Quiero referir la sensación que tuve hace unos días cuando mi sobrina Carla, que tiene ocho años, me enseñó en el teléfono móvil un corto que se ha hecho viral en la red.
Se trata de un corto
griego llamado “Jafar”. En la sala de
espera de una clínica se encuentran, aparentemente por casualidad, un joven de
apariencia árabe con un matrimonio y su hija, que podría tener ocho años. Estos
últimos muy blanquitos y muy respetables. La niña, ingenuamente, se sienta al
lado del joven árabe, y rápidamente los padres la recolocan lejos del mismo, guardando
todos ellos distancia respecto del joven. En la siguiente escena hacen entrar a
todos en la sala del médico, y éste les presenta al donante de médula de su
hija, que no es otro que Jafar, el árabe.
Moraleja: no debemos
ser racistas.
Pero yo no quería
escribir exactamente sobre el corto; hay multitud de ellos con mensajes
similares. Yo quería contar lo que sentí cuando le pregunté a mi sobrina si
había entendido el vídeo. Me miró con cara de pero-qué-se-cree-este-que-soy-tonta, y espetó: pues claro.
Explícamelo- la
desafié. Pues –dijo más o menos- es de unos padres que tienen una niña que
está enferma… y necesitaban un trasplante de algo,… y el chico se lo dio.
¿Eso
es todo?-le dije. Sí
- me contestó mi sobrinita, no sin cierto mosqueo. Yo iba esbozando una
sonrisa, y mi mujer que estaba presenciando la escena le preguntó: Carla, ¿qué pasa al principio, en el sofá? Y
ella respondió: no sé, que se hacen un lío,
no saben cómo sentarse,…
Creo que mi sonrisa se
hizo más amplia, y que con ella pude abrazar a mi sobrina. Es maravilloso: ¡no
ha entendido el vídeo, no lo ha entendido! ¿No es adorable?...
Tampoco la niña del vídeo, que espontáneamente se sienta al lado del joven árabe, sabe qué es racismo.
Tampoco la niña del vídeo, que espontáneamente se sienta al lado del joven árabe, sabe qué es racismo.
Los niños –los seres
humanos- de manera natural no somos racistas, ni xenófobos, es necesario un aprendizaje para serlo. Y otro, en
sentido contrario, para dejar de serlo. A lo largo de nuestras vidas estamos
constantemente sometidos a mensajes, en ocasiones claros y en otras sutiles, que
engendran o refuerzan el sentimiento de rechazo hacia otras personas o, mejor
dicho, hacia otros grupos de
personas. Las pretextos pueden ser varios: la raza (el racismo), la nación (la xenofobia)
o la clase social (el clasismo), pero el resultado es siempre pernicioso e
indeseable.
Algún día, más pronto
que tarde, mi encantadora e ingenua sobrina entenderá el vídeo. Habrá
interiorizado el rechazo que grupos de seres humanos sienten por otros grupos. No
sé cómo digerirá esa información, y si serán necesarias varias digestiones,
pero espero que sea una persona tolerante y libre de estúpidos e interesados
prejuicios.
Por el momento, nosotros
seguiremos disfrutando de su candor.
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