sábado, 29 de marzo de 2014

Pequeños emprendedores

No sólo el partido en el Gobierno está fomentando la cultura del “emprendedor”. Por cierto, supongo que esta palabra sustituye a la más castiza  de “empresario” por  influencia del inglés (y del francés) y porque, tal vez, piensan que suena mejor.

Estoy convencido de que también muchos padres, entre la masa de asalariados, están educando a sus vástagos desde su más tierna infancia en la emprendeduría. (Esta palabreja no existe en el diccionario de la RAE, pero eso no impide que ya haya másters con ese nombre).

Luisito y María, dos hermanos de 7 y 5 años respectivamente. Absolutamente normales. Con sus dosis de bondad y maldad perfectamente repartidas a lo largo del día, –cuando duermen son unos benditos- están siendo educados, de forma precoz, en el competitivo mundo de los negocios.
Reciben una paga semanal, pongamos de 2 euros. Compran, a través de sus padres y proveedores la materia prima: unas gomas de plástico de distintos colores. Confeccionan con sus propias manos unas pulseras entrelazando las gomas. Una moda de Estados Unidos que están introduciendo aquí. Luego las venden, a quien sea, incluso a su propio padre. Dos tamaños: las pequeñas a 60 céntimos y las grandes a 1 euro.
Las ganancias obtenidas las reinvierten encargando más material, y elaborando más pulseras que esperan vender. Cuando hayan “colocado” todo el material a la familia - su particular hinterland-  tendrán, supongo, que buscarse la vida en otros mercados…y competir con otros mercaderes-artesanos.
Ver a esos tenderos enanos entregando una pulsera, recibiendo el dinero, devolviendo el cambio de su cajita de caudales;  todo ello  me resulta, por decirlo suavemente,  turbador.
Sus padres miran con satisfacción a sus pequeños emprendedores. Anda, Luisito, ofrécele una pulsera a tu tía, seguro que te la compra…Y la tía, ¡qué va a hacer!, ¡cómo no le iba a comprar una pulserita a su sobrinito del alma!...

Pero al principio no era así.
A Luisito y María sus padres les compraban esas gomas, y ellos confeccionaban las pulseras que generosamente regalaban a sus familiares (también a amiguitos del cole). A estos, obviamente, se les caía la baba. Las mostraban a sus amistades y añadían con orgullo: “Mira, me la ha regalado mi sobrino” o “me la ha dado mi nieta”…

Pero parece ser que sus padres debieron considerar que eso no podía seguir así, ¡tanto regalar, tanto regalar!. No somos una ONG –debieron pensar- además, estaría bien que los niños se fueran educando en cómo son las cosas.
Fue así como un acto de amor y generosidad, el regalo desinteresado, se convirtió en una  mera mercancía.
Y de esta manera fue reprimido un sentimiento noble, natural y espontáneo del niño, para trocarlo por otro más acorde con las demandas de esta sociedad.

Esta es, por desgracia, una historia real.


P.D. Cuando Luisito me ofreció una pulsera, yo le dije que estaba dispuesto a aceptarla como regalo, pero que no la iba a comprar. No hubo regalo. Tampoco hubo compra-venta.

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