Cantaba el gran Georges Brassens “que cuando la fiesta
nacional él se queda en la cama igual y que la música militar nunca le supo
levantar”. La fiesta nacional francesa, le
14 juillet, le debía repeler tanto como a mí el 12 de octubre. Con el
agravante, para los españoles, de que al menos el 14 de julio simboliza el
inicio de una Revolución contra los estamentos privilegiados del Antiguo
Régimen, mientras que la fiesta española conmemora el inicio de la invasión, el
saqueo y el expolio de América.
A mí hoy, 12 de octubre, no me ha
despertado la música militar, pero sí los gemidos de placer de unos vecinos que
han decidido celebrar la fiesta desde bien temprano.
Por la distribución de mi casa he
colegido que debe tratarse de un matrimonio mayor que vive debajo de nosotros.
A veces tendemos a pensar que los viejos no hacen esas cosas, pero no, ahí
estaban el abuelo y la abuela en plena efervescencia nacional.
Escuchaba con atención y
curiosidad científica, preguntándome cuál debe ser no ya la esperanza de vida
en este país, sino cuál debía ser la esperanza de seguir con vida a determinadas edades.
Cuando la pareja acabó el acto
debía de seguir con vida, pues a continuación se oyó el ruido de un grifo
abierto, el bidet, supongo, y posteriormente alguien que orinaba.
Bien, esta pareja ya he tenido su
momento de gloria; el año que viene otro, ¿vale?.
Pues no, cuando todavía no me
había repuesto de mi sorpresa, vuelvo a escuchar de nuevo esos gemidos
inconfundibles. ¡Dios mío! ¿van a hacer un doblete? ¿O serán tal vez otros
vecinos que no pudiendo ya dormir por la
música militar han decidido quedarse en la cama igual?
Temo que el paroxismo patriótico se
extienda por todo el vecindario y yo ya no pueda dormir más. ¡El caso es joder!
Felicidades a todas las Pilares,
que ellas no tienen la culpa de nada de esto.
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