No lo podía creer, la apática España, como decían en la BBC, había despertado del letargo.
El movimiento ha alcanzado tal magnitud que los medios de comunicación ya no han podido girar la cámara hacia otro lado, porque en todos los lados había gente.
En una entrevista en no sé qué periódico el periodista preguntaba a un “indignado” si este movimiento tenía intencionalidad política. ¡Menuda pregunta!, pues claro que la tiene.
La política –el reportero no debe saberlo- en una de las múltiples acepciones de la RAE es la actividad del ciudadano cuando interviene en los asuntos públicos con su opinión, con su voto, o de cualquier otro modo.
Es obvio que la palabra política ha sido denostada por un sistema político que ha creado una casta de políticos profesionales, refractarios a sensibilidades sociales; rehenes consentidos y gozosos del poder económico y financiero.
El viernes pasado estuve en la concentración que hubo en Gijón; una marcha que empezaba en el teatro Jovellanos y que terminaba en una Plaza Mayor rebautizada con un simple papel como “Plaza del Pueblo”.
Me ilusiona la idea de que este movimiento llegue a algo. Pero la alegría dura poco en casa del pobre. El lunes, tras las elecciones, nos despertamos con el mapa de España teñido de azul, azuloscurocasinegro.
Seguiremos luchando.
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