Saludo a mis amigos. ¡Ojalá puedan aún ver el
amanecer! Yo, demasiado impaciente, me adelanto a ellos.
(Final de la nota de despedida de Stefan Zweig,
antes de suicidarse junto con su esposa el 22 de febrero de 1942)
No puedo recomendar un libro solo
de Stefan Zweig; todos son sublimes. Pero para entender el mundo que le tocó
vivir resulta muy interesante su autobiografía El mundo de ayer: Memorias de un europeo. En esta obra, honesta y
bella, el autor nos describe algunas de sus vivencias. Sus encuentros con otros escritores
e intelectuales de la época, sus viajes por Europa y América, y multitud de
anécdotas.
Como en tantas otras biografías, El
mundo de ayer es también el retrato de una época, como todas, cambiante.
He seleccionado algunos
fragmentos que nos dan una idea de la lógica angustia con que Zweig vivió, al final de sus días, el auge del nazismo. Espero que sirvan de anzuelo –lo escribo desde el cariño- para
que quien todavía no ha leído a Zweig se anime a hacerlo.
Sin más, os dejo con las palabras del escritor.
En la página 455 de la edición en castellano de Quaderns Crema.
“La inflación, el paro, las crisis políticas y, no en menor
grado, la estupidez extranjera habían soliviantado al pueblo alemán: para el
pueblo alemán el orden ha sido siempre más importante que la libertad y el derecho. Y quien
prometía orden (el propio Goethe dijo que prefería una injusticia a un
desorden) desde el primer momento podía contar con centenares de miles de
seguidores”
Página 483
“Se respiraba en el aire el advenimiento de una decisión final
y yo, que participaba de la tensión general, recordé sin querer las palabras de
Shakespeare: so foul a sky clears not whitout a store (Un cielo tan cargado no
se despeja sin tormenta)”
Página 487
“En estas últimas décadas Europa y el mundo casi han
olvidado lo sagrados que eran antes los derechos de las personas y la libertad
civil. Desde 1933, registros, detenciones arbitrarias, confiscaciones de
bienes, expulsiones de los hogares y de la patria, deportaciones y cualquier
otra forma de humillación se han convertido en algo habitual, casi natural; no
recuerdo a ninguno de mis amigos europeas que no hay padecido una cosa u otra”
Páginas 493
“Una y otra vez se pretendía hacer creer que Hitler sólo
quería atraer a los alemanes de los territorios fronterizos, que luego se daría
por satisfecho y, en agradecimiento, exterminaría al bolchevismo; este anzuelo
funcionó a la perfección”.
Página 499, cuando su barco hace escala en
Vigo, camino de Sudamérica. En los inicios de la Guerra Civil española.
“Llevaban uniformes nuevos y relucientes, fusiles y
bayonetas; bajo la vigilancia de unos oficiales fueron cargados en automóviles
igualmente nuevos y relucientes y salieron como una rayo de la ciudad. Me
estremecí. ¿Dónde lo había visto antes? ¡Primero en Italia y luego en Alemania!
Tanto en un lugar como en otro habían aparecido de repente esos uniformes
nuevos e inmaculados, los flamantes automóviles y las ametralladoras. Y una vez
más me pregunté: ¿quién proporciona y paga esos uniformes nuevos? ¿Quién
organiza a esos pobres jóvenes anémicos? ¿Quién les empuja a luchar contra el
poder establecido, contra el parlamento elegido, contra los representantes
legítimos de su propio pueblo? Yo sabía que el tesoro público estaba en manos
del gobierno legítimo, como también los depósitos de armas. Por consiguiente,
esas armas y esos automóviles tenían que haber sido suministrado desde el
extranjero y sin duda habían cruzado la frontera desde la vecina Portugal.
Pero, ¿quién los había suministrado?¿Quién los había pagado? Era un poder nuevo
que quería el dominio, el mismo poder que actuaba aquí y allá, un poder que
amaba la violencia, que necesitaba la violencia y consideraba debilidades
anticuadas todas las ideas que nosotros profesábamos y por las cuales vivíamos:
paz, humanidad, entendimiento mutuo. “
Página 507
“Después del segundo día ya no previne a nadie más. ¿Para
qué inquietar a alguien que no desea ser inquietado?”
Página 514
“En efecto: tal vez nada demuestra de modo más palpable la
terrible caída que sufrió el mundo a partir de la Primera Guerra Mundial como
la limitación de la libertad de movimientos del hombre y la reducción de su
derecho a la libertad. Antes de 1914 la Tierra era de todos. Todo el mundo iba
adonde quería y permanecía allí el tiempo que quería. No existían permisos ni
autorizaciones; me divierte la sorpresa de los jóvenes cada vez que les cuento
que antes de 1914 viajé a la India y América sin pasaporte y que en realidad en
mi vida había visto uno. La gente subía y bajaba de los trenes y de los barcos
sin preguntar ni ser preguntada, no tenía que rellenar ni uno del centenar de
papeles que se exigen hoy en día. No existían salvoconductos ni visados ni
ninguno de estos fastidios: las mismas fronteras que hoy aduaneros, policías y
gendarmes han convertidos en una alambrada, a causa de la desconfianza
patológica de todos hacia todos, no representaban más que líneas simbólicas que
se cruzan con las misma despreocupación que el meridiano de Greenwich. Fue después de la guerra cuando el
nacionalsocialismo comenzó a trastornar el mundo, y el primer fenómeno
visible de esta epidemia fue la
xenofobia: el odio, o por lo menos, el temor al extraño.”
Página 526
Hablando de Sigmund Freud…
“Me dijo un día: “Existe tan poca verdad al ciento por
ciento como alcohol puro””
Me encanta el artículo, pero no el selfie...
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