Ayer sin ir más lejos
leí otra “Carta al director” en un
diario local en la que se encomiaba la donación de 320 millones de euros del
dueño de Inditex Amancio Ortega para la adquisición de máquinas contra el
cáncer. En el mismo panegírico se aprovechaba –ya puestos- para despotricar de
algunas voces de Podemos, que
critican la donación hasta el extremo de abogar por el rechazo de la suma, sin paliativos.
El
País,
periódico sedicentemente progresista, aplaudía, digo titulaba: “Pacientes y
sanitarios aplauden las donaciones de Amancio Ortega”. Reacciones parecidas en
toda la prensa nacional.
El argumento para el
rechazo es el siguiente: desde una concepción de Estado social, al que debemos tender,
Amancio Ortega debería pagar esa cantidad, y seguramente mucho más, a través de
los impuestos. En un Estado verdaderamente social, las donaciones, la limosna,
no tendrían cabida.
El razonamiento para la
aceptación de la donación es más variado: desde posiciones más tradicionalistas,
donde la cultura de la limosna está perfectamente aceptada e interiorizada,
hasta otras que, aun entendiendo como deseable la vía del Estado social,
consideran que mientras este no
esté plenamente desarrollado, las donaciones, la limosna, son necesarias.
Funcionarían como uno de esos complementos vitamínicos que venden en farmacias.
El problema - uno de
ellos- del primer argumento es que no
parece dar soluciones inmediatas; y a los que ahora tienen el problema no
es de recibo decirles que deben
sacrificarse en aras del progreso social.
Y el problema del
segundo -uno de ellos- es el “MIENTRAS”.
¿Cuánto dura un
MIENTRAS? ¿A qué unidad de tiempo es equivalente? ¿Puede un MIENTRAS erigirse
en un muro infranqueable o, al menos, en
un freno? ¿Puede un MIENTRAS funcionar como desalmada coartada para los poderes
públicos y para la propia población? ¿Cuánto
debemos esperar mientras…?
No veo gran diferencia,
en lo esencial, entre decir que mientras
no llegue el deseable Estado social son necesarias las donaciones o las limosnas,
y pensar (seguramente inconscientemente), que mientras haya donaciones o limosnas, no es tan urgente luchar por el
Estado social. O dicho más cruelmente, es más fácil y menos agotador silenciar
nuestra conciencia con una limosna, a manifestarnos por algo tan vaporoso como
eso de ”la justicia social”. También es más sencillo aplaudir esas “generosas”
donaciones a exigir cambios
legislativos a los poderes públicos.
Si cultivamos la
cultura de la limosna, bien sea a pie de calle –nunca mejor dicho-, o través de
donaciones de fundaciones, de millonarios o de concursos de televisión como
la Marató de TV3, etc. me parece que ponemos en riesgo el avanzar en políticas
redistributivas. Habrá que piense que ambos objetivos son compatibles. Técnicamente,
tal vez, pero en la práctica tengo mis dudas.
Sobre Amancio Ortega,
poco que me apetezca decir, bueno, mártir
y, sobre todo, explotador.
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