¡Cómo es posible destrozar una gran novela con tan pérfido y
tamaño bodrio!
Ayer mi mujer y yo sufrimos en carne viva la versión
cinematográfica de la gran novela de Patricia Highsmith El talento de Mr. Ripley, dirigida en 1999 por Anthony Minghella (El paciente inglés, 1996). Dejando de lado
la novela, la película, cinematográficamente hablando, es pretenciosa y
aburrida. Sin embargo, lo peor, lo que más indignación nos produjo es la
utilización del nombre de la novela en vano. Cualquier parecido con la ficción
novelada es pura coincidencia. Se utilizan los nombres de los personajes, las
localizaciones y la inspiración de la historia para crear otra historia que sólo vagamente recuerda a la novela. Por ejemplo,
los personales de la novela, a diferencia de los de la película, no son planos,
sino que se mueven en una inquietante ambigüedad. El Mister Ripley de la
película (Matt Damon) es un llorica que inunda de lágrimas medio metraje; sin
embargo, el auténtico Mister Ripley (hablar de autenticidad ya es una ironía en
esta historia) es un cínico con el lacrimal seco. Tampoco queda muy bien parado
el personaje de Dickie Greenleaf (Jude Law), demasiado superficial y sin ningún
parecido físico con Tom (en la novela se parecen y eso es parte de la gracia de
la historia). Otro ejemplo: la insinuación de la homosexualidad en la novela –en
las novelas- de Highsmith es siempre sutil, casi imperceptible, mientras en la
película es bastante patente.
En definitiva, si todavía no han visto la película, están a
tiempo: ¡no la vean! Lean la novela, me lo agradecerán. Es probable incluso que
se enganchen a la serie de novelas del inefable Mr. Ripley (cinco libros
impagables).
Y si por desgracia no les gusta leer, siempre pueden acudir a
la versión cinematográfica que dirigió René Clément en 1960 con Alain Delon y
Maurice Ronet y que se tituló A pleno sol.
No tiene la enjundia de la novela, pero es mucho más decente.
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