El otro día estuve hojeando “El Comercio”, un periódico de Gijón.
El diario arrancaba en sus primeras páginas con un reportaje sobre el traslado de los juzgados de Gijón al nuevo y flamante Palacio de Justicia, situado, como decimos en Catalunya, “en la quinta forca”, o sea, muy lejos.
En la parte inferior del reportaje aparecían cinco fotografías de cinco individuos y cada una adjuntaba una breve, muy breve y presumible opinión sobre lo que supone el traslado de todos los juzgados a ese macroedificio. Va a ser muy positivo…, era necesario…, ya saben, frases de ese estilo.
Lo que me llamó la atención es que las cinco personas seleccionadas para dar su beneplácito eran dos jueces, un fiscal, un abogado y una procuradora.
Yo, ingenuo de mí, me pregunté ¿por qué no han pedido la opinión también a un sencillo y humilde funcionario, o funcionaria? Al fin y al cabo van a trabajar cientos de ellos en ese edificio. Se me ocurrieron las siguientes hipótesis:
Hipótesis A: el cronista buscó con denodado esfuerzo la opinión de un funcionario, pero ninguno quiso colaborar.
Hipótesis B: el periodista pensó en la posibilidad de entrevistar a un funcionario, pero finalmente desechó la idea.
Hipótesis C: al reportero, seguramente un humilde y precario trabajador, ni siquiera se le pasó por la cabeza la posibilidad de contar con un empleado público. Si un granjero decide trasladar los cerdos de una granja a otra tampoco pregunta a los cerdos qué les parece la idea, ¿verdad?
El matiz entre la hipótesis B y la C es más importante de lo que podría parecer.
Cuando durante la Revolución Francesa se establecieron los Derechos del Hombre, se pensaba en el hombre y no en la mujer. Sin embargo, no había una exclusión consciente de la mujer, sencillamente, esa posibilidad ni siquiera se consideraba y, por tanto, nadie percibía lo que para nosotros es una omisión inaceptable.
Que cada uno interprete lo que quiera, yo abogo por la hipótesis C. Al reportero ni se la pasó por la cabeza contar con un administrativo. Por otro lado, me temo que la inmensa mayoría de lectores del periódico tampoco iba a echar en falta esa ausencia. Creo que se ha generalizado la percepción de que los trabajadores –en este caso funcionarios- no contamos para nada, y así nos va.
Pero, bien pensado, tal vez yo esté confundido, y al menos los funcionarios sí estén considerados. Si no ¿por qué el jefecito de los empresarios, un tal Juan Rosell, les dedica tan bellas palabras? Y por la misma razón, ¿por qué la prensa se hace eco de ellas?
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