De los creadores
de Pesadilla en Vodafone Street llega
ahora una nueva entrega de las tribulaciones de este simpático matrimonio
septuagenario.
Si en el primer episodio, tras la impagable intervención del inteligentísimo yerno, nuestros héroes
habían conseguido zafarse de las garras de la pérfida Vodafone, en esta nueva
entrega, los señores Fernández se ven envueltos en nueva trama que los
sumergirá en los abismos más profundos y psicodélicos del consumismo.
Veamos el
escenario. Matrimonio mayor, dos hijas felizmente casadas, nietos, vacaciones
del Imserso y una compañía de telecomunicaciones, Orange, que les proporciona
teléfono fijo, dos móviles con tarifa plana con no sé cuántos megas, Internet a
alta velocidad y TV con fútbol. Who could ask for anything more?
Y, sin embargo,…
La TV falla día
sí, día también. Han llamado al número de atención al cliente infinidad de veces.
Largas. No resuelven. Al final les dicen que debe tratarse de la
instalación -que hicieron ellos (Orange)-,
que debe estar mal, pero que no es asunto de Orange. ¡Así, con dos razones!
El señor
Fernández está desesperado, teme perderse el partido del Sporting (no se pierde gran cosa). Su yerno, o sea, un
servidor, sí tiene razones para estar preocupado: teme perderse el partido del Barça.
Eso sí es una tragedia. En resumen, desesperación, caos, crisis de ansiedad, el
apocalipsis…
Un día –cambio de
asunto- a mi suegro se le estropea el móvil. La batería, kaputt. En la tienda de Orange le dicen que no tiene solución, que
debe cambiar de móvil. (En realidad sí tiene solución y una batería nueva para
ese móvil puede costar entre 15 y 20 euros).
Móviles los hay
de muchos precios, pero el señor Fernández quiere uno bueno, con una super
cámara de esas que te retratan con perfecta nitidez los pelos de la nariz.
Setecientos euracos, la broma. No pasa nada, Orange les permite pagarlo en cómodos
plazos mensuales. La factura sube un poquito. La buena noticia para la compañía
es que fidelizan al cliente. (Ellos
lo llaman “fidelizar”, yo lo llamo tenerte cogido por donde ustedes están
pensando).
Y sin embargo, siguen
muy descontentos con el servicio de TV, se plantean incluso dejar la compañía,
pero como hicieron un pacto con Mefistófeles, estarán con el demonio hasta que le
entreguen su alma. Paciencia, dos años pasan enseguida…
¡Menuda cagada hicisteis!
–no para de recriminarles su hija, la guapa, o sea, mi querida esposa-. Yo no
quiero echar más leña al fuego, pero mi mirada subraya la soez frase de Laura.
Bien, ¿creen
ustedes que ahí acaba la historia? Pues no se vayan todavía, aún hay más.
Ayer pasamos por
casa de mis in-laws. Mi suegra estaba
nerviosa, excitadísima (no me malinterpreten, estoy hablando de una suegra),
casi balbuceando nos dice que Orange les va a regalar una televisión LG de 32
pulgadas.
Eh!!!! Para el
carro. La interrogo como si fuera el fiscal, entonación lenta y arrastrando las
palabras para que se me entienda: ¿Me-estás-diciendo-que-os-van-a- regalar-una-
televisión? Ella
matiza: bueno, es una buena televisión, me han dicho, y sólo tendremos que
pagar la mitad, 200 euros, en cómodos plazos, 10 euros al mes.
Mi mujer se
exaspera. Yo no sé qué cara poner ni dónde meterme. No doy crédito, trato de mantenerme
al margen, es asunto de ellos, pienso. Siento que los han vuelto a engañar. Otra
vez.
Pero, ¿ya habéis aceptado?–interrogó Laura con la ansiedad de quien trata
de salvar no ya la honra, pero sí al menos los barcos-. Todavía no, pero no podemos rechazar la oferta, dicen que
la única manera de que nos mantengan el importe de los servicios contratados. Si
no lo cogemos, nos suben el precio. There
is no alternative (Margaret Thatcher dixit).
Estábamos, pues,
ante una oferta irrechazable. Y
tanto.
Decidles al
menos que tenéis que pensarlo –exclamó Laura-. Imposible –replica la madre- la
oferta es sólo por el Black Friday, tenemos que decidirlo ya.
Nuestros
intentos por hacerles ver que estaban ante una clara extorsión por parte de la
empresa fueron infructuosos. No escuchaban, no atendían, no pensaban. Mi suegro ni siquiera articuló palabra
durante la discusión. Querían ilusionarse con la idea de una televisión nueva,
una Smart TV, pero –sospecho- no podrían rehuir la sensación de sentirse como
un pelele viejo zarandeado por una bestia infame.
Ya en casa, mi
mujer y yo seguimos hablando del tema. Hay que ver cómo se vuelve la gente
mayor -lamenta Laura- con qué facilidad
los engañan. A los viejos no deberían permitirles gastarse el dinero ni votar.
Yo asiento…
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