Después de haber leído en
distintos libros y artículos de economía referencias a “La Gran Transformación”
de Karl Polanyi, me dije: tienes que conseguir ese libro y leerlo. No fue
fácil, a pesar de tratarse de un clásico de historia económica y social está
agotado en la mayoría de librerías de este país. Tras mucho buscar, localicé
una edición mexicana, de encuadernación
humilde, la que aparece en la ilustración, en una librería de Zaragoza,
“Cálamo”.
Es un ensayo publicado en 1947, y
trata de la gran transformación que supuso para la sociedad el paso de una
sociedad pre-capitalista a otra plenamente capitalista o mercantilista. Los
orígenes estarían en el siglo XV pero la plenitud llegaría en el XIX. Dicha
transformación supuso una enorme dislocación social, y la sociedad buscó
maneras de protegerse del nuevo sistema. El liberalismo económico confió
ciegamente en el mercado autorregulado, pero este fracasó. Una demostración de lo quimérico del sistema
es la aparición de distintas respuestas a ese modelo: el fascismo (que
económicamente siguió siendo capitalista) o el comunismo.
El autor desmenuza distintas
ideas, todas ellas muy interesantes. Voy a referirme sólo a algunas de ellas.
La Revolución Industrial del
siglo XVIII registró un progreso casi milagroso en los medios de producción,
pero a su vez, supuso una dislocación catastrófica en la vida de las gentes del
pueblo. Destruyó el tejido social, y arrojó al hombre, antes arropado por la
familia, la parroquia o la comunidad, al
individualismo de la fábrica. El trabajo, así como otros factores de
producción: la tierra y el dinero, fue convertido en una mera mercancía.
Fue una conversión forzada, una
ficción, pues las mercancías han sido tradicionalmente bienes creados para ser
comprados y vendidos.
En ese mercado, el precio que se
paga por el trabajo es el salario, y el trabajador se encuentra muchas veces
abocado a aceptar salarios muy bajos y pésimas condicionas laborales so pena de
morir por inanición.
En las sociedades tradicionales,
nos recuerda el autor, rara vez un individuo moría de hambre salvo que la
hambruna afectara a toda la comunidad. Existían lazos de solidaridad que el
capitalismo cortó.
Otra de las ideas que expone Polanyi
pretende corregir la visión transmitida por la ideología liberal de que el
mercado es algo natural en el hombre. Esa manida idea de que el ser humano
siempre ha sentido propensión a intercambiar bienes. Según Polanyi el intercambio
ha sido tradicionalmente algo muy secundario. Las comunidades se proveían de
cuanto necesitaban y lo repartían entre sus miembros según criterios
redistributivos al margen del mercado. Por supuesto que existía el mercado,
pero su importancia era muchísimo menor antes de la llegada del mercantilismo.
Tampoco, para el autor, la
búsqueda del dinero o riquezas ha sido históricamente el aliciente que haya
movido a los hombres. Más bien ha sido la búsqueda de prestigio social, que a
veces, eso sí, requería de la posesión
de bienes, pero incluso en estos casos, la posesión de bienes es un medio y no
un fin es si mismo.
Retomando el tema del mercado de
trabajo, Polany nos ofrece un ejemplo conocido y muy interesante.
Cuando los ingleses cuando
llegaron a sus colonias en el Pacífico, propusieron a los aborígenes
trabajar para ellos a cambio de un salario. Estos no estaban por
la labor; se proveían de alimentos y de cuanto necesitaban por otros medios: recolección,
reparto o redistribución entre los miembros de la comunidad. Entonces, los ingleses
talaron todos los árboles del pan, importante fuente de alimento para los
nativos. Es decir, crearon escasez de manera artificial. Además les
obligaron a pagar tasas por las viviendas –chozas- donde vivían. Así fue como
los británicos les dieron la bienvenida al maravilloso mundo del trabajo libre.
Según Polanyi el liberalismo fue
planeado, mientras que el proteccionismo social es la necesaria reacción
espontánea a la dislocación social provocada por un mercado libre. El autor no
niega que el mercado autorregulado haya traído una espectacular abundancia
material, pero entiende que se trata de un punto de vista demasiado parcial y
estrecho. Convertir la tierra, el trabajo y el dinero en meras mercancías es un
grave error, pues cada una de ellas posee
características y cualidades que no se expresan en la racionalidad formal del
mercado, subordinando la esencia de la sociedad a las leyes del mercado.
Para ir concluyendo, éstos y otros aspectos trata el autor en
esta obra maestra de la historia económica y social de los siglos XIX y XX
(hasta mediados). Lo económico es indisociable de lo social, no debemos caer en
el error, como se está cayendo en la actualidad, de pensar que la esfera económica
está fuera y por encima de la esfera social y de la esfera política. Hay que
someter lo económico a lo político y, en definitiva, a lo social.
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