Hoy estamos aquí para
despedirnos de ti, pero no sé si vamos a poder, ni si vamos a querer. Conocerte
y quererte son sinónimos cuando se refieren a tu persona.
Eras mi suegra, una
palabra que no goza de buen predicamento, creo que en ningún idioma, pero que
en algunos, como en francés, belle-mère, es amable, afectuosa
y en tu caso, plenamente certera.
Si lo mejor que me ha
pasado en la vida ha sido conocer a Noemí, ¿cómo no podría estar agradecido a
quienes la crearon? Y no me refiero sólo a la concepción física sino a la
crianza, a la educación, a ese llegar a ser. Sólo por eso ya estaría en deuda
contigo, y aquí tengo que mencionar a Manolo, tu marido, que hoy no puede estar
con nosotros por razones obvias. Estoy infinitamente agradecido a vosotros, bellos-padres.
Es una pena que las
palabras de gratitud lleguen muchas veces cuando el homenajeado ya no está
entre nosotros. Pero creo que en la cotidianeidad, en aquellas pequeñas cosas,
que cantaba Serrat, entre tú y yo siempre ha habido mucha complicidad.
Dicen que cuando
perdemos a un ser querido estamos tristes porque perdemos a una parte de
nosotros mismos, y es cierto. Con cada persona somos diferentes, hay muchos
yos, hablamos de una manera o de otra, gesticulamos de una determinada forma,
elegimos unos temas de conversación u otros... Así que perder a un ser querido
es también perder una parte de nosotros mismos.
Habrá otras comidas
familiares, pero tú no estarás, bueno sí estarás en espíritu, pero no es lo
mismo. Echaremos en falta tus bromas, tu sentido del humor, tus platos, tus
chascarrillos, tu afecto,…
En esas comidas, recuerdo,
cuando todavía estábamos en los postres y casi atragantándome ya amenazabas con
sacar el backgammon, ese juego de estrategia que tanto te gustaba, y me conminabas
con una de tus frases ingeniosas: ¿qué prefieres fregar o jugar? Alguna vez te
contesté: fregar. Pero no, nos dirigíamos al salón para jugar una partida. Ya
jamás podre soplar los dados entre mis manos invocando “seis doble, seis doble”,
y tú ya no tratarás de recurrir a la magia negra para frustrar mi súplica. Dios
mío ¡cuánto voy a echar de menos esas partidas de backgammon!
Es complicado encontrar
palabras de consuelo en estos casos; por eso es tan difícil dar pésames. No hay
más camino que mirar adelante, seguir con nuestras vidas, y con lo que todavía
tenemos, que es mucho. Habrá que pasar un tiempo de duelo y estar triste, sí,
tenemos derecho a estar tristes. El recuerdo del ser querido copará nuestros
pensamientos, interferirá en nuestras actividades, y nos anegará la tristeza,
es parte de la vida.
Y, con el tiempo, que
dicen que todo lo cura, volveremos a sonreír. Y el recuerdo del ser querido
seguirá acudiendo a nuestros pensamientos pero trocado en un sentimiento no
digo feliz, pero sí al menos amable y no perturbador.
Empecé estas palabras
con “Querísidima Angelines”, que no es más que un trasunto de las palabras con
que Manolo iniciaba las cartas de amor de juventud. Cuando Noemí era niña le
decía a Yoli: vamos a aprovechar que no
están para leer las cartas de amor de papá y mamá, sé dónde están escondidas;
y se reían a carcajada limpia de las cursilerías que todos los enamorados
solemos decir o escribir, salvo que uno sea Bécquer o Shakespeare, que no suele
ser el caso.
En fin, no quiero
alargarme más, solo decirte que te queremos hasta el infinito y más allá.
Descansa en paz
Gijón, 12 de noviembre de 2025

