Asumo toda la responsabilidad
sobre los hechos acaecidos el pasado 11 de noviembre. Me declaro como el único
autor intelectual y material de la consulta ilegal
que realicé en el aula de francés de la E.O.I. de Gijón donde acudo regularmente martes y
jueves a las 18:30.
A continuación expondré
sucintamente los hechos tal como sucedieron.
Todo empezó como una inocente actividad
escolar. Cada alumno debía preparar un tema de su elección y, llegado el día,
exponerlo en clase para suscitar a continuación un debate. No es necesario
decir que la elección de un tema controvertido favorece una participación más
entusiasta.
El día 11 de noviembre era el día
de mi intervención. Para la exposición me limité a hacer una breve aproximación
histórica al fenómeno del nacionalismo y al concepto de difícil definición de Nación.
Retrocedí a los siglos XVIII y XIX,
época en se gestaron los Estados-nación
que hoy conocemos. Hablé de la necesidad de “nacionalizar” a la población, es
decir, de infundir en los habitantes el sentimiento de pertenencia -antes
inexistente- a la Nación que iba a legitimar el Estado. La creación de un
armazón jurídico (Constitución, Leyes, Instituciones,…), pero también la
creación de una identidad común. Utilización de símbolos (banderas, himnos,
canciones patrióticas, monumentos, conmemoraciones, nombres de calles,…); construcción
de una Historia nacional, con buenas
capas de maquillaje y de invención; de una cultura
nacional. Una literatura romántica que exalta los valores del pueblo; en
pintura, una temática donde proliferan temas “nacionales”; una música
nacionalista, etc. Por otro lado, la obligatoriedad del servicio militar, máxima expresión del amor a la patria (estar
dispuesto a matar y a morir por ella); y finalmente el crucial papel de la escuela en la “nacionalización” de la
población. Mencioné otros aspectos pero
no quiero extenderme más en esto.
Para el debate propuse centrarnos
en el conflicto actual, aunque viene de lejos, entre el Estado central y los nacionalismos
periféricos. Todos lo teníamos en mente, y de hecho hablamos de él: el procès sobernanista catalán.
Hablar del tema nacionalista es
casi siempre delicado. La mayor parte de las personas nos aproximamos a él más
desde el corazón que desde la cabeza, por lo que se hace difícil razonar.
Para mi sorpresa, el debate no
resultó tenso, ni demasiado controvertido, mas al contrario, hubo una opinión
generalizada de que a los catalanes (y a los vascos) debía reconocérseles el derecho a decidir si
desean constituirse en Estados propios.
Hasta ese momento no había
cometido ningún delito, creo.
Como colofón a mi intervención, y
es aquí donde puedo tener problemas con la Justicia, propuse a mis compañeros
un experimento. Por un rato les hice sentirse diputados del Congreso. Votarían una
propuesta de modificación de la Constitución.
El artículo 2 del Titulo
Preliminar donde actualmente reza: “La
Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española,
patria común e indivisible de todos los españoles,…”, ese tenor literal proponía
cambiarse por el siguiente: “La
Constitución se fundamenta en el principio de plurinacionalidad del Estado
español y reconoce el derecho de autodeterminación de las naciones que lo
integran”.
Rogué a sus señorías que votaran
en conciencia, con responsabilidad e indisciplinadamente, es decir, sin
disciplina de voto.
A continuación hice pasar una urna con forma de bolsa de
plástico donde los diputados y diputadas debían introducir un trozo de papel
donde habrían escrito “oui”, “non” o dejado en blanco.
Un diputado honesto hizo el
recuento:
Votos favorables al cambio
constitucional: 9
Votos en contra: 4
Votos en blanco: 2
Votos nulos: 0
De 15 diputados que estábamos
presentes 9 habíamos votado a favor de la reforma. Es decir, había una mayoría
necesaria, 3/5, para modificar la Constitución.
Este escrito es una confesión en
toda regla. Es probable que en cuanto la Fiscalía tenga conocimiento de estos
hechos los ponga en conocimiento de la Audiencia Nacional y se abran diligencias
para esclarecen si he cometido algún delito.
No anhelo convertirme en héroe ni
en mártir, sólo me mueve una profunda convicción democrática. Si alguna vez me
sientan en el banquillo de los acusados declararé que yo pensaba que vivíamos
en una democracia, por eso hice lo que hice. Sé que el desconocimiento de la
Ley no exime de su cumplimiento, pero no tengo mejor argumento.
Las cárceles están llenas de
inocentes y las calles llenas de criminales con zapatos lustrosos.
El mundo al revés, que diría
Eduardo Galeano.
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