sábado, 14 de marzo de 2015

Sobre la necesaria suspensión de la final de la Copa del Rey


30 de mayo de 2015: final de Copa entre Athletic Club de Bilbao y  FC Barcelona. Sí, otra vez.
Los aficionados al fútbol estamos de enhorabuena. Una fiesta que trasciende lo que son los noventa minutos (o más) de partido. Por un día las grises carreteras de este país se teñirán de colores llampants: azul, grana, rojo, blanco, amarillo, verde,… ¡Qué bonito! Cientos de autocares, trenes, coches particulares, aviones, motocicletas, triciclos y demás vehículos por imaginar harán temblar el asfalto de este vasto Reino.
La ciudad monótona despertará ese día con la algarabía, los cánticos, las camisetas y las banderas de las dos aficiones apostadas en los abrevaderos de la ciudad. Una fotografía inmortalizará ese abrazo simpático y fraternal entre un aficionado del Barça y otro del Athletic, ojos vidriosos y bota de vino alzada. Aficiones agermanades.  No puedo imaginar una final de Copa más amistosa, valga la contradicción. Y, sin embargo,…

Lo de siempre: los cuatro desalmados que lo joden todo. ¡¿POR QUÉ?!  -clamo al cielo- Si solo es un partido de fútbol -que diría el inefable Josep Pedrerol-  ¿Qué sentido tiene politizarlo? Convertir una fiesta del fútbol en un acto reivindicativo de la nación… española.  Si no se toman medidas ocurrirá lo predecible. En el palco se colarán con sus trajecitos recién planchados Su Majestad el Rey, el Presidente del Gobierno y otras autoridades. Y un saboteador, confabulado con ellos, hará sonar el himno nacional por megafonía.
¡Qué triste manera de arruinar un partido de fútbol!
¡Ya está bien, hombre! –como también diría el impostado Pedrerol- cada año lo mismo, siempre mezclando fútbol con política. No debemos tolerarlo. A la politización de acontecimientos deportivos, ¡tolerancia cero!


He estado reflexionando durante estas últimas semanas y he aquí mi humilde propuesta para acabar de una vez por todas con la violencia legal en el fútbol. Sugiero que el día de la final, cuando esté a punto de comenzar el partido, si aparecen en el palco las autoridades  -que lo harán- y suena el himno nacional –que sonará-, los jugadores se nieguen rotundamente a jugar el partido. Así de claro, se suspende el partido, y se celebra tres días más tarde a palco cerrado. Sin autoridades y sin megafonía, solo furbo.

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