30 de mayo de 2015: final de Copa
entre Athletic Club de Bilbao y FC
Barcelona. Sí, otra vez.
Los aficionados al fútbol estamos
de enhorabuena. Una fiesta que trasciende lo que son los noventa minutos (o
más) de partido. Por un día las grises carreteras de este país se teñirán de colores
llampants: azul, grana, rojo, blanco,
amarillo, verde,… ¡Qué bonito! Cientos de autocares, trenes, coches
particulares, aviones, motocicletas, triciclos y demás vehículos por imaginar
harán temblar el asfalto de este vasto Reino.
La ciudad monótona despertará ese
día con la algarabía, los cánticos, las camisetas y las banderas de las dos
aficiones apostadas en los abrevaderos de la ciudad. Una fotografía inmortalizará
ese abrazo simpático y fraternal entre un aficionado del Barça y otro del
Athletic, ojos vidriosos y bota de vino alzada. Aficiones agermanades. No puedo
imaginar una final de Copa más amistosa, valga la contradicción. Y, sin
embargo,…
Lo de siempre: los cuatro
desalmados que lo joden todo. ¡¿POR QUÉ?!
-clamo al cielo- Si solo es un partido de fútbol -que diría el inefable Josep
Pedrerol- ¿Qué sentido tiene
politizarlo? Convertir una fiesta del fútbol en un acto reivindicativo de la
nación… española. Si no se toman medidas
ocurrirá lo predecible. En el palco se colarán con sus trajecitos recién
planchados Su Majestad el Rey, el Presidente del Gobierno y otras autoridades. Y
un saboteador, confabulado con ellos, hará sonar el himno nacional por
megafonía.
¡Qué triste manera de arruinar un
partido de fútbol!
¡Ya está bien, hombre! –como también
diría el impostado Pedrerol- cada año lo mismo, siempre mezclando fútbol con
política. No debemos tolerarlo. A la politización de acontecimientos deportivos,
¡tolerancia cero!
He estado reflexionando durante
estas últimas semanas y he aquí mi humilde propuesta para acabar de una vez por
todas con la violencia legal en el
fútbol. Sugiero que el día de la final, cuando esté a punto de comenzar el
partido, si aparecen en el palco las autoridades -que lo harán- y suena el himno nacional –que
sonará-, los jugadores se nieguen rotundamente a jugar el partido. Así de
claro, se suspende el partido, y se celebra tres días más tarde a palco cerrado.
Sin autoridades y sin megafonía, solo furbo.
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