"Aujourd’hui, maman est morte. Ou peut-être hier, je ne sais pas."
L´Étranger, Albert
Camus
El pasado siete de diciembre me telefoneó
la enfermera de la residencia. Habían encontrado a mi madre inconsciente y una
ambulancia la llevaría al hospital del Vall Hebrón. Poco después me llamaron desde
Urgencias para decirme que había sufrido
un ictus y que era cuestión de horas. Mi mujer y yo tomamos el primer avión y,
desde el aeropuerto de El Prat y sin demora, un taxi al hospital. Crucé los
dedos para llegar antes que la muerte, pero, cuando aparecimos, la doctora me
dijo que mi madre acababa de fallecer. No alcancé a verla con vida, pero no
habría habido diferencia de haber llegado antes.
Desde que nacemos pende sobre
nosotros una condena a muerte. No sabemos la fecha de la ejecución y tal vez logremos algún aplazamiento -o
varios-, pero al final llega la parca con su guadaña y hace su trabajo. Alguien tiene que hacerlo, así, graciosamente,
se justificaba con su inconfundible voz el entrañable Pepe Isbert en “El
verdugo”.
En esas horas, en esos días de
frío invierno, busqué consuelo no en mi familia, sino en mis amigos catalanes.
Y ellos respondieron cariñosa y admirablemente. Esa misma tarde nos reunimos en
una cafetería en el barrio de Sagrada Familia. Pasamos un rato agradable, a
pesar de las circunstancias que lo habían propiciado, y al día siguiente al
tanatorio todavía acudieron aquellos a los que el trabajo se lo permitió. Yo había
intentado disuadirlos de asistir a tan triste ceremonia, pero ellos habían
desobedecido mis órdenes y allí
estaban cuando tanto los necesitaba. Nunca lo olvidaré.
Cuando acabó el ritual ya no
encontramos más motivos para permanecer en Barcelona, así que tomamos el tren para Calella, donde
nos esperaba Núria en su casa con un plato caliente en la mesa para la cena.
Tengo pendiente escribir una
semblanza sobre mi madre, pero en esta ocasión ella –su muerte, más bien- me ha
servido de pretexto para escribir estas letras de agradecimiento a los amigos
que me acompañaron personalmente en esas horas, en esos fríos días de invierno
en que mi madre me dejó huérfano. Por supuesto, tengo también palabras de gratitud
para el resto de amigos y conocidos que, bien porque no se enteraron a tiempo,
o bien por lejanía geográfica, no pudieron estar ahí. Pero este texto está
dedicado a los primeros: a Elisa, a Juan Carlos, a Toni, a Silvia, a Pako, a Fabi y a Núria.