sábado, 3 de mayo de 2014

Los nuevos mendigos

En el urbanismo caótico de Gijón existe una calle que es el camino natural para que los vecinos de los barrios de El Coto, Viesques, La Arena o El Bibio lleguen hasta el corazón de la ciudad.
La calle Uría estaba predestinada a convertirse en un eje comercial, y tuvo, como tantos otros, tiempos mejores. Ahora, persianas bajadas, letreros de “Se alquila”  o “Se vende” y mendigos, acompañan nuestro paseo hasta el centro.

Cuenta Karl Polanyi en ese libro imprescindible que es “La gran transformación” que en las sociedades preindustriales era rarísimo que alguien se muriera de hambre a no ser que el hambre afectara a toda la comunidad, por ejemplo, por malas cosechas. Los lazos de solidaridad, que ahora sólo se mantienen dentro de la familia, se encontraban también entre vecinos, la parroquia, el municipio, etc.
La Revolución Industrial y el capitalismo, nos cuenta Polanyi, arrojaron a los individuos a la soledad de la fábrica, despojándolos de los mimbres comunitarios que los amparaban.

Vuelvo a la calle Uría de Gijón. Lo que más me sorprende de los nuevos mendigos es su novedosa manera de pasar las horas: leen libros.
Uno está acostumbrado a algunos prototipos de mendicidad: el lisiado (real o ficticio), la madre con varios niños pequeños (propios o extraños), los gitanos rumanos, el alcohólico, no percibido como enfermo sino como despojo social, etc.

Pero ahora, los nuevos menesterosos se parecen mucho a nosotros, a los que (todavía) no nos hemos visto obligados a mendigar. Son personas relativamente jóvenes, sin impedimentos aparentes para trabajar, visiblemente sanas, y lo más sorprendente…lectoras.
Definitivamente, si algo me ha llamado poderosamente la atención es ese maridaje entre  mendicidad y cultura, entre el platillo de las monedas y novelas de considerable grosor…Alguno es posible que en estos momentos esté leyendo “Grandes Esperanzas” o “Tiempos Difíciles” de Charles Dickens.

Habituados a juzgar a los pobres por las faltas de ortografía y su pésima caligrafía, no podíamos imaginarnos a lectores mendicantes, seguramente con cierto nivel cultural y, por tanto, con una mayor conciencia de su desdicha. Y sobre todo, verlos tan parecidos a nosotros; vernos en ellos. Eso es lo más inquietante…

El corolario de todo esto parece claro: ya no es necesario haber nacido pobre para entrar en el exclusivo club de los pobres. Nos sentíamos a salvo en ese crisol donde se funden las llamadas “clases medias”, con nuestras costumbres burguesas y un Estado que nos protegía y ahora en proceso de desguace. Ahora ya vemos las barbas de nuestros vecinos cortar.

Me pregunto hasta dónde debe llegar el cerco de la pobreza y de la marginación para que se produzca un estallido social. Hasta cuándo ya ni los lazos familiares serán suficientes para mantenernos en este Estado precario y fallido. Y finalmente, cuándo nos daremos cuenta de que el problema no está en fulano o mengano, que el problema está en el sistema. Así de simple, así de complicado…


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