Ayer vi en televisión un
reportaje sobre la costumbre gitana de la prueba del pañuelo. Una tradición
ancestral para “probar” la virginidad de la novia antes de la boda, y por
consiguiente su pureza y su honradez.
Valorar la virginidad de la mujer
(la del hombre no es relevante) antes del matrimonio no es exclusivo de los
gitanos, está bastante extendido en muchas otras culturas que, tal vez
influidas por la religión, han sacralizado el sexo hasta extremos que para una
mentalidad racional resulta sencillamente ridículo.
El reportero acudió a uno de esos
mercadillos donde se vende de todo,
desde bragas y sujetadores enormes, de esos blancos o beige, anti-libido, hasta
camisetas Nike, falsas, por supuesto.
En el “rastro” preguntó a un señor con un gran mostacho y
generosas patillas si era gitano. ¡Claro que era gitano! En un mercadillo de
Calculta tal vez albergase dudas, pero ahí…
El gitano y su acompañante,
también gitano, hablaron emocionados de esa tradición. Era un honor
enorme para la familia y en especial para el padre de la novia.
A continuación entrevistó a
varias gitanas adultas, y todas se conmovían al referirse a la prueba del
pañuelo pero, curiosamente, cuando se les preguntaba si ellas la habían pasado,
se lamentaban; ¡les hubiera encantado!, suspiraron, pero todas se habían escapado. Es la expresión que
utilizan en la comunidad cuando se van a vivir con el novio sin casarse,
normalmente porque ya han consumado,
o como ellas decían por circunstancias de la vida…
Los reporteros estuvieron también
en una boda gitana. La novia tenía sólo 16 años y estaba presta para ser
examinada. El jolgorio inundaba aquella casa: palmas, cante, alegría y vestidos
de colores, a cual más… llamativo.
La ceremonia del pañuelo –nos
cuentan- no se realiza en la intimidad. La sala está llena de mujeres casadas
que serán testigos de una prueba que casi siempre sale bien. La arrejuntadora es la que procede; gana 600 euros cada vez
que mete el dedo, 100.000 pesetas decía ella mientras nos mostraba su dedo índice
amenazador.
Es normal –pensé- que se casen
tan jóvenes, ya que si esperan un poco más no hay boda: la naturaleza humana no
entiende de tradiciones y es muy fuerte…
Un experto hablaba de cuestiones antropológicas y decía que para nosotros,
desde fuera era difícil de entender, pero que era incluso felizmente aceptado
dentro de la comunidad.
La reflexión que se me ocurre
-una de ellas- consiste en cuestionarnos si debemos inmiscuirnos es cuestiones
que atañen a otras culturas cuando consideramos que existen razones éticas para
ello (en este caso un trato vejatorio a la mujer), o, si por el contrario,
debemos mantenernos al margen, entendiendo que, en todo caso, debe ser la
propia comunidad la que resuelva estas cuestiones.
Lo cierto es que no tengo una
respuesta definitiva…
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