorsión por parte de la empresa  fueron infructuosos. No escuchaban, no atendían, no pensaban. Mi suegro ni siquiera articuló palabra durante la discusión. Querían ilusionarse con la idea de una televisión nueva, una Smart TV, pero –sospecho- no podrían rehuir la sensación de sentirse como un pelele viejo zarandeado por una bestia infame.


Ya en casa, mi mujer y yo seguimos hablando del tema. Hay que ver cómo se vuelve la gente mayor  -lamenta Laura- con qué facilidad los engañan. A los viejos no deberían permitirles gastarse el dinero ni votar. Yo asiento…







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