domingo, 20 de junio de 2010

Montoya Gabarri

El funcionario de Justicia se encontraba recorriendo las sucias calles del Barrio de San Roque. Se imaginaba vigilado desde las humildes viviendas que comprenden esa barriada. Los vecinos reconocían perfectamente al funcionario de juzgados, al policía, al empleado de Servicios Sociales y a casi cualquier extraño que invadiera su espacio. Se dirigió al número doce y llamó a la puerta del bajo izquierda con los nudillos pues el timbre no funcionaba. Abrió la puerta una mujer gitana. Llevaba puesto algo parecido a un camisón. Se frotaba los ojos con las manos como si acabara de despertarse aunque fueran las once de la mañana. Apenas medió palabra.
-Buenos días, señora –dijo el empleado público-. Pregunto por José Jiménez Montoya; traigo una citación del juzgado.
-Sí, es m´hijo, pero no está… –respondió la mujer arrastrando las palabras.
-Bueno, no importa, se la entrego a usted para que se la dé cuando llegue –aclaró el funcionario.
El hombre cumplimentaba la diligencia y le preguntó el nombre a la señora para hacer constar a quién se la entregaba.
-Carmen –contestó lacónicamente.
-¿Y los apellidos? –insistió el funcionario.
La señora se quedó pensativa, tratando de recordar cómo se llamaba y finalmente gritó hacia el interior de la modesta vivienda:
-Niñoooo, ¿yo comu me llamu, Montoya Gabarri o Gabarri Montoya?
Una voz adolescente vociferó: ¡Montoya Gabarri!
La mujer asintió sabedora de que el funcionario había oído perfectamente la aclaración del hijo.
Finalmente el hombre del juzgado le pidió que firmará la entrega y ésta garabateó algo ilegible. Era suficiente.

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